Como testigo de un imperio caído que resurge de los escombros, el poeta intenta escribir porque las pirámides le hablan. Ante el misterio de cada piedra, calla para escuchar el canto del agua del Nilo. El rastro de dolor y pasión que brota de la tela de Vicent Van Gogh atraviesa el tiempo. De la mudez general nació una voz que “se abre paso en soledad”. En Resurrecciones (Ediciones en Danza), los poemas de Maximiliano Legnani, periodista, conductor y poeta, iluminan el misterio del desierto en Egipto, la fatalidad de la creación, las “máscaras” de la escritura y la fragilidad de la existencia con versos que tiemblan desde una profunda brevedad.

“Egipto fue un país soñado y escrito desde la infancia que siempre añoré conocer; a mis quince años intenté escribir una novela sobre el misterio del hallazgo de la tumba de Tutankamón. Algo de ese misterio, la muerte, las tumbas, los faraones, y la propia construcción de las pirámides me inquietaban profundamente”, revela Legnani (Buenos Aires, 1990), conductor de diversos programas de radio y televisión entre los que se destacan Biblioteca iP (por el canal iP Noticias), dedicado a la literatura. Haber viajado a Egipto le permitió explorarlo a través de la escritura en Resurrecciones, poemario organizado en seis partes: “El agua del Nilo”, “Auvers sur Oise”, “En la niebla”, “Chez moi”, “Fantasmagorías” y “Otras orillas”. 

 El autor de tres libros de poesía, Los rostros del fuego (2013), Umbral (2015) y La lengua del silencio (2016), recuerda el instante en que escribió su primer poema en 2012, cuando estaba preparando una columna para Radio Rivadavia. Entonces estaba escuchando “Oración del remanso”, de Jorge Fandermole, en la versión de Liliana Herrero. “Me bajó un poema directamente. Lo digo así porque así lo sentí y porque fue, como casi siempre, una irrupción en mi vida. Le debo mucho a esa obra de Fander”, reconoce el poeta y dice que entre las voces que laten en él, y a las que siempre vuelve, no puede dejar de nombrar a poetas como Federico García Lorca, Vicente Huidobro, Gonzalo Rojas, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik y Arthur Rimbaud.

-¿Por qué te interesa la figura de Van Gogh sobre la que orbita toda la segunda parte de “Resurrecciones”? ¿Qué relación encontrás entre pintar y escribir un poema, entre el color y la palabra?

-Van Gogh es un artista que me interpela desde su obra (he sentido conmociones muy particulares ante sus pinturas), pero también desde las dificultades que padeció en su vida: su tenacidad de pintar a pesar de todo, de concretar su obra ante la indiferencia generalizada da cuenta de que lo importante es la obra, y no su recepción inmediata. Sus cartas son una prueba de su genio, de sus pugnas por sobrevivir y por seguir pintando a cualquier precio. Creo que pintar y escribir son oficios distintos, que muchas veces una obra plástica nos puede generar numerosos poemas, que ese otro lenguaje (visual) puede dialogar y complementarse de una manera amplísima con la palabra.

-Parecería que preferís el verso más condensado. ¿Qué encontrás en la
la brevedad?

-Estoy en contra de la hojarasca y la extensión injustificada por definición. Creo que en la poesía poder condensar cada poema es beneficioso para expresarse mejor. Prefiero que un poema sugiera, y no que lo explique todo porque yo mismo no entiendo mucho de lo que escribo.

-La tercera parte de “Resurrecciones” hay una voz que vuelve a escribir. Como tu último libro de poemas es la “La lengua del silencio”, de 2016, de hace siete años, ¿hay en ese “volver” a la escritura algo autobiográfico? ¿Qué pasó en esos siete años sin libros? ¿Hubo tentativas de escritura para “liberar lo innombrable”?

-Me resultó muy difícil volver a escribir. Creo que todos los que lo hacemos atravesamos esos momentos de silencio, que no son gratos. No soy un escritor profesional, en absoluto, sino alguien que escribe cuando no puede dejar de hacerlo, cuando la escritura se le impone. Pero la que manda es la poesía. No creo demasiado en lo autoral: creo que la poesía es la que hace todo y, como digo en un poema, uno es "una mano que le pone la tinta".