Ecuador dolarizó su economía y acabó con un símbolo de pertenencia, la moneda, en enero de 2000. Sufríamos las consecuencias de la crisis del sistema financiero. Muchos empresarios se habían sobre endeudado y acudieron al Estado para recibir abundante capital fresco. La banca había destinado buena parte de sus créditos a empresas vinculadas: se prestaban la plata a ellos mismos, conserjes, personal de limpieza, aparecían como deudores.
Los recursos extraordinarios que luego recibieron los sacaron al exterior, sin producir, por aumento del empleo, aumento del consumo, impacto virtuoso en la economía nacional.
Todo fue un verdadero fraude. Y como en las sociedades alguien debe asumir los costos de semejante farra, la inflación se disparó a niveles absurdos: más del 65 por ciento y ya dolarizados el 95 por ciento.
El PIB del Ecuador que había alcanzado su nivel más alto entre 1997 y 1998, alrededor de 23.000 millones de dólares, se desplomó en 1999 para situarse en 16.600 millones. Teníamos crisis externa, caída significativa del precio del petróleo, principal rubro de exportación. Si ha eso se suma la subordinación a los designios de FMI, guardián de la deuda externa y de las políticas comerciales estadounidenses, la cuestión solo podía ir para peor; en efecto en 2000 el PIB de Ecuador volvió a caer, se situó en algo más de 15.000 millones de dólares. Entonces los ortodoxos en economía encontraron la panacea: hay que dolarizar, y dolarizamos en el peor escenario: inflación brutal y todo en manos de esas mentes que por su apego al centro seguían el recetario neoliberal.
En 2001 el PIB se recuperó, el presidente que dolarizó ya había sido echado del poder, pero los de la extrema derecha, sus economistas, sus medios, abrieron champaña, por los aires volaban confetis: la dolarización había hecho el milagro. Lo que ocultaron, lo que callaron esos medios, fue que el precio del barril de crudo bordeó los 100 dólares, un delta de más de 60 dólares por barril que, de todas maneras, traería algún alivio a la maltrecha economía.
Ecuador siguió por lo menos un lustro más en manos del FMI. Los ortodoxos, sumado uno que otro banquero, visitaron Washington, babeaban ante esa despiadada burocracia. Era tal el absurdo que hasta un concurso internacional de belleza organizamos, cuando Donald Trump era el dueño de la franquicia.
Hasta que en 2007 la onda del progresismo nos alcanzó. Hubo una robusta recomposición del Estado, que pudo hacer una auditoría de la deuda externa que liberó buena cantidad de recurso para lo social. La inversión social se disparó, el desarrollo humano fue clave para evitar lo que hoy nos acecha, nos daña gravemente: las bandas delincuenciales y el crimen organizado.
Rafael Correa entregó el poder con una tasa de 5.6 asesinatos por cada cien mil habitantes; hoy con la vuelta del neoliberalismo, desde 2017, y el criminal descenso de la inversión social, esa tasa está cercana a los 40 asesinatos por cada 100.000 habitantes: más de siete veces. Eso se lo podemos atribuir, en buena parte, al neoliberalismo.
Pero la dolarización también ha hecho su trabajo, porque hoy sabemos que un 4 por ciento del PIB del Ecuador, más de 110.000 millones de dólares, se lava en los meandros de esta sociedad.
Guayaquil y Quito, puerto y capital, las ciudades más grandes, un poco más de 3 millones de personas cada una, esas son las dimensiones de mi país, no acopian, ni de lejos, los más 4.400 millones del narco lavado, las dos ciudades apenas suman 1.800 millones de dólares de presupuesto anual. El dólar como moneda de curso nos convirtió en lavandería, con caños que expulsan enorme y peligrosa descomposición, todo muy escatológico.
Argentina, cuyas dimensiones son mucho mayores, empezando por el PIB, más de 630.000 millones de dólares, debe tomar muy en cuenta lo de Ecuador. Dólar, extremismo económico y abandono social, sin fuerte presencia del Estado, es un coctel que lleva a las sociedades al borde del abismo, así no hay sueño utópico posible, todo adquiere dimensiones muy perversas en donde la vida, el derecho humano fundamental, vale nada, no es hipérbole: el miedo a morir en manos de un sicario está muy presente en esta cotidianidad neoliberal, cuyo ariete, para el caso ecuatoriano, fue la dolarización.
* Comunicador, cientista social y exvicecanciller de Rafael Correa