La verosimilitud del anuncio de algunos candidatos de disminuir o suprimir impuestos se apoya en falsedades sostenidas por medios hegemónicos que crearon "el monstruo". Dos de ellas son importantes: por un lado afirman que los impuestos pagados por los argentinos son los más elevados del mundo en términos del PIB. Por otro lado, que el Estado es elefantiásico.
Estar en contra de pagar impuestos no es una novedad y es un argumento fácil para ganar votos. Antes de la Revolución Francesa, los plebeyos clamaban por la justicia social ya que los aristócratas y los curas no pagaban impuestos. El reclamo comenzó siendo justo, pero después fueron los ricos plebeyos quienes no querían pagarlos. Estos les encargaron a los economistas ortodoxos que les proveyeran de argumentos para explicar su posición de manera científica.
Salieron en respuesta a ese pedido dos argumentos: el “efecto de evicción”, que significa que lo que cobra el Estado disminuye el gasto privado, lo que es falso porque el Estado gasta los impuestos por lo que no hay una caída de la demanda. Propusieron que, en lugar de cobrar impuestos, lo mejor es endeudar al Estado. La segunda mentira es que el Estado es menos eficaz en el gasto que los particulares, que son racionales. Según este argumento los ricos que fugan capitales provocan un daño menor que el de rellenar un bache en la calle. Los ejemplos se pueden multiplicar.
Impuestos excesivos
Esta temática es la preferida de los medios hegemónicos. En la inauguración de la Exposición Rural, el presidente de la Sociedad Rural explicó que sus huestes habían pagado 130 mil millones de dólares de retenciones en los últimos 23 años. La cifra impacta, pero no es para tanto: son 5,6 mil millones de dólares por año, mucho menor que la evasión fiscal del sector y apenas un tercio del IVA que pagan los trabajadores.
Los economistas ortodoxos aseguran que los impuestos son excesivos. En su primera conferencia de prensa de enero del 2016, el entonces ministro de Hacienda Alfonso Prat Gay, explicó que el "odiado" gasto público, solo representaba 28,5 por ciento del PIB. En un reciente ataque de sinceramiento, una economista ortodoxo sostuvo que el gasto público actual “debido a la inflación” es, en valores constantes, inferior del 11 por ciento al del 2015. En claro representaría 25,41 por ciento del PIB. Según el Banco Mundial en 2021 el mismo dato era del 22,9 por ciento mientras que en Chile llegaba 30,7 por ciento, en Uruguay al 34,6 por ciento, en Brasil de Bolsonaro 32,2 por ciento, y en Francia es del 56 por ciento.
Los medios de comunicación crearon un contexto ideológico discursivo que corrió el debate económico hacia la extrema derecha, lo cual justifica todo tipo de exabruptos con el objetivo de dar credibilidad a medidas inverosímiles que conducirán a fracasos, como el padecido durante el periodo de Mauricio Macri.
El objetivo de la campaña de comunicación contra el pago de los impuestos personales es desfinanciar al Estado. A la vez, se propone privatizar y transferir parte de su rol a grupos financieros privados que pueden acrecentar su poder de coerción en la sociedad y obtener ganancias extraordinarias como es el caso en el sector del gas o la electricidad.
Este contexto equívoco conduce a debatir sobre propuestas de extrema derecha tan extravagantes como la dolarización, la instauración de una “anarquía capitalista creadora”, o la disminución de más de la mitad del gasto público cuyas consecuencias perniciosas fingen ignorarse. Los medios banalizan los efectos de la privatización de empresas fundamentales para el desarrollo, que son envidiadas por muchos países y las consecuencias de cercenar derechos sociales como la educación, la salud, la jubilación. Se propone además desfinanciar las estructuras del desarrollo económico como el transporte, la investigación científica, el cambio de la matriz energética en el marco de la crisis climática, entre otros. Y, sobre todo, se publicitan políticas fiscales regresivas tratando de proscribir los impuestos personales y progresivos que desfinanciarían al Estado.
Crecimiento con inclusión
No existen naciones ricas con Estados pobres. Perón explicó esto de manera sintética: “La economía nunca ha sido libre: la orienta el Estado en beneficio del pueblo o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste". Mantener y promover políticas de Estado está inscripto en el ADN del peronismo. No hay crecimiento económico en países en los cuales el Estado se desvanece, ya sea por la desidia de los gobernantes, porque sucumben al canto de las sirenas neoliberales, a la indolencia o a la inacción.
La historia argentina muestra, desde la Década Infame, que los gobiernos oligárquicos o fuertemente condicionados por el poder de los terratenientes y el capital transnacional tuvieron tasas de crecimiento anémicas. Entre 1946 y 1975, la tasa de crecimiento anual del PIB fue del 3,9 por ciento. Entre 1976 y 2003 cayó al 1,3 por ciento por año, vale decir que fue tres veces inferior. Entre 2003 y 2015 fue del 3,6 por ciento anual. Recordemos que Macri redujo los impuestos de los ricos y bajó el gasto público con respecto del PIB, lo que devino en un achicamiento del 4 por ciento del mismo.
La distribución del ingreso en el país tuvo una evolución inversa. Thomas Piketty expone que la parte del PIB obtenida en Argentina por el 1 por ciento de los que más ganan pasó del 26 por ciento del PIB en 1944 a 6,7 por ciento del PIB en 1974. La colección de datos para esta serie fue suspendida entre 1975 y 1998. Cuando fue retomada ese 1 por ciento recibía 12 por ciento del PIB y subió al 16,5 por ciento del PIB en 2002. Empalmando la serie con las series del INDEC sabemos que en 2003 el 10 por ciento que ganaba más recibía el 39,3 por ciento del PIB (una participación superior a la de Marruecos) mientras que el 10 por ciento que ganaba menos en esa fecha recibía solo 0,7 por ciento del PIB. En 2012, el 10 por ciento que ganaba más vio su parte en el PIB reducida al 28,2 por ciento mientras que el 10 por ciento que ganaba menos en 2012 recibía 2 por ciento. Esto indica que, aunque la redistribución haya sido insuficiente, la economía crece más rápido cuando la distribución del ingreso es más justa e igualitaria.
Una distribución equitativa de ingreso es más eficaz para el crecimiento que la desigualdad y el enriquecimiento de una minoría, como sostiene la teoría ortodoxa. Keynes explicó que la parte del ingreso que se gasta en bienes de consumo es menor a medida que aumenta el ingreso ya que, una vez satisfechas las necesidades primarias, las familias compran otro tipo de bienes o atesoran una parte de su ingreso. A la inversa, los que ganan más tienen una propensión al consumo más baja y algunos muy ricos solo gastan una parte ínfima de su ingreso en consumo, lo cual no significa que lo inviertan en nuevos emprendimientos que creen empleos sino que pueden fugarlos. El crecimiento económico no tiene nada de mágico: es mayor cuando la distribución del ingreso es más equitativa y los impuestos pagados por los ricos son más elevados. Es mayor cuanto mayor es la Justicia Social.
*Doctor en Ciencias Económicas de l’Université de Paris. Autor de “La economía oligárquica de Macri”, Ediciones Ciccus Buenos Aires 2019. [email protected]