Por mucho tiempo, los expertos entendieron que una de las características de los bots era que (1) no producían contenido y (2) eran monotemáticos. Podemos ver que el primer punto (próximo cambio de las IAs) es consistente con la misma etimología de la palabra bot, la que deriva de robot y, a su vez, del checo esclavo. Por su parte, la etimología de esclavo deriva de eslavo, pero si saltamos a la etimología de adicto veremos que en la antigüedad se refería a esclavo, en el sentido de que los romanos entendían estos como aquel individuo que no piensa por sí mismo, sino que es adicto, es decir, dice por otro, dice lo que otro quiere que diga. Un robot, un bot, un esclavo.
El segundo punto se refiere a que los bots de las redes sociales, por lo general, tienen un objetivo político, es decir de “poder cuestionado”. Repite como un adicto, como un esclavo, en beneficio de su amo. No tiene intereses diversos, como un humano anterior a las redes; no habla de fútbol y de Hegel, sino de su único tema (“La libertad, carajo”, “Muera la casta”, y no mucho más.) El problema es que también es posible encontrar humanos que encajan en este perfil de bots, de adictos, de esclavos.
Actualmente, los más modestos bots de las redes sociales ya son capaces de expresarse con tartamudeos y tics, al tiempo que los humanos intentamos eliminarlos de nuestra naturaleza. El por entonces candidato a la presidencia Donald Trump, sólo en los primeros tres meses de su campaña de 2016 llegó a citar 150 de sus propios bots como si fuesen humanos; y humanos con algo importante que decir. A su vez, estas citas fueron reproducidas por otros humanos y por otros bots, práctica que continuó luego de convertirse en presidente.
Para el año 2015, un tercio de los tweets y hasta la mitad del tráfico en Internet ya era generado por bots. En muchos casos, los bots han sido humanizados con todos los defectos y costumbres de los humanos, como mantener otras cuentas en diferentes redes sociales con ideas y tics similares; o tomarse un tiempo prudente para responder a un tema urgente. En 2014, un bot logró pasar por primera vez el Test de Turing (diseñado en 1950 por el genio de la computación Alan Turing) haciéndole creer a los jueces, en una entrevista de cinco minutos, que se trataba de un verdadero ser humano. Debido a esta habilidad de sustituir humanos con la sensibilidad de lo real, como cuando alguien habla nuestro propio lenguaje y se expresa como nuestros propios amigos, estos bots has sido capaces de alentar levantamientos sociales y, sobre todo, de desarticular protestas reales de gente real con problemas reales.
Actualmente, la sensibilidad ante el racismo en Estados Unidos ha desplazado de la atención otras realidades más complejas como el clasismo o la explotación de seres humanos a larga distancia en beneficio de la microelite empresarial.
No por casualidad, la juventud rebelde, revolucionaria y de izquierda en los siglos XIX y XX era una juventud ilustrada en los libros mientras que en la actualidad la juventud reaccionaria, conservadora y de derecha ha sido educada en las redes sociales. No por casualidad, la propagación de fake news de estas “redes neutrales” ha proliferado en temas clásicos de la extrema derecha, como la religión, la tribu y el racismo.
Debido al envejecimiento de la población en Alemania, la canciller Angela Merkel facilitó el ingreso de refugiados sirios. Como en el resto de Europa, los inmigrantes fueron resistidos como invasores. Como esta narrativa no resultó suficiente, se recurrió a otro clásico del género, ejercido con extrema habilidad demagógica por el expresidente Donald Trump y por la mayoría de los políticos de su partido: “los inmigrantes negros y pobres vienen a violar nuestras mujeres”. En la Europa se difundió el rumor falso de que los inmigrantes de piel oscura estaban matando a los hombres y violando a las pobres e indefensas europeas blancas. Estos rumores nunca fueron confirmados por las estadísticas, pero ese es un detalle desechable por la masa enardecida.
Otro ejercicio de rumor falso, apetecido por el millonario mercado del odio germinado en el miedo, asoló las víctimas de múltiples masacres ocurridas en Estados Unidos en las últimas décadas. Diversas plataformas habitadas por moscas anónimas circularon la versión de que estas masacres habían sido montajes, a pesar de que tanto los familiares como las tumbas de las mismas víctimas estaban allí para verificar su existencia. No por casualidad, los grupos que se encargaron de viralizar estas teorías conspiratorias eran de extrema derecha y amantes de las armas.
Luego de todo este antecedente humano, no es casualidad los bots también sean racistas. A principios de 2016 Microsoft lanzó su bot estrella, una chica inexistente con el bagaje lingüístico de una humana de 19 años que, dotada de inteligencia artificial, podía interactuar con humanos reales en Twitter y en chats telefónicos como GroupMe. Los chats con Tay (Thinking About You) eran tan realistas que hasta incluían errores de puntuación. De esta interacción en “el mundo real”, Tay aprendió a ser Tay. A poco de estas enriquecedoras tertulias, Tay se convirtió en una asquerosa racista. Hasta el punto de que la empresa Microsoft, seguramente no tanto por razones morales sino económicas, decidió extenderle un certificado defunción 16 horas después de su nacimiento. Una vida corta, sin dudas, pero suficiente para escribir casi cien mil tweets.
Otros experimentos mejorados (como Zo, más políticamente correctos) duraron más y fracasaron igual, por razones similares. Megaplataformas como Facebook han intentado limpiar todo este racismo y sexismo ambiental que sirve de alimento a las futuras IA. Sin embargo, la técnica de censurar páginas y textos por incluir expresiones racistas se parece mucho a la actual cancel culture que se originó en Estados Unidos y ya casi ha abarcado otros continentes. De la misma forma que en diversas instituciones de educación, varios maestros y hasta profesores han perdido sus trabajos por mencionar la palabra “negro” cuando pretendían denunciar el racismo en algún texto, documento u obra de ficción, así los bots censuraron textos que denunciaban el racismo contra indios o negros por incluir frases que el bot interpretaba según el sentido estrecho y superficial de todo.
Aún más importante que las fake news es la deshumanización a través de la simplificación de la vida intelectual. Por esta razón, no es necesario ninguna super IA para manipular la opinión pública. Los bots ya probaron ser más que suficientes. Es un problema de cantidad: quien más capital tiene para comprar más mercenarios es quién más chances tiene de ganar una elección—and the winner takes it all.
En las elecciones latinoamericanas, la huella de los bots se ve con claridad en la monotonía y simplificación de las respuestas de los usuarios-usados. Pero cuando hasta los políticos de moda, como Javier Milei, se han convertido en bots de carne y hueso, ¿qué se puede esperar de millones de votantes botizados?