Isabelle Huppert ha interpretado a una monja que escribe novelas eróticas, a una profesora de piano que se autolesiona, a una cartera asesina, a una víctima de violación vengativa, a una prostituta parricida, a una traductora traficante de drogas, a una matrona acosadora, a una madre obsesionada con el sexo. ¿Cuál es la mejor manera de resumir la irreductible carrera de la actriz más notable de Francia? "LOVER" ("amante"), reza la remera azul oscuro que lleva hoy, en el noveno piso de un hotel con paredes de cristal y vistas a la estación de St. Pancras. Aunque un epíteto más adecuado sería probablemente "WORKAHOLIC", adicta al trabajo.

Esa era la caricatura que proponía la serie de comedia dramática francesa ¡Llamen a mi agente!, en la que Huppert se interpretaba a sí misma como una actriz que no sabe decir que no, trabajando día y noche en dos películas en dos idiomas y aceptando despreocupadamente el papel teatral de Hamlet. "Tienes la resistencia de un sherpa nepalí", le dice su agente ficcional. "Eso fue muy divertido", recuerda Huppert, y suelta una risita conspirativa. "Todo es una exageración, por supuesto. Participé en la redacción del guion. Y las peores cosas salieron de mí".

Entonces, ¿sabe ella cuántas películas ha hecho? "No", se encoge de hombros. "Sé que son muchas, pero no sé cuántas". Le digo que unas 115, cinco de ellas aún en fase de postproducción. ¿Hay alguna que le resulte especialmente personal? "No. No tengo preferidas. La última podría ser mi favorita. Acabo de volver de Corea, donde hice una película, así que probablemente sea mi favorita".

Por supuesto, está bromeando. Pero hay muchos momentos destacados entre los que elegir. Por ejemplo, su abultado palmarés, que no es más que un indicio de la amplitud y profundidad de una carrera sólo comparable a la de Meryl Streep. Un Bafta a la actriz revelación más prometedora por el drama sobre la madurez La encajera (1978), Césares por el thriller policíaco Un juicio en piedra (1996) y la película sobre la venganza por violación Elle (2017), por la que también ganó un Globo de Oro y una nominación al Oscar (fue superada -injustamente en opinión de muchos- por Emma Stone en La La Land). En Cannes ganó el premio a la mejor actriz por la historia de la asesina Violette Nozière (1978) y por la apasionante historia de autolesiones de Michael Haneke, La profesora de piano (2001), que también se llevó el Premio del Cine Europeo. Y así sucesivamente.

Pero ahora se trata de Un blanco fácil (La Syndicaliste en el original). La representante sindical del mismo nombre que interpreta en la película es Maureen Kearney, una irlandesa de la vida real que enseñaba inglés en una empresa francesa de ingeniería nuclear. En 2012, su vida se volvió mucho más dramática: denunció cuando un topo le filtró un plan secreto para vender tecnología nuclear francesa a China. La historia de los intentos de las empresas por desacreditar a Kearney ya sería bastante impactante, pero se trata de dos películas en una. La segunda mitad narra su misteriosa violación, su condena por hacer perder tiempo a la policía y su posterior esfuerzo por limpiar su nombre.

No es que la historia, que comienza en 2011, fuera un escándalo tan grande en Francia como para que Huppert hubiera oído hablar de ella. "¿Se escribieron tantos artículos sobre ello en su momento?", se pregunta. "Lo dudo. Simplemente lo supe cuando leí el libro y el guión. Ella tiene varias caras en la película, y eso fue suficiente para atraerme. Sabía que iba a ser ambigua y compleja más allá de la propia historia, lo cual era interesante. El inmenso potencial del cine es dar acceso a esa ambigüedad no dicha, desconocida. No creo que necesites respuestas cuando ves películas. Uno se hace preguntas".

Huppert en Un blanco fácil.

Desde luego, ella no buscó respuestas en Kearney, a quien no conoció pero cuyo aspecto férreo -peinado inmaculado, gafas de montura gruesa- imitó a la perfección. "La conocí en ese sentido, probablemente incluso más que si la hubiera conocido físicamente". En una escena notable, justo después de que Kearney sufra la humillación de un examen forense de su vagina, se pinta los labios de rojo desafiante. "Eso es exactamente lo que yo llamo una pregunta", dice, "porque la gente realmente se pregunta por qué hace eso. No tengo respuesta para eso. Pero, ¿por qué no iba a hacerlo? Lo hace".

Un blanco fácil se transforma en una oportuna historia sobre si el testimonio de una mujer debe ser creído. Podría leerse como un comentario sobre su propia industria. "Es un poco diferente", dice, "pero en fin, sí, sé que no es realmente diferente porque ella afirma que ha sido atacada. Excepto que nunca vio al hombre, así que ni siquiera puede describir a alguien".

Es su segunda película con Jean-Paul Salomé, tras su comedia policíaca de 2020 Mamá María. Su episodio en ¡Llamen a mi agente! fue dirigido por Marc Fitoussi, con quien ya había rodado dos películas, las comedias Copacabana y Luces de París. La película que acaba de rodar en Corea del Sur es su tercera con Hong Sang-soo, que ya la dirigió en 2012 en En otro país y en 2017 en La cámara de Claire. Una vez dijo que su aspiración es ser siempre la musa de un director, y no termina de creérselo cuando eligen a otra actriz para su próxima película.

"Es cierto, absolutamente", dice con una sonrisa inocente. "No tengo nada que agregar". Pero luego admite que ha estado pensando mucho en esto. "Miro hacia atrás en mi... lo que sea... regularmente. Me he dado cuenta de que he tenido bastante suerte en ese sentido, porque he trabajado muchas veces con mucha gente. Cuatro veces con Haneke, seis veces con Claude Chabrol, seis veces con Benoît Jaquot. Trabajé a menudo al menos dos veces, lo que hace que el dolor de que no me vuelvan a llamar sea un poco menor. Dos veces no está tan mal. Una vez es muy malo". ¿Ha habido papeles concretos de los que se arrepienta de haberse ido a otra parte? "Ah, ¿se imagina que se lo voy a decir? Si se lo imagina, no, nunca lo diré. Ni siquiera lo diría si tuviera esa sensación".

Huppert llegó a Londres procedente de un París enardecido por los disturbios. "También es muy difícil porque no querés sacar conclusiones, pero la situación es sin duda un gran revés en muchos aspectos. Es terrible". Parece un poco cansada, pero también llena de energía. Sus ojos se desvían a derecha e izquierda, pero al principio se niegan (¿desprecian?) a posarse en los míos. Le cuento que la entrevisté por primera vez en 1996, cuando estaba a punto de trabajar en el National Theatre. "Sí, sí, claro que me acuerdo", dice alegremente, como si eso fuera posible.

La obra era María Estuardo, de Schiller, que recuerda como "intensa, grandiosa, a veces muy difícil. Fue mi primera experiencia en inglés. Desde que hice Las criadas con Cate (Blanchett, en 2014). Hice La madre (en 2019). Pero sí, en el National Theatre para una actriz francesa es difícil". En una nota de The Independent en ese momento, Paul Taylor no fue el único crítico que prefirió su dinamismo a su dicción: su "entrega de vocales galas", escribió, "a veces suena como un intento de correr a través del pegamento".

Es triste, agrega, "porque muchos de los actores de esta obra ya no están aquí". Enumera a sus difuntos coprotagonistas Anna Massey y Tim Pigott-Smith, y al director Howard Davies. "Yo sigo aquí", añade con la despreocupación propia de Huppert. Recientemente retomó el personaje de María, Reina de Escocia, en Mary Said What She Said, un monólogo dirigido por Robert Wilson que se estrenó antes de la pandemia. Lo retomará el año que viene. "Mis dos próximas obras serán monólogos", dice. "No es idea mía. Los directores sólo quieren hacer monólogos conmigo, no quieren tener a nadie a mi alrededor".

Otra broma a su costa. Daniel Auteuil dijo una vez, tras haber protagonizado con ella el angustioso drama sobre el adulterio La Separación (1994), que "Isabelle Huppert es una actriz con la que es extremadamente fácil trabajar". "Depende de lo que se llame fácil, porque nunca es fácil hacer una película. Pero tiene razón, sí, creo que es fácil trabajar conmigo". Se ríe.

El primer papel de Huppert en la pantalla en inglés fue Rosebud, de Otto Preminger, en 1975, y el más reciente en la comedia de Lesley Manville Mrs. Harris va a París. La que debería haber sido la más importante fue La puerta del cielo (1980), el western épico castigado por la crítica que sirvió al director Michael Cimino como continuación de El francotirador. ¿Cree que su carrera habría sido muy diferente si hubiera sido un éxito?

"Creo que para Michael Cimino fueron puertas corredizas", dice. "Hay una especie de herida que nunca se curó después. Pero para mí, no lo creo". ¿Se arrepiente de algo? "¿Por qué iba a arrepentirme? Puedo arrepentirme por la película, seguro, pero no me arrepiento por mí misma. No, no, en realidad es uno de los pocos casos en la historia del cine: todo el mundo admite que es una gran película, pero es un caso muy interesante de rechazo total".

Al negársele el estrellato en Hollywood, Huppert tuvo libertad para desarrollar una ecléctica carrera europea. En 2020, The New York Times la situó segunda entre los 25 mejores actores de cine del siglo XXI hasta la fecha. "¡La número uno como mujer!", agrega. "Número dos después del señor Denzel Washington. Me quedé un poco sorprendida cuando lo leí. Lo tomé para mí y lo tomé para otras personas con las que había trabajado. ¿Qué más se puede decir? ¿Tiene alguna explicación?" Algunos parecían un poco al azar, sugiero. ¿Keanu Reeves en el cuatro? "Bueno, eso no es una pregunta, es tu afirmación".

Huppert lleva tanto tiempo actuando que intento sonsacarle sus recuerdos del cine de los años setenta. Evidentemente, está orgullosa de que su debut en 1972 fuera dirigido por una mujer, Nina Companeez. Faustine et le bel été le dio el más breve cameo como colegiala, pero, a un año de cumplir los 20, ya es indiscutiblemente Huppert, con su larga melena rubia y su bonita mueca pecosa.

Cuando le pregunto si la industria ha cambiado, lo interpreta erróneamente como una pregunta sobre el método y la técnica. "No, hay algo del núcleo del cine que es lo mismo y siempre será lo mismo". En realidad hablaba de la forma en que se trata a las mujeres. Su primer gran éxito en un papel protagonista fue en La encajera, cuando aparecía desnuda incluso en el trailer. "Ah, de eso no me acuerdo", dice. "El papel estaba tan expuesto que supongo que todo el trailer era desnudez: desnudez de sentimientos".

Parece agradecida cuando volvemos a su nueva película. Es como si se resistiera a insistir en su longevidad. "Me alegro de que volvamos a nuestro tiempo porque parece que te atraen mucho los años setenta". Es natural sentir curiosidad por una carrera tan grande, argumento. "Pero grande en calidad, no en cantidad", dice ella. "En fin, volvamos a nuestra época".

Entonces, ¿se alegra de que, a diferencia de Maureen Kearney, las mujeres de la industria cinematográfica puedan hablar? "Bueno, sí. Claro que sí. Si hay que decir ciertas cosas, es una buena noticia que se puedan decir. A veces se creen, a veces no. Por supuesto". Menciono a Gérard Depardieu, con quien actuó por primera vez en Las cosas por su nombre (1974) y más recientemente en Valley of Love (2015). Este mismo año fue acusado de agresión sexual y acoso sexual por 13 mujeres, que él niega. Pero para cuando su nombre aparece en la sala, nuestro tiempo se ha terminado. "No me preguntes", dice aliviada. "Ya nos vamos".

Haciendo películas con Depardieu como con cualquiera, Huppert dice que siempre ha sido feliz trabajando. "Eso espero", dice. "Porque significaría que soy realmente infeliz el 80 por ciento de mi vida. Para mí es muy sencillo y fácil. Simplemente me gusta lo que hago, así que soy feliz cuando lo hago. El cine no aporta ninguna respuesta como espectadora. Pero como actriz... sí, me aporta todas las respuestas necesarias".

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.