Emmanuel Horvilleur presentó formalmente su nuevo álbum, Aqua di Emma, y lo hizo con un show magnífico. De diez. Más que una fiesta, se trató de un fiestón. Literalmente. A pesar de que la palabra ha sido bastardeada, banalizada y vaciada de su significado, sobre todo luego de la pandemia, el cantante y compositor argentino en la noche del sábado volvió a ponerla en el pedestal del que había sido secuestrada. Al menos esa es la misión que atraviesa a su séptimo disco de estudio, lanzado en agosto, donde la discoteca funge como hábitat del relato. No hay que olvidar que ese espacio, en el que la libertad es tentada constantemente por el libertinaje, es asimismo el hogar del groove. Una de las últimas veces en la que el estadio Obras Sanitarias se había transformado en la pista de baile más grande de Buenos Aires había sido en marzo del año pasado, cuando actuó allí Jungle (grupo inglés de R&B milénico, funk renovado y nü soul).

De esa eucaristía del ritmo lujurioso puede dar fe buena parte de las tres mil personas que asistieron a la vuelta de Horvilleur a uno de los templos del rock argentino. Esta vez sin la complicidad de Dante Spintetta, su compañero en Illya Kurkyaki and the Valderramas, con el que debutó ahí a mediados de los '90 (tal como el propio cantante lo recordó en uno de los pasajes del show). Sin embargo, el popurrí con clásicos de su banda (ahora en un nuevo proceso de hibernación), que guardó para la recta final del repertorio, fue uno de los momentos menos atractivos de su performance. La nota de color de la velada. Pero eso habla muy bien de la persistencia del artista por construir una carrera solista con identidad. Después de que con el tándem jugara a desarrollar un lenguaje idiosincrático, el deseo por establecer una dialéctica con la contemporaneidad (a partir de una lectura propia) se tornó en uno de los rasgos que distingue a su obra unipersonal.

Algo que quedó muy claro a lo largo del recital es que el músico de 48 años ocupa un lugar insular dentro de la fauna de la música popular contemporánea local. Él es el articulador que pone a dialogar entre sí a los imaginarios de Babasónicos, Miranda! y Bandalos Chinos. O para decirlo de una forma más pragmática: Horvilleur es quien ata los cabos en la escena entre ese pop luminoso que quiere bajar a la pista de baile a darse un shot de lado oscuro y ese inventario de música negra (de raigambre funk) con ganas de subir a remojarse en la luz. Eso lo dejó en evidencia mediante el cancionero que desenvainó, curado con habilidad veterana y precisión quirúrgica. Y hoy devenido en un raudal de hits, por más que su artífice no se considere hitmaker. Aunque, paradojas sí que las hay en el metaverso, le dedicó un tema al complejo trajín de la manufactura del éxito. Al que tituló, sin muchas vueltas, “El hit”.

Pero antes de que invocara la canción incluida en su disco Xavier, el otro trabajo cuyo título alude a él (Javier es su segundo nombre), el cantante, músico y compositor arrancó con el tema manifiesto de Aqua di Emma, así como el que abre el álbum: “Yo soy la disco”. También sirvió de abreboca para la propuesta conceptual del espectáculo, en la que pendía una inmensa bola de espejos (clásico discotequero que no caduca) sobre el escenario. Se repartió el protagonismo con la pantalla del fondo, en la que en ese instante se podía leer la palabra “Disco” escrita con una tipografía característica de los años '70. De ese funk provocador, Horvilleur viró al R&B en “Yo te daría”. Y en ese género, o en una relectura actual, al estilo de Parcels, se mantuvo en “Boca”. Luego del terceto de temas del álbum que estrenaba, aparecieron “1000 días” y “Llámame”. De esta última rescató la versión de Mordisco, que había estado en reposo tras la reinvención del tema en Pitada.

Al mismo tiempo que sorprendió por la capacidad de reinvención de su creador (revisitó sus canciones para ataviarlas de color tropical y sabor acústico), Pitada fue el disco que llevó al ¿ex? Kuryaki a poner a prueba su convocatoria. Primero arrancó con un Teatro Coliseo, que se tornaron en dos. Y más tarde pasó lo mismo con Teatro Vorterix. Entonces, en medio del auge de los recitales masivos y las entradas agotadas, volvió a saltar del trampolín. Nuevamente, la pileta estaba llena. No importaba que las populares de los laterales estuvieran cerradas, el acto de redención se había consumado por igual. El show continuó con su clásico pop “No como”, en el que seguía con la guitarra que se colgó en el tema anterior, y se mantuvo en ese plan estético en “Yo, lobo”. Reincidió en el volantazo en “Somos nosotros”, híbrido de riesgo entre el pop y el funk, en tanto que “Japón” fluyó hacia la narcosis. Una bien espacial. Y eso le dio pie para flirtear con Metronomy y Menudo de la mano de “En mi cama”.

Recién en ese momento tuvo una de sus pocas alocuciones y fue para presentar a Juan Ingaramo, con el que cantó “El hit”. A continuación, tras compartir su sorpresa por haber regresado a Obras, convocó a Mateo Sujatovich (Conociendo Rusia) para hacer “19”, balada mortal de arrebatos pinkfloydianos a la que seguramente Gustavo Cerati hubiera considerado continuadora del legado de “Crimen”. En el medio entre uno y otro invitado irrumpió la dulzura R&B de “Amor loco”, y poco después desenfundó el pop de escuela inglesa “Tu hermana”. Ahora que se cumplen 20 años de la salida de Música y delirio, le brindó un segmento celebrativo a su primer disco en solitario. La rockeó en “Soy tu nena”, para después groovearla en “Té de estrellas”; se africanizó en “Hermano plateado” y también hubo tramo Kuryaki: para ello sintetizó “Fabrico cuero” con “Abarajame” y “Ula, ula”.

“Este tema me encanta tocarlo con Dante”, espetó el anfitrión, que salió vestido de torero glam, para introducir “Jugo”: pieza fundamental del funk argentino, y clímax creativo de Illya Kurkyaki and the Valderramas. Ese himno sigue sonando joven y fresco, al punto de que exacerbó la sed de baile en el estadio, sólo interrumpida por “Abismo”, otro clásico de su banda. Sendas canciones son una muestra terminante de que el dúo (junto o separado) es el mejor heredero de Prince en la Argentina. Ese mandato también estuvo latente en “Negra monamour”, funk piropero del electro, aunque un hit como “12:30” bebe más del pop afro acuñado por Rick James o Shalamar. Al volver a escena al lado de los diez músicos fabulosos que lo acompañaron, Horvilleur le ofrendó “Novia de los planetas” a su madre, subió un cambió con el synth pop “Radios”, y puso al aforo en trance con “Abrazarnos”. Como para confimar el tamaño y la elasticidad de esta rara avis del groove.