“Conocer de dónde venimos para saber hacia dónde vamos”. La frase, quizás algo genérica, aplica a la perfección para comprender el rol de la zooarqueología, disciplina que estudia las relaciones entre los humanos y otros animales en el pasado y a lo largo del tiempo. En una época en los que se pone bajo la lupa el rol de los científicos en Argentina y la importancia de sus investigaciones, resulta sustancial desmenuzar algunos de sus trabajos para ver con mayor claridad el valor que poseen.

Y si de científicos relevantes se trata, un nombre que prevalece actualmente es el de Mariana Mondini, doctora en Arqueología que se desempeña como investigadora del Conicet y de la Universidades Nacionales de Córdoba (UNC) y de la Universidad de Buenos Aires (UBA). La investigadora fue electa en agosto pasado como la primera Presidenta Latinoamericana del Consejo Internacional de Zooarqueología (Icaz, por sus siglas en inglés).

La organización cuenta actualmente con casi 700 miembros, provenientes de unos setenta países, entre los que figura Argentina. La elección de Mondini obedeció a una votación interna en la que prevaleció su figura como consecuencia de los múltiples aportes realizados a esta disciplina.

¿Pero cuál es en concreto el aporte de la zooarqueología? ¿Cómo se aplica al contexto en el que vivimos? ¿Qué valor tiene conocer los vínculos de las sociedades precoloniales con los animales? Para la académica, el acceso al conocimiento es un derecho humano básico, que permite comprender cómo comunidades de siglos anteriores sortearon los cambios climáticos. Un saber que puede permitir encarar el futuro.

Sobre ello y mucho más dialogó en un mano a mano exclusivo con el Suplemento Universidad de Página/12.

-- ¿Cómo se le explica a quién nunca oyó hablar de esta disciplina la importancia que tiene la zooarqueología?

--Podemos hablar de múltiples aportes que ofrece. Por mencionar un ejemplo, la zooarqueología nos permite tener algunos registros sobre cómo eran las prácticas ganaderas tradicionales sobre animales autóctonos previo a la llegada de la fauna europea, que tuvo un impacto muy grande en la época colonial y trastocó la forma tanto de criar como de cazar. Estas metodologías quedaron algo olvidadas y esta disciplina nos permite tener ventanas para ver cómo eran todas las variantes de aquellas prácticas ganaderas.

--Mencionó en alguna ocasión que cuentan con estudios que les permiten ver cómo sociedades pasadas lidiaron con los cambios climáticos de la época. ¿Qué valor tiene esto en un contexto de sequía y en el que se habla tanto del calentamiento global?

--Nuestras investigaciones nos han permitido observar en el pasado situaciones de cambio climático que llevaron a un aumento importante de la temperatura, la aridez y de la fluctuación en el clima para ver qué tan estable o inestable se vuelve. Esto ya ocurrió, no decimos que es igual a lo que sucede ahora, pero lo importante es que nos permite ver las maneras en que distintas poblaciones reaccionaron a cambios que pueden ser más o menos parecidos. De alguna manera podemos aprender de nuestros ancestros sobre cómo se adaptaron o no a fenómenos que quizás ya sucedieron, aunque con una diferente magnitud. Y en este proceso las ciencias sociales cumplen un rol fundamental porque muchas veces el cambio ambiental es generado por los humanos.

--¿Cómo es el trabajo de campo para recuperar información relevante y cuáles son las zonas del país más interesantes para investigar?

--Suele hablarse mucho del noroeste argentino como zona rica para la realización de investigaciones arqueológicas, pero en realidad se trabaja en todo el país. Lo importante siempre es hacerse las preguntas correctas. No es lo mismo lo que se preserva en la Puna, que presenta un ambiente árido que conserva todo como si se hubiese depositado ayer, que en la Patagonia. Hace un par de años encontramos en Catamarca heces de un puma de fines de la edad de hielo, y tras analizarlo vimos que contenía parásitos a los cuáles pudimos hacerles análisis de ADN. Resultó ser el más antiguo del mundo. Descubrimos el ADN más antiguo del mundo de un parásito. Ese fue un hallazgo que demostró la presencia de la especie en la zona antes de la llegada de los seres humanos.

En lo que refiere al trabajo de campo buscamos cualquier evidencia que nos sirva para responder una pregunta, partiendo por lo general de un punto de vista escéptico del mundo empírico. Lo más útil es el contexto en el que un objeto se encuentra y no se trata de contar con herramientas o tecnología muy sofisticada para ir al campo. La clave es hacer buenas preguntas y contar métodos para maximizar la evidencia, sin que nada se pierda.

--Estudió en Madrid y trata con científicos de todo el mundo. ¿Qué visión tienen en el exterior del Conicet, y qué siente cuándo ciertos sectores políticos buscan minimizar la utilidad del trabajo que desarrolla el organismo?

--La reputación que tienen afuera de la ciencia argentina en general es muy buena. Incluso en países del primer mundo se sorprenden que, con menos recursos económicos, podamos tener en el país investigaciones tan robustas. El problema que tienen quizás algunos sectores de derecha es que plantean la existencia de una ciencia más “útil” para el mercado y otra prescindible, que básicamente son las ciencias sociales. Algo que habla de un profundo desconocimiento. Considero que el acceso al conocimiento es un derecho humano básico, y por eso es tan valiosa la educación tanto pública como gratuita en todas sus esferas.

--¿Qué es lo que más te apasiona de su profesión?

--Me emociona mucho la comunicación entre los humanos y otros animales. Poder ver unas ventanitas de cómo era ese vínculo en el pasado me parece algo fascinante. Es algo que permite comprender cuestiones vinculadas al cambio climático o a modos de vida tradicionales que están extinguiéndose y que, de poder recuperarlos, nos harían vivir mucho mejor.