PáginaI12 En Francia
Desde París
Desmembrada por el auge del macronismo y las imprevisibles victorias de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales de abril y mayo pasado y luego en las legislativas de junio, los antiguos partidos de gobiernos –los socialistas y la derecha– todavía buscan su identidad a tientas. Ninguno de los dos partidos que protagonizaron la transición en los últimos 35 años cicatrizaron las heridas de una elección presidencial donde el macronismo capitalizó las divisiones de sus adversarios, el hartazgo del electorado y las incompatibilidades ideológicas que estallaron como nunca durante las dos citas electorales de 2017. La derecha de Los Republicanos aún no encontró ni líder ni credibilidad mientras que el Partido Socialista consagra las pocas fuerzas que le quedan a un lento proceso de reconstrucción. En ese casi vacío opositor sólo una fuerza política se levanta con autoridad: la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. La izquierda radical vive uno de sus mejores momentos en Francia. Fuera de esta corriente, el espacio de la izquierda es un montón de cenizas. Jean-Luc Mélenchon se presenta con la única alternativa para enfrentar el “golpe de Estado social” de un “gobierno de ricos para los ricos” con una propuesta de “combate” con legitimidad suficiente como para evolucionar y aunar todas las esperanzas de una izquierda que se ha quedado a mitad huérfana.
A su manera reactualizada, Francia Insumisa es una revolución ciudadana en gestación. Eric Coquerel, diputado de Francia Insumisa, lo resume así: “Contamos con un programa que seguirá siendo actual durante varios años; contamos con una estrategia, la revolución ciudadana mediante las urnas, y tenemos un método, la adhesión ciudadana directa”. Las banderas ya están desplegadas. El fin del verano europeo sella el comienzo de la verdadera batalla política. El Ejecutivo tiene una agenda con varias medidas impopulares –la reforma laboral entre otras– y la izquierda radical empieza por esperarlo en la calle con una gran manifestación que tendrá lugar en París el próximo 23 de septiembre. Los sindicatos franceses también desfilarán en septiembre, el 12, pero Mélenchon ha decidido mantener su propia manifestación como una forma de encarar al presidente, cuyo caudal de simpatías cae cada mes. Francia Insumisa cuenta con un sólido poder de movilización y, a diferencia de los otros partidos, con un arma que ha sabido utilizar con mucha eficacia: internet. El canal YouTube de Mélenchon ha sabido tener más audiencia que las televisiones oficiales. Internet y las redes sociales son la pieza clave de la idea que la izquierda radical francesa tiene sobre cómo reinventar la acción política, cómo evitar “el modelo tradicional” y renovar la relación entre el movimiento y sus militantes. Estos se han convertido en interlocutores activos. A través de varias consultas realizadas en la red, Mélenchon creó una relación fluida con sus militantes, donde éstos se sienten parte de lo que está naciendo. Ya hubo una consulta donde participaron 500 mil personas que respondieron sobre los métodos de acción del movimiento, las campañas que habría que hacer, con qué medios y mediante qué organización. Alexis Corbière, diputado de Francia Insumisa y figura influyente del movimiento, explica que “se trata de un debate apasionante, muy lejos del carácter desecado de La República en Marcha (el movimiento de Emmanuel Macron) o de la descomposición mórbida de los partidos tradicionales”. La innovación contra la tradición gastada. Ugo Bernalicis, otro diputado de Francia Insumisa, admite que “los útiles digitales permiten resolver muchos problemas. La plataforma cumple todas las funciones en nombre de las cuales se constituyó el partido. La acción está liberada del peso de las estructuras”. Con una narrativa frontal e impertinente frente al liberalismo y el rechazo a cualquier alianza con los socialistas, a partir de 2016, cuando Mélenchon lanzó el movimiento al mismo tiempo que su candidatura presidencial, Francia Insumisa fue creciendo a la sombra de los temporales que azotaban a la derecha de Los Republicanos y al Partido Socialista. Fue, como el mismo Mélenchon lo reconoce, un salto hacia lo desconocido que, ahora, lo ha dejado sobre una playa feliz: quedó en cuarta posición en las presidenciales, a muy pocos céntimos del tercero, el candidato de la derecha François Fillon, y durante las legislativas la dinámica fue menor pero no lo abandonó: Francia Insumisa ganó 17 diputados, mucho más que los 10 que había conquistado en 2012 bajo la etiqueta del Frente de Izquierda. Ese resultado desemboca en un doble poder: el político y el financiero. Gracias a los porcentajes obtenidos en las legislativas (siete millones de votos), el movimiento melenchonista recibirá del Estado 4 millones de euros de aquí al final de la legislatura. Para una estructura acostumbrada a existir con medios escasísimos, el aporte público es una real fortuna.
La ambición de Jean-Luc Mélenchon consiste en convertirse en la única alternativa de la izquierda y seguir creciendo. Su postura es: él o los liberales. Uno de sus consejeros contó al diario Libération que “si hay algo seguro es que no queremos ser un partido cualquiera, encerrado sobre sí mismo. Nuestros militantes permanecerán activos en el terreno y serán consultados sobre todas las grandes decisiones para continuar creciendo”. La próxima etapa de ese desarrollo podría ser la transformación del movimiento en partido. En diciembre de este año tendrá lugar una convención para decidir la forma de organización futura. En cualquiera de los dos casos, Mélenchon ha demostrado que la insumisión no perdió su atractivo. Desde el comienzo, el movimiento se situó fuera de las convenciones, rehusó pactos o acuerdos con los demás partidos, hizo de las redes su mejor aliado y, a la izquierda, se convirtió en la caja de resonancia del famoso “Que se vayan” (Dégagez) popularizado durante las revueltas árabes, particularmente en Egipto contra el ex presidente Hosni Mubarak. Mélenchon hizo del dégagisme una moda y una expresión política. Es, hoy, casi el único líder que osa pronunciar la palabra “pueblo” y romper el consenso que opera como un encantamiento anestésico. “Federar al pueblo y no a las etiquetas”, dice Mélenchon. Orador inspirado e inimitable cuya palabra libera las energías de quienes lo escuchan, es lícito admitir que, sin él, Francia Insumisa no habría alcanzado las cimas a las que llegó. Al menos, en este chato y regulado boulevard de la política mundial habitado por consejeros en comunicación, existe un movimiento creativo, un personaje insolente e irreductible a todos los vicios que poco a poco van vaciando la democracia de contenido. Las andanzas de este movimiento francés pueden parecer un tanto caóticas, pero se avanza. Los melenchonistas sienten que están reinventando una revolución en el corazón de un sistema donde los partidos de izquierda fueron incapaces de transformar la sociedad. Y para transformar, primero, hay que diseñar un modelo de partido totalmente opuesto a los esquemas piramidales de antaño. Con muy poco dinero y esa idea, Francia Insumisa renovó la legitimidad y la influencia política de una izquierda que rehúsa dejar vacío el lugar que le corresponde en la historia presente.