Pretender destruir el Estado como explícitamente propone Javier Milei, el candidato de La Libertad Avanza (en adelante LLA), es -ni más ni menos- que intentar terminar con una formación política, social e institucional que tiene en la historia de la humanidad occidental más de cinco siglos y que, en la historia de la Argentina reciente, adquiere características producto de un acuerdo democrático que lleva 40 años que de vigencia. Esta formación institucional que llamamos Estado y que desenvuelve en tres niveles: municipal, provincial y nacional impregna nuestras vidas desde que nacemos -incluso antes- y también, después de morir.

Las ramificaciones y las formas de tocar nuestras vidas cotidianas individuales y colectivas, son infinitas. Por lo que promueve, prohíbe, regula, nombra y ordena. En primer lugar, y sólo para nombrar algunas, es el Estado el que nos da la identidad como ciudadanas/os/es a través del DNI. Asimismo, a poco de nacer, el esquema de vacunas que es obligatorio completar lo establece el Estado y es éste el que lo proporciona. Todos, absolutamente todos los alimentos y medicamentos que circulan -y que consumimos- por el suelo de nuestro país los controla la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) que es un organismo del Estado. Si colocamos atención por ejemplo, al salir de nuestras casas, notaremos que la orientación por la cual se circula por las calles o avenidas, las establece el Estado; los árboles -pocos, escasos o muchos- de la cuadra también son decisiones estatales. Los niveles de contaminación del aire, del agua y sonoros -por nombrar solo algunos de ellos- los debe controlar el Estado.

A lo largo de nuestras trayectorias vitales, circulamos -algunas/os/es más o otras/os/es menos- por la educación formal. Los títulos que una persona obtenga desde preescolar hasta niveles de posgrado los otorga el Estado, incluso los que provienen de instituciones privadas. Y la posibilidad o no de acceder a este derecho, también pasa por un decisión Estatal. Ingresar o emigrar del país está mediado por controles y en últimas instancias, por decisiones estatales. El voltaje de la electricidad 220v es, también, una decisión estatal. Que nuestros celulares funcionen con velocidad de 4G lo regula el Estado. Que al abrir la canilla, salga o no salga agua, es una decisión estatal. Las rutas, los semáforos, los carteles, las escuelas públicas y los sueldos docentes de escuelas públicas y de la mayoría de las escuelas privadas, las Facultades, los hospitales y centros de salud y en consecuencia el acceso a la salud para la gran mayoría de la población, las veredas, las cloacas, las bibliotecas, las patentes de los autos, en fin, la lista es casi infinita, porque la garantía del acceso a todos los derechos y servicios que consideramos consagrados -en mayor o menor grado- deviene del Estado. El sentido y el alcance que estos tienen, no se establece por una imposición despótica, sino que surgen a partir de discusiones políticas colectivas que el Estado sintetiza y que son modificables. En suma, el Estado representa un cúmulo de prescripciones materiales y simbólicas que delimitan, dirigen, ordenan y amparan la vida individual y colectiva ¿por qué si no, las fuerzas que se plantean "destruirlo" quieren tomar su control?

A la innegable ineficiencia del Estado en muchas de estas materias (¿alguien puede negar acaso que muchos de estos derechos no se encuentran plenamente garantizados?), LLA opone y ofrece la utopía del libre mercado. La posibilidad de venderlo todo, incluso partes de nuestros cuerpos, para garantizarnos de modo individual lo que el Estado “falla” en darnos por la vía política y colectiva. El proyecto de gobierno del candidato de LLA, Javier Milei, es un dejavu o un sueño afiebrado, desnudo y radicalizado que nos remite a la década de 1990 cuando, durante los gobiernos de Carlos Menem, se implementaron los planes de privatización de las empresas públicas y la desregulación de los mercados. Unos años después de aquellas privatizaciones, en los ámbitos universitarios que transitábamos circulaba la siguiente pregunta: ¿Por qué un grupo de capitales extranjeros invertiría en empresas estatales que, según el relato de aquellos años previos a las privatizaciones, no servían para nada, eran deficitarias e identificadas como un agujero negro?; ¿Eran tontos los empresarios representantes de los capitales externos que recomendaban comprar tales empresas? ¿Los habíamos engañado con nuestra típica picardía rioplatense para que compraran algo que estaba destruido? Nada de esto, el olfato capitalista rara vez se equivoca y mucho menos, a esas escalas de inversión. El resultado es conocido: desempleo, empobrecimiento de amplias mayorías de la población frente al enriquecimiento acelerado de la “casta” empresarial, nacional e internacional.

Tomando como referencias esas interrogaciones, cabe en este escenario preguntarnos: ¿Por qué el candidato de LLA no coloca toda su energía en presidir a los capitales privados de inversión? ¿Por qué no pretende robustecer directamente al sector privado empresarial y disputar desde allí las funciones, la presencia y el sentido de las cosas públicas estatales? ¿Por qué decide pelear en la contienda electoral por manejar al Estado Nacional, si es éste la conformación de un sistema que detesta? ¿Por qué entra a disputar en la arena política? Porque apuesta a ser la mano no invisible del mercado, manejando el Estado. Porque la destrucción debe hacerse desde adentro. No sólo porque permite apropiarse de las más poderosas herramientas de gestión y recursos nacionales, sino porque también, la disputa política le otorga acceso privilegiado a aquello que dice denostar, pero pretende implantar: la construcción de una experiencia simbólica colectiva. Esto es, llenar de sentido y dar direccionalidad a lo que queremos y entendemos sobre lo común. Quién puede y quién no acceder a los derechos y servicios más básicos que determinan la viabilidad de la existencia y quiénes y cómo deben contribuir a que eso sea posible. Cómo construimos la memoria colectiva y qué proyecto y horizonte futuro conjunto podemos darnos. Esa construcción es la que debe ser disputada, reivindicada, retomada por todos/as/es si las existentes hasta ahora no nos cobijan, pero jamás abandonada.

Vivir en el vacío social es imposible. Vivir sin regular la vida colectiva, es inviable. Las viejas fórmulas que proponen la autosuficiencia individual reglada por el mercado es una falacia que ha probado fracasar en numerosas oportunidades para acercar el bienestar a las grandes mayorías. Sin embargo, debemos asumir que hablar con los/las/les compatriotas que no temen la destrucción del Estado, es hablar con quienes viven, en gran medida, una experiencia de decepción y desamparo frente a un Estado que no logra garantizar el acceso y el derecho a muchos de los puntos que enumeramos. Sin embargo, es en ese terreno político colectivo donde las voces plurales pueden expresarse y cristalizarse. Por ello, destruir al Estado, reduciéndolo a un mero apéndice de los intereses de unos pocos, es un enorme peligro de autodestrucción. Fingir demencia frente a esta posibilidad o descreer de las explícitas intenciones de hacerlo no nos eximirá de responsabilidades, cuando pudiendo evitarlo, no lo hicimos.

*Doctora en Ciencia Política (UNR) - Docente e investigadora de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales - Centro de Investigaciones y Estudios del Trabajo - Universidad Nacional de Rosario. 

**Doctora en Ciencia Política (UNR) - Docente de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales - Co-Directora del Centro de Investigaciones en Gubernamentalidad y Estado (CIGE)- Universidad Nacional de Rosario.