Es 29 de septiembre y hace frío. Las implicancias climáticas que enmarcan un show no importan demasiado, a menos que transcurran en espacios abiertos, que los extremos alteren la lucidez de los asistentes, o que la infraestructura esté sólo a la altura del bolsillo de sus inversionistas. Estos 15 grados en los albores de primavera no tienen ni con qué empezar a competirle a la aventura estética que desmantela ir a un show como el de Taichu en C Complejo Art Media, ese sitio de mucha columna, con una capacidad generosa que contrasta con la mezquindad en cuanto a su calidad de sonido (la reciente fecha de Peces Raros allí mismo sirve de prueba suficiente para saber que lo de ayer no fue simplemente "mala suerte").
La idea suena ridícula pero ya hay estudios psicológicos que lo prueban: cuando las mujeres se ven sexys, logran inhibir gran parte del frío. Es como si toda su concentración priorizara sus sensaciones internas por sobre las externas, y la conciencia quedara al servicio del erotismo. Malos tiempos para ser saquito o un consejo térmico de madres y padres.
Crop tops, botas de peluche, prendas rasgadas, remeras de la protagonista de la noche pero también de universos paralelos, como de películas de giallo (Suspiria), y telas vinílicas componen los retazos de esta noche, la noche de la reina de un estilo de género propio: el Hotcore. Entre tanto piercing hay metal suficiente como para fundirlo y crear una joya que les domine a todes, con un desacato inevitable, como el de quien se levanta de madrugada a comer una porción de postre después de haberse prometido arrancar la semana liviana.
Si bien la mini caravana de autos que va depositando criaturas sobre Av. Corrientes es considerable, la mayoría de la gente está habilitada como para no pedir permiso por la falta de inocencia en sus decisiones. El tiempo previo se pasa tomando latas de cerveza ilustradas por personajes adyacentes, y si de camino se suma la gráfica de Bizarrap en las paradas de colectivo o los afiches de nuevos lanzamientos de otro artista, se siente cómo el trazado del mainstream en cierto modo aporta al color de la ciudad, y la urbanización adquiere un nuevo significado.
De Taichu no hay remeras, pero si pósters a la venta. La foto que eligieron para imprimirlos no le hace justicia, y es que cuesta reconocer que sea la misma persona. La imagen tiene casi tres años y ese tiempo, para una artista que construyó algo tan importante como un sonido propio (y la forma en que eso repercute en la identidad) afecta como una estampida. Por suerte este no es el nivel 4 del juego del Rey León: Taichu siempre tuvo con qué mantener los cimientos y tiene a las hienas bien alimentadas. Puso por delante su voz y la hizo jugar sin condiciones a lo largo y ancho de su excitantemente corrosivo primer disco, tan adictivo como impronunciable sin sonar desafiante: RAWR.
El cambio no deja de impactar: de aquella chica de trenzas lilas y buzo con capucha a ésta que destroza una torta con una motosierra, de la que graba con Lito Vitale y encanta con su destreza vocal para abrir uno de los discos más interesantes de trap del país (Muerte en el agua, de Ill Quentin) a olvidarse de cómo se usan los pantalones. De la RIPGANG al EQUAL y de los temas sueltos a un disco donde llega a desestabilizar al niño bueno de Álvaro Díaz en su featuring para Presión. Nada de esto es contradictorio para alguien que sabe dónde ubicarse para buscar quién ser. Y Taichu ya marcó dos tildes: la de lo queer y la de ser por encima de todo alguien que piensa y arma con imágenes. Siempre con imágenes.
Nunca estuvo tan de moda ser fan como en el 2023. Sobreoferta de remeras con personajes secundarios de series y sold outs de shows antes de que el propio artista pueda comunicarlo son apenas parte de ese panorama. Ya resulta imposible no pensar en el público desde el momento cero del proceso creativo.
Una vez zambullida en el pringoso mundo de "la movida", Taichu empezó a leer. Y trasladó sus redes y los peldaños de su pelo desde el rictus de noches como la de La Nueva Generación, donde compartió cartel con El Doctor (y salió a tocar con la clásica remera de Thug Life con la cara del rapero), a la más flexible fiesta Katana, con La Zowi. Pero el mensaje más explícito tiene que ver con el lugar elegido para la presentación oficial de su disco debut: la fiesta Hiedrah, en Deseo, en mayo. Un espacio disidente e impune estaba con los suspensores y el popper listo para recibir a esta reina de plataformas acrílicas. Y Taichu hizo all in.
Taichu compacta las ruinas de una época aciaga y las vuelve más quebradizas, potencia sus penumbras, reescribiendo la retórica de los sentimientos en la música actual de centennials de forma explícita, con un fuego que purga las líricas eufemistas y regala un espectáculo al que jamás le quedó tan orgánico una rave. Coincide con una lectura posible del álbum, un viaje químico de 32 minutos con bajón y refill incluidos. No hay tiempo para tomar aire, tenemos las llamaradas rancias tocándonos los talones.
BABYSPICE es el track que abre la noche. Si quisiéramos hacer un tour cultural de homenajes a Moria Casán por estos días, el camino es pulposo. Al "Quiénes son?" de Lali se lo puede acompañar por las postales de Foto Estudio Luisita exhibidas en La Rural, de camino escuchar el podcast La One (tratando se olvidarse de las malas decisiones respecto a la elección de su narrador) y luego recorrer el MALBA, donde, entre otras obras, se ubica el registro que el artista pop Edgardo Giménez creó con la diva en un soberbio body painting en la década del '80.
Al textual de Moria en la revista THC ("Cuando fumo me siento una geisha"), Taichu le suma un rosario de elogios y títulos tan adecuados como fascinantes de cantar en este momento de arranque: "Marginal, outsider, espiritual/ La one, la original/ Pu-Puta, gozadora serial". Moria tiene una fiesta en su memoria estando viva, como tiene que ser.
El escenario tendrá tres invitados: Muerejoven para hacer GAS (el tono bajo que lo caracteriza y las carencias técnicas harán del susurro un desafío para escucharlo), Broke Carrey para el tema que la tiene a ella de invitada en su disco, COMPA; y uno de los momentos más álgidos del show: el de Water, con Saramalacara. Saltos, gritos y humedad, capas líquidas en una atmósfera que ya partió turbia.
¿Podría esta femme fatale de lo darks y la manicura delirante afrontar la noche sola? Por supuesto que sí, pero cómo privar al público de sus dancers, enfundados en atuendos salidos del universo Madonna en su época Erótica. Y sí. Taichu canta más sobre querer que tener. "No quiero todo, solo lo mío", se la escucha en MORTAL-KOMPA. Su ambición parece responder más al paraíso de las pasiones que al infierno material. Sí, posiblemente exista también la ambición capital, pero en sus letras no prolifera la alusión a la plata. En lugar de frontear con guita, lo hace con sus mandamientos de satisfacciones.
Con tacos custom diseñados especialmente para la producción, Taichu rasguña la película que cubre su propuesta y allí, desde la tapa del disco, se bajará por última vez de nivel. A hacer de cuenta que busca alcanzar su cartera de mariposa. Entre el caos que forma la plata tirada en medio de la calle y un celular. No cualquiera: el que entroniza el revival dosmiloso que la convence: el Motorola V3 fucsia. Aquella nave hoy reconvertida en elemento preciso de dirección de arte que necesite remitir a la cultura pop. Más pop para ser libres (y libidinosos).
Las canciones del disco sonarán por completo y como es ya usual en esta época donde el tiempo de carrera de un artista no guarda lógica con el volumen de su obra, habrá espacio para unos cuantos temas más, como Tic Tac, Who, Hi-C, Gabanna e incluso un cover de Believe, el tótem de los 2000 hecho sonido, la referencia genética del autotune por excelencia, de Cher. Quizás esta sea la única decisión que no termina de encajar en el show (de nuevo el sonido juega malas pasadas) pero sin dudas es más atinado que otras elecciones anteriores para reversionar (Taichu solía hacer I Kissed a Girl, de Katy Perry).
La celebración continuará con torta y champagne. Ese bloque será el momento para que Anita B Queen brille, la DJ oficial (que además es parte de la banda de Paco Amoroso y Ca7riel). Dubstupera y furiosa, su intervención quizás se extienda más de lo que el show pide, tal vez porque el éxtasis Taichu no aminora sus síntomas.
A la pregunta en entrevistas sobre dónde trabajaría si no se dedicara a la música, Taichu contesta sin dudar que haría uñas. Ese disfraz pretencioso que quienes tenemos la fortuna de que nos crezcan rápido podemos aprovechar. Esa decoración que puede pasar del detalle a lo monstruoso, del esmalte al gel semipermanente, del top coat a las texturas, del toque delicado a la intervención bestial, de la caricia a la fractura expuesta, de la marca a la cicatriz, del gemido al goce máximo. Exactamente el mismo rango sensorial al que nos expone Taichu.