Como centro de espectáculos en circos o protagonistas de entretenimientos en zoológicos; como simpáticos luchadores en riñas por dinero o vehículos de tracción a sangre para transportar cargas muy pesadas; como sujetos de experimentos para probar la seguridad y la eficacia en una droga: los animales continúan en un estado de desprotección que, aún en 2023, los Estados no garantizan. Aunque hay avances sustantivos en algunas legislaciones, el camino hacia el reconocimiento de sus derechos no solo es largo, sino también sinuoso.
Al interior de la maraña de regulaciones y realidades dispares, este viernes en España entró en vigencia la nueva Ley de Bienestar Animal, que establece novedades en relación a las obligaciones con las que deben cumplir los ‘propietarios’ de las mascotas. Tienen que hacer con un curso de formación gratuita y abonar un seguro de responsabilidad civil por los daños a terceros que podrían causar los animales a su cargo. Estos aspectos se establecieron para resolver vacíos que las leyes anteriores no tenían en cuenta.
En Argentina, la Ley que protege a los animales del maltrato y la crueldad es la 14.346 sancionada en 1954. Dentro de las acciones que contempla como “malos tratos” está no alimentarlos bien; estimularlos con instrumentos que provoquen dolor como un látigo; hacerlos trabajar sin que puedan descansar; utilizar drogas sin fines terapéuticos; y emplearlos para llevar vehículos muy pesados. Mientras que “la crueldad” engloba acciones como diseccionarlos (cortarlos cuando están vivos para examinarlos); operarlos sin anestesia; usarlos para experimentos; atropellarlos o causarles torturas de forma intencional; y realizar actos públicos como peleas entre animales.
Quienes violan algunas de estas normas pueden llegar a recibir desde 15 días a un año de prisión. Pero en la práctica rara vez sucede. Y a 70 años de su sanción, quedan muchas preguntas por responder.
Mucho ruido, pocas leyes
El viceministro de Ambiente, Sergio Federovisky, señala: “Lo primero que habría que hacer es una división en tres grandes áreas que plantean problemas: los animales domesticados que se utilizan para la producción alimenticia, los animales silvestres/domesticados que se emplean para lucro y por último el tráfico de fauna silvestre vinculado a las especies en peligro de extinción”. Y continúa: “La realidad es que Argentina carece de una normativa que abarque todo el espectro. Necesitamos una ley paraguas que apunte a esos universos. Solo contamos con una muy antigua (14.346) y que no responde a la demanda subjetiva de la época”.
En el presente, describe el biólogo y ambientalista Federovisky, los circos con animales no están prohibidos, a excepción de ordenanzas municipales que han actuado de manera local. De la misma manera, no hay legislación nacional que regule las “actividades deportivas” como el turf, la doma o la yerra. “Solo existe una Ley de fauna (n° 22.421 de 1981) asociada al tráfico de fauna silvestre, que fue importante en su tiempo y hoy está muy desactualizada. La misma no explica, por ejemplo, las relaciones entre las provincias y el Estado federal, ni lo que sucede en los torneos de caza y los zoológicos. Todos acordamos que el zoo victoriano ya no va pero, ¿cuál es el modelo que necesitamos? ¿Uno al estilo Ecoparque de CABA, de Mendoza o La Plata? ¿Algo como Temaiken?”, se pregunta Federovisky.
Para comenzar a desanudar tantos interrogantes, una pista adecuada quizás se vincule con entender el concepto contrario. “El bienestar animal puede comprenderse en sentido amplio. Se refiere a que los animales tienen que tener una buena calidad de vida. La buena vida es la que vale la pena vivir y eso involucra factores como la alimentación, el contacto social, las posibilidades de salir al exterior y tener sanidad”, detalla Silvia Vai, médica veterinaria y etóloga clínica.
Desde el Ministerio de Ambiente han propuesto una Ley de Bienestar Animal que planea avances con respecto a las normas vigentes, pero no regula la totalidad del sistema. Ideas sobran; lo que falta, en cambio, es un consenso entre los actores que, por el momento, solo se preocupan por resguardar sus propios intereses.
¿Mascotas peligrosas?
A pesar de las mejoras que la nueva ley española plantea con respecto a las normas previas, un aspecto controvertido y específico para los canes se mantuvo invariable: aún perdura una distinción que identifica a los “PPP” (Perros Potencialmente Peligrosos). Son aquellos que, según el texto legal, pueden producir heridas de gravedad o la muerte, en caso de atacar a una persona o animal. Los Pit Bull Terrier, Staffordshire Bull Terrier, American Staffodshire Terrier, Tosa Inu, Akita Inu, Dogo Argentino y Fila Brasileiro son algunos de los señalados, y tienen que circular con bozal y cadena en la vía pública.
A menudo, los medios de comunicación comparten noticias que exhiben el accionar desafortunado de estos perros, al morder a una persona indefensa. Esto produce controversia en la medida en que la reacción frente a este tipo de casos dispara la necesidad por parte del público de buscar culpables. La ciencia no asigna responsabilidades, pero sí brinda pistas para pensar los fenómenos. En abril de 2022, un estudio publicado en la revista Science comprobó que la raza de los caninos no determina su comportamiento, sino que tiene mucha más relevancia el entorno en el que la mascota crece. De acuerdo al artículo, solo el 9 por ciento de las diferencias de personalidad entre los perros estaban relacionadas con su raza. De aquí, una vez más, surgen los límites al determinismo genético como medida de todas las cosas.
“No hay especies peligrosas. ¿Quiénes somos nosotros para determinar qué es peligroso? El punto es lo que hacemos los humanos con ellos. ¿Quién regula la actividad de los adiestradores? ¿Quién decide qué animal puede ser adiestrado y para obtener qué de ese animal?”, apunta Federovisky. Para los perros, algunas de las claves que podrían explicar comportamientos agresivos se vinculan con el desmadre precoz --no aprenden bien a inhibir la mordida--, con los malos procesos de socialización de los cachorros entre los dos y los cuatro meses y con la inconveniente humanización de las mascotas.
Por esto Vai explica: “Lo que hay que entender es que la agresión puede ser una conducta normal o parte de un trastorno de comportamiento. La especie canina es predadora y carnívora, la agresión forma parte de su repertorio”. Y agrega: “Muchas personas los tratan como si fueran niños, humanizan a sus mascotas. Si bien forman parte de nuestra familia, hay que entender que son de una especie diferente con requerimientos distintos. A veces no los dejamos oler pis ni caca, ni ensuciarse porque después duermen en nuestra cama. No nos damos cuenta, pero les estamos haciendo mal; son los canales que tienen para conocer su entorno”.
Monstruos en el laboratorio
En 2019 se viralizaron videos difundidos por Soko Tierschutz y Cruelty Free International, organizaciones que combaten el maltrato animal y mostraban cómo monos, gatos y perros eran sometidos a prácticas abusivas en un laboratorio en Hamburgo (Alemania). Infiltraron a un miembro de sus filas que ingresó a trabajar y, durante cuatro meses, registró a los científicos trabajando en el Laboratorio de farmacología y toxicología. Las especies eran sometían a decenas de extracciones de sangre por día, colgadas con sogas que apretaban sus cuellos hasta casi asfixiarlas y encerradas en cubículos que les impedían cualquier movimiento.
En Argentina, para llevar adelante una metodología de investigación que involucre animales, el procedimiento debe estar aprobado por un comité de ética. Como el empleo de animales no puede evitarse, la ciencia tiene la obligación de controlar y regular los experimentos bajo protocolos de buenas costumbres. Así es como se pone en acción el principio de las “3R”: Reemplazo (métodos que ayuden a evitar o reemplazar el uso de animales), Reducción (minimizar el número) y Refinamiento (disminución el dolor).
A nivel local, la Asociación Argentina de Ciencia y Tecnología de Animales de Laboratorio es la referencia ineludible en el área. La AACyTAL es una entidad sin fines de lucro que tiene entre sus objetivos promover la conciencia de trabajar éticamente y con animales definidos genética y microbiológicamente; fomentar normas que rijan las actividades relacionadas con el cuidado y uso de animales de laboratorio; e instar a la educación sobre estas problemáticas.
Claro que la perspectiva se modificó. Décadas atrás, destripar sapos en clase de fisiología o anatomía era moneda corriente. El propio Bernardo Houssay --Nobel en Medicina (1947) y protagonista descollante en la creación del Conicet (1958)-- realizó en perros buena parte de sus experimentos, que exploraban el funcionamiento de la hipófisis, el páncreas y la insulina.
El mundo avanza, lo incuestionable comienza a cuestionarse y sin embargo, por el momento, nada cambia.