De los siete clásicos reales (no emparejamientos) que se disputaron este fin de semana, tres terminaron con el marcador en blanco. Y en los cuatro restantes hubo sólo siete goles. Con un dato adicional: Rosario Central fue el único local que pudo ganar y quedó en minoría respecto de Independiente y River, que, como visitantes, derrotaron a Racing y Boca.

Como viene sucediendo desde hace mucho en el fútbol argentino, el gran espectáculo sólo se alojó en las tribunas. Las canchas estuvieron repletas, fue extraordinario el despliegue de fervor y color de las hinchadas y resultó conmovedora la ceremonia de aparición de los equipos. Desde ese punto de vista, resultó un fin de semana de fiesta y una nueva comprobación de que la pasión popular por los colores del fútbol atraviesa un momento de marea altísima. Pero todo se redujo cuando la pelota se puso en marcha. Por lo general fueron partidos de vuelo demasiado bajo y en los que más que a ganar, se jugó a no perder.

Desde luego que hubo excepciones. Pero si algo marcó a los clásicos de Rosario, Santa Fe y La Plata fue eso: un feo temor a la derrota. Central y Newell's se encaminaban a un nuevo empate hasta que el golazo de tiro libre de Ignacio Malcorra rompió la paridad que parecía irrompible. En cambio, en Colón-Unión y Estudiantes-Gimnasia celebraron el día del miedo a perder. Todo quedó donde estaba, acaso porque no se pretendió otra cosa. Y por eso salieron los partidos que salieron, cerrados, chiquitos, rapidamente olvidables. Talleres-Belgrano, el restante 0 a 0 del domingo, tuvo otro nivel y si terminó con el marcador en blanco se debió más a la buena actuación del arquero de Belgrano, Nahuel Losada, que a una decisión compartida.

Sin haber sido un dechado de virtudes futbolísticas, San Lorenzo-Huracán, Racing-Independiente y Boca-River fueron mejores partidos. Pero tuvieron más ardor que buen juego. Y reflejaron todo lo que le cuesta llegar al gol a la mayoría de los equipos y la carencia de grandes delanteros. Por lo general, no abundaron las situaciones de riesgo ni las jugadas mas o menos bien construidas. De hecho: hubo apenas seis goles en esos tres encuentros, dos de ellos de penal, el empate de San Lorenzo y el segundo de Independiente.  

Pasó el esperado fin de semana de los clásicos y fue una película de nuestro fútbol: multitudes, pasión y fervor (también mucha histeria) en las tribunas. Lucha, intensidad y pocas luces dentro de las canchas. Y un palpable miedo a perder el campeonato aparte con el tradicional adversario del barrio o la ciudad. "Los clásicos no se juegan, se ganan" exageró alguien alguna vez. Pero la frase parece haberse fijado en la cabeza de los protagonistas. Y así se jugó el sabado y el domingo. Como si el placer de la victoria se esfumara en unas pocas horas y el dolor de la derrota se extendiera para siempre. Y no fueran lo que en verdad son: apenas dos impostores que se quedan un rato y luego se van.