Este nuevo libro de Louis-Ferdinand Céline es el resultado de una novela real. Al tener que huir del país debido a que los aliados estaban desembarcando en las costas de Francia, Céline, junto a su mujer y Bebert, el gato preferido, toma lo necesario y parte al exilio. Quedaban en un viejo armario, ordenados en varias cajas, gran cantidad de manuscritos que el escritor ya casi ni tenía en cuenta. Céline cruza la frontera al mismo tiempo que su casa es invadida. Un integrante de la resistencia, Morandat, descubre esas cajas y las guarda. Finaliza la guerra y Céline, que se ha salvado de morir frente a un pelotón de fusilamiento en Suiza, vuelve a instalarse en Francia, Meudón, donde muere en 1961. Aquellos manuscritos olvidados, por decisión de los descendientes de Morandat son entregados a Jean-Pierre Thibaudat, famoso periodista del diario Liberation. El periodista no se los entrega a la viuda pensando que ella, además de hacer dinero con los textos, los expurgaría de todo lo que pudiera incriminar al autor. Al morir ella, Thibaudat busca entregarlos a una institución cultural, pero ante los reclamos de los legítimos herederos debe entregarlos a la Justicia. Gallimard, que había publicado Rigodón (última novela de Céline, escrita en su cama de enfermo, en la que muere al ponerle el punto final), y otros originales con el título de “Guerra” (2022), da a conocer estos inéditos en este mismo año 2023. 

La edición reúne dos historias medioevales, que en realidad son una misma, reescrita. Se trata de dos textos inconclusos e imperfectos, que nos introducen en la época de Brueghel y Jerónimo Bosch: La Légende du Roi René se supone que fue escrito alrededor de los años 30, y La Volonté du Roi Krogold en los finales del 30 y principios del 40. Se rumorea, sin convicción, que el editor de entonces, Denoel, el que había publicado “Viaje al fin de la Noche”, no había querido dar a conocer esos textos medievales porque desconcertarían a los lectores del Viaje. Céline, testarudo, incluyó fragmentos en Muerte a Crédito, su segundo estupendo libro, opacado injustamente por ser, precisamente, el segundo después del deslumbrante Viaje. El que ahora nos ocupa, La voluntad del rey Krogold, es un libro a medio terminar. Algo que en el arte no es novedad. Todo artista se lleva a la tumba su mejor obra. Literariamente están los ejemplos de Stendhal (Lucien Leuwen, el genial Lamiel ), Marivaux (varias novelas sin conclusión), Aragon (La defensa del infinito), Kafka (El juicio, El castillo, que nunca fueron organizadas por su autor sino póstumamente por sus amigos, y que nunca tuvieron un capítulo final); Mallarmé (Noces d'Hérodiade), y tantos otros casos… 

En 2011, el presidente Nicolás Sarkozy (atentísimo lector de Céline) intentó llevar a cabo un homenaje público al escritor, pero, ante sugerencias de otros miembros del gobierno, contemporizó para evitar fisuras nunca oportunas, y no llevó a cabo el evento. Sólo la intención bastó para que el fallido homenaje público desbordante de sinceridad, conmoviera a intelectuales, escritores y lectores que siguen declarando su amor incondicional al autor que tanta influencia ha tenido en las posteriores generaciones y creadores como Henry Miller, Kerouac, Allen Ginsberg, Burroughs, Bukowski, Kurt Vonnegut… ¿Qué secretos nos puede descubrir este texto, en apariencias tentativo e inmaduro, que fuera rescatable y valioso para su autor? Pues, en el texto más antiguo, La leyenda del rey René, aparece una pareja que volverá a figurar en Guerra, y en Muerte a crédito; se trata de un par de amigos. El uno, Thibaud (sin dudas el doble del mismo autor), es un trovador que gusta de seguir a los héroes para cantar sus aventuras, y además es un personaje de la picaresca adicto a hurtos despiadados, disfraces, mentiras y más recursos vergonzosos para sobrevivir entre bárbaros brutales. El otro, Joad, es ingenuo e inerme. Thibaud, de una pedrada singular e inesperada, sin motivo ni rencor explicativos, mata al padre del amigo, de forma tan lograda y traicionera, que este nunca sospechará del trovador escurridizo. El tema del crimen no confeso e insospechable, seguido por la prudente fuga, es el secreto especial que el narrador conserva como prenda mágica. Es así que va apareciendo el Céline maduro, nietzcheano, enumerativo e imprecador, tan malherido por la vida que sólo aspira a la muerte por ser la única verdad, pero no la muerte como derrota, sino como la rúbrica de la desesperación: “a mí hay que matarme matando”. Así se entiende que Thibaud mate con furtiva eficacia al padre de su amigo, simplemente por sentirse representante impersonal de los gordos, de los ricos, de los comelones sin asomo de culpa: “Al padre de Joad le costaba más la mala digestión que el morir, cuando la piedra así lo decidió, certeramente lanzada”, remata. Sarcástico y feroz según su costumbre, Céline le pone broche de oro a su relato burlesco con otro asesinato enigmático, celebrado por un fraile hipócrita y piadoso llamado, irónicamente, “Escrúpulo”. Se nos dice que estos textos Céline los guardaba como un auténtico talismán. Era su primera tentativa literaria, todavía no había cuajado su pugnacidad e inventiva torrencial, en el estilo tan personal suyo que sigue siendo objeto de admiración impertérrita por parte de los admiradores franceses, hasta el punto de que se le sigue rindiendo culto con publicaciones impenitentes, y hasta lecturas de sus textos por televisión. 

En el Canal 5 de Francia hay un programa de lecturas de textos universales que lleva el nombre de su novela clave, y por las dudas, en los títulos, se aclara que sí, que el programa es un homenaje al autor de Viaje al fin de la noche. Por fin, Si se quiere, puede leerse La leyenda del rey Krogold como una confesión, a través del personaje de Thibaud. El libro tiene la misma carga de honestidad que todo lo que escribió Céline, y que, por ello, lo convierte en un planisferio tan aplastante y único en la literatura de todos los tiempos.