Todo empezó en la casa de su abuela Cayetana, en la capital de San Juan. Juan Pablo recuerda tener entre cinco y seis años cuando en las tardes de calor se ponía a jugar con canciones. Era una forma de divertirse, nada serio. Se ponía a cantar melodías cortitas y fáciles, las inventaba de cero. Su abuela las escuchaba y luego él se ponía a agrandarlas, a darles más desarrollo.
Dice ahora Juan Pablo Jofré, bandoneonista argentino de 40 años que vive en Seúl junto a su compañera coreana, que en esas pequeñas canciones para su abuela nació el compositor. Un niño que no podía parar de escuchar música en su cabeza, al que sacaban de la clase por distraído, el que después repitió algunos años. “Lo más interesante es que esa 'discapacidad' fue la que me sacó a flote, nunca imaginaría que 30 años más tarde estaría grabando mi música con la sinfónica de Londres. Por eso cuando escucho a padres lamentarse de sus hijos por mala atención en la escuela, les digo que traten de ver qué hay en esa nube que pasa por ahí. Esa nube puede estar llena de genialidades”, evoca Juan Pablo, que acaba de ser nominado en la categoría “Mejor Obra/Composición Clásica Contemporánea” en la próxima edición de los premios Latin Grammy por su obra Aboriginal.
Aboriginal es un movimiento de siete minutos incluido en su doble concierto para clarinete, orquesta y bandoneón, algo que supo interpretar con la London Symphony Orchestra bajo la dirección del italiano Enrico Fagone. “Está inspirado en la crudeza, los ritmos y el diálogo entre dos tribus que están representados por el clarinete y el bandoneón, generando distintos rituales y movimientos dentro de una misma tierra”, lo define. Pero el sanjuanino vuelve a los orígenes. A la casa de su otra abuela, Mirella, donde se escuchaba tango todo el día, maravillado con su enorme colección de las mejores orquestas. “Nos dormíamos escuchando a Aníbal Troilo, Leopoldo Federico, Pugliese. Mi abuelo Enrique tocaba el piano. En casa de mis abuelos muchas veces cuando me querían decir algo me cantaban un tango con la letra relacionada a lo que me querían decir. 'Así lo dice Cafetín de Buenos Aires', por ejemplo, y mi abuelo tarareaba alguna estrofa”.
En la adolescencia se sumergió en el rock y en el pop, descubrió los Beatles, Sui Generis y Fito Páez, y luego se fue a lo más pesado, Metallica, Pantera, Sepultura. A los 14 tocó metal con la batería y probó con la guitarra. El tango parecía lejano pero por su madre se acercó a la música clásica, con discos de Dvorak, Albéniz, Rimsky-Korsakov. “Sentía las misma locura con la Sinfonía No. 7 de Dvorak que con Master of of Puppets de Metallica”, recuerda. Así fue que entró a la Universidad Nacional de San Juan, estudió teoría y lenguaje musical, piano, armonía y pasó por otros instrumentos como el fagot, el contrabajo y el vibráfono. Nada lo convencía.
“Por dos años estudié canto lírico con Antonieta Chiapinni e ingresé al coro de la Universidad, tuve la suerte de cantar Cavalleria Rusticana y Carmina Burana, pero me daba cuenta que en los ensayos me pasaba mirando otra cosa. Me volvían loco las orquestaciones y las composiciones”. Hasta que un día su tío Héctor puso un cassette y le dijo: “Tenés que escuchar este compositor, se llama Astor Piazzolla”. Y el rumbo cambió para siempre. En Piazzolla escuchó todo junto: la energía del rock, la riqueza de la música clásica, la lírica del tango. Se puso a escribir sus primeras composiciones y quería incluir bandoneón; al poco toco tiempo no encontró músicos dispuestos a interpretarlas, y entonces se puso a estudiarlo.
A los 19 años vio uno en una tienda de música y le propuso al dueño un cambio mano a mano por su batería. “Me senté en el sofá, empecé a descubrir los colores del fueye y sentir la nostalgia que expresaba. Dejé de escribir y me dediqué a estudiarlo”, rememora. Se encerraba en su cuarto, practicaba de forma autodidacta con Bach, Mederos, Federico, Piazzolla. Se mudó a Mendoza. Cierta noche se cruzó con Rubén Juárez, se quedaron tocando hasta la madrugada. Conoció a Daniel Binelli -“me escuchó tocar una obra de Federico que se llama Capricho Otoñal y se sorprendió, me dijo que si seguía estudiando veía en mí una carrera internacional”-, luego tuvo audiciones con otros directores de orquestas como Pedro Ignacio Calderón, quien le escribió una carta de recomendación. Con ella, consiguió una beca para estudiar tres años con Julio Pane en Buenos Aires, después comenzó giras en el extranjero hasta llegar a Nueva York.
En Estados Unidos volvió a componer y se cruzó con Fernando Otero. “Me dio unas partituras, estudié como loco porque eran muy difíciles y ricas. Me invitó a un concierto y aprendí mucho no sólo de composición sino de interpretación”. Suerte de esponja musical, por Otero conoció a Paquito D'Rivera, que le abrió el abanico del jazz. “Con él toqué en teatros enormes y me enriquecí con su hermosa música. Pero a su vez quería descubrir mi propia voz y aposté a mi carrera de compositor”, sintetiza Jofré, que entonces formó sus quintetos, arregló música, estudió orquestación con Ezequiel Viñao y conoció a dos productores, Gustavo Szulansky y Daniel Freiberg, quienes trabajaron en su primer disco.
El New York Times le dio un espaldarazo al reseñar su álbum. Leyendo sobre su vida se le acercó el músico Michaetl Guttman, de Bélgica, quien le hizo su primer encargo sinfónico para un concierto para violín y bandoneón que luego grabó la Orpheus Chamber Orchestra, una de las orquestas de cámara más prestigiosas. Revistas especializadas de música clásica lo consideraron como un joven talento, y se presentó en salas como el Carnegie Hall, Lincoln Center, Taiwan National Theatre, Teatro Morlacchi de Italia, The Kennedy Center y Mikhailovsky Theatre de San Petersburgo. En 2022, en uno de sus tantos regresos, estrenó música propia en el CCK de Buenos Aires como invitado de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Hoy, entre el tango y la música clásica, Jofré formó su grupo llamado Hard Tango, es especialista en Piazzolla y Villa-Lobos, y grabó de forma independiente –“rechacé contratos de multinacionales porque no me aportaban absolutamente nada”- su último disco Dúo junto con la violinista coreana Kyung Sun Lee. Desde Seúl dice que vive en estado nómade girando por todo el mundo, donde suele grabar con las más reconocidas orquestas. “Mi casa parece estar en los aeropuertos, vivo con los horarios cambiados, en permanente jet lag. Pero eso no me quita el foco en el bandoneón, que todavía es un instrumento poco explorado en la música universal. Y eso que hasta Kurt Weill lo usó para una de sus obras”.