La Argentina debe ser el único país del mundo que exporta todo lo que come, cuando digo todo, es todo. carne, harinas, cebolla, papa, lechuga, pimiento, lácteos, arvejas, lentejas, porotos, mosto, etc. Y lo hace con escasas (casi nulas) regulaciones y sin balanzas operadas por el Estado Nacional. Imposiciones del modelo sojero agroexportador que derrotó al Estado Nacional en la década del 90. Así se eliminaron la Junta Nacional de Granos, Carnes, la CAP, se privatizaron puertos, trenes, el Paraná y se liquidó a precio de chatarra la Flota Mercante. Triunfaron terratenientes, latifundios y agroexportadores, que hoy fijan el tipo de cambio y que obtuvieron un exitazo: instalar en la cabeza de los argentinos y argentinas que: “todos somos el campo” y que producimos y exportamos alimentos para 400 millones de personas. Verdaderos mitos urbanos. Menen, Cavallo y Felipe Sola lo hicieron.
La sojización trajo aparejada la deslocalización en la producción de alimentos, haciéndoles recorrer miles de kilómetros por camión hasta llegar a los consumidores. Una irracionalidad logística inexplicable, que vino unida a la concentración económica, el acaparamiento de tierras y el rentismo rural. Revertir esto no es trabajo de un día o de apretar un botón; lleva como mínimo una década: lo que demoró la sojización en imponerse a la chacra mixta.
La economista Julia Strada, entrevistada por Eduardo Aliverti, comunicó un dato asombroso sobre el precio de los alimentos. En los últimos 18 meses el IPC en alimentos aumentó un 30,7% más que el dólar contado con liquidación. Y si tomamos el dólar oficial los alimentos subieron un 48,8% más. Aunque es un dato impactante, pasó absolutamente desapercibido. El que apuesta al dólar pierde: ¡gana la lechuga!
Es elemental vincular este índice de precios de alimentos con el 40,1% de pobreza y el 9,3 de indigencia. “El trigo pone y saca gobierno desde hace 5000 años” dice un viejo aforismo, significando la incidencia del precio de los alimentos en la política y en la gobernabilidad. En el viejo FdT nunca llegaron a registrar tan simple razón.
El periodista Mariano Zalazar hizo un ranking de los 10 productos alimenticios que más aumentaron en los últimos 5 años (3 del macrismo y 2 nuestros): Son datos a abril de 2023: papa.1.849%; cebolla: 1.739%; manzana: 1.557%, papa:1.443%; zapallo: 1.420%; lechuga: 1.186%.En el mismo periodo el IPC general aumentó un 886%; el salario registrado, 679% y el salario informal 465%. No busquemos más: ahí está la “insatisfacción democrática”, porque estos índices afectan a todos/as, pero no a todos/as por igual. Los trabajadores formales tienen las paritarias para amortiguar el deterioro. Pero los 1.439.000 desocupados, los 5.529.000 asalariados no registrados, y los 4.275.000 cuentapropistas, componen un universo de más de once millones de compatriotas que están sin defensa frente a la inflación. Y en alimentos es devastadora. Ahí están los 4.100.000 votos que perdimos en el 2021.
Ahora bien: ¿cómo puede ser que la lechuga o la acelga que vienen “guachas” con solo tirar un puñado de semillas, o la papa o lo que sea de productos tan básicos cuyo cultivo lleva milenios, pongan en jaque a un gobierno popular que sacó doce millones de votos? Es realmente increíble. Este “detalle” lleva implícito un profundo desconocimiento del territorio que se gobernó, y de todo lo que se podría hacer con un poco de creatividad y audacia política. El gobierno siempre termina negociando con los mismos que después suben los precios. Esta ceguera inducida genera mucha sospecha de connivencia entre funcionarios y monopolios integrados verticalmente, que extorsionan a la democracia escondidos detrás de cadenas agroindustriales. Por eso, la decisión de Sergio Massa de habilitar el Registro Único de Solicitantes (RUS) de lotes de hasta 10 hectáreas para la producción alimentos, es muy positiva y esperanzadora. ¡¡¡Es por ahí!!!
Otra decisión urgente es crear el Ministerio de Agricultura Familiar, orientado a la producción de alimentos (no a generar una nueva burocracia agraria con residencia en las grandes urbes). Hay que fortalecer con plata -¡si, plata!- las experiencias exitosas en los territorios, tanto de organizaciones sociales como de municipios, que producen para la soberanía alimentaria. Somos alrededor de 2800 pueblos con menos de 5000 habitantes. Empecemos por ahí, con un programa de producción local de alimentos financiado con las Leliq que amontonamos en el Banco Central, generando inflación y negocios financieros improductivos. Necesitamos una iniciativa como la de CFK y Boudou con los créditos del bicentenario, pero ahora dirigidos a pequeños productores. Eso -además- es ARRAIGO.
Es imprescindible abrir un Registro de Chacra Mixta, para ofrecer una alternativa a quienes quieran abandonar el monocultivo o dejar de ser rentistas y reconvertirse. Para esto NO hacen falta dólares, todo se hace con pesos que “fabricamos” nosotros. La Argentina debe crear un Instituto de Colonización Agraria, al estilo uruguayo o de lo que fue el Consejo Agrario Nacional Y, como lo hizo Perón, abrir la Gerencia de Créditos Agropecuarios en la órbita del Banco Nación, para que sea la ventana que financie el cambio de modelo productivo. Hay que encaminarse hacia lo agroecológico para lo cual, aparte del financiamiento, es necesario fomentar la transferencia de conocimiento y capacitación en esta forma de producir. Un ejemplo de esto es lo que se está construyendo en Máximo Paz entre la Comuna, el Ministerio del Interior y el de Ciencia y Técnica, junto con el INTA e ITEC YPF. Ese es el camino. Así lo hizo Perón, así lo está haciendo Axel Kicillof. Lo que NO podemos es seguir copiando recetas agrarias de derecha, designar funcionarios públicos empleados de agroexportadoras o directivos de la Bolsa de Cereales, que después aparecen con proyectos delirantes como las granjas chinas, o que Cargill financie la siembra de maíz para la agricultura familiar. Ni hablar de los que operaron contra la estatización de Vicentin. Todas estas ideas las hemos desarrollado junto a Mempo Giradineli en un libro que publicó Página 12: “20 propuestas para una agricultura nacional popular”. Son fáciles, sencillas y baratas de aplicar: solo necesitan voluntad política.
Los gobiernos populares van a elecciones cada dos años; el poder nunca. Y los monopolios conspiran, siempre. Ellos no necesitan votos para llegar al gobierno: nosotros sí. Y para que podamos obtenerlos es imprescindible que la gente viva mejor. Sergio Massa lo entiende muy bien. El precio de los alimentos es un arma letal para atacar la base de sustentación de los gobiernos populares. Pactar con los monopolios sólo sirve, temporalmente, si hay en marcha un plan de sustitución y una alternativa a ellos. Sino, es rendición y no hay gobernabilidad popular posible.