Puan 8 puntos
Argentina, 2023.
Dirección y guion: María Alché y Benjamín Naishtat.
Fotografía: Hélène Louvart.
Música: Santiago Dolan.
Intérpretes: Marcelo Subiotto, Leonardo Sbaraglia, Julieta Zylberberg, Alejandra Flechner, Cristina Banegas, Camila Peralta, Andrea Frigerio, Héctor Bidonde, Mara Bestelli, Lali Espósito.
Duración: 107 minutos.
Estreno: en salas únicamente.
“¿Qué hacer?” Con esta pregunta acuciante, tomada de la de Lenin en 1902, una estudiante del Centro de Estudiantes interrumpe la clase de Marcelo (Marcelo Subiotto), profesor de Filosofía Política en la legendaria facultad de la calle Puán. La UBA se está quedando sin presupuesto y el país está en llamas, explica la alumna, que llama impetuosamente a tomar las calles y “salir a la acción”. No es precisamente en lo que estaba pensando Marcelo en ese momento, absorto en su explicación del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, de Rousseau, que enseña hace años y al que se lo conoce de memoria. Pero esa irrupción y otras realidades vienen de pronto a sacudir la rutina de ese hombre bueno, noble, inteligente, que de pronto deberá preguntarse qué hacer, en su vida personal y profesional, pero también en su vida política y social.
Ese es apenas el comienzo de Puan, la estupenda película filmada a dúo por María Alché y Benjamín Naishtat, que viene de ganar los premios al mejor guión y a la mejor interpretación del Festival de San Sebastián para Subiotto, un actor extraordinario, que recién con esta película consigue su primer protagónico absoluto en el cine.
Es que el personaje de Subiotto es el primer motor del film: como tantos docentes a los que el sueldo no les alcanza, corre de un trabajo al otro, siempre con su mochila cargada de libros y apuntes. La reciente muerte del profesor titular de la cátedra en la que él se desempeña como adjunto lo enfrenta a su vez a la disyuntiva de concursar por el cargo vacante, para el cual él parece el candidato natural. Pero la sorpresiva aparición de Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), una estrella del firmamento académico que vuelve de sus cátedras en Berlín y Nueva York, pone en crisis al atribulado Marcelo, que tendrá que decidir demasiadas cosas en muy poco tiempo.
Planteada abiertamente como una comedia, no por ello Puan resigna inteligencia y multiplicidad de sentidos. Por el contrario, se diría que utiliza las situaciones más básicas del género –como los problemas que tiene Marcelo al enredarse con el pañal de un bebé- para ganarse en buena ley la confianza del público y después ir llevándolo poco a poco a terrenos más complejos que tienen que ver con el pensamiento teórico aplicado a la vida cotidiana.
Al fin y al cabo, Marcelo es profesor de Filosofía y vive en la Argentina, con todo lo que esa combinación significa. Por caso, entre sus varias changas, que no excluyen darle clases particulares a una anciana adinerada que se duerme mientras él le explica apasionadamente el “salto al abismo” que propone Heidegger, Marcelo también ofrece una suerte de Introducción a la filosofía en un barrio carenciado de la ciudad de Buenos Aires (cuyo gobierno por supuesto le paga tarde y mal). Allí, por disposición de las autoridades, deberá ir obligatoriamente acompañado de un gendarme. Pero en lugar de enojarse con el uniformado, lo suma a la clase, lo llama por su nombre como a cualquier alumno y lo pone como ejemplo de la teoría del Estado de Hobbes: ¿por qué tiene que haber allí un hombre armado? ¿Es ese el único modo que tiene el Estado de garantizar la paz y la seguridad?
Nadie parece saber bajar mejor a tierra firme conceptos abstractos que Marcelo. Y, sin embargo, nadie parece complicarse más la vida que él, a tal punto que hasta su hijo en edad primaria le tiene que explicar –cuando Marcelo se abatata con los avances de Sujarchuk sobre la que él considera “su” cátedra- que los deseos de los demás no tienen por qué ser también los suyos.
Su hijo no es el único que se lo dice. Si hay un momento bisagra en Puan es cuando Marcelo va a visitar a la viuda (Alejandra Flechner) de quien fue el titular de cátedra y también su gran amigo. Allí la película frena un poco el ritmo de slapstick que tenía hasta entonces y toca uno de los nudos de Puan: la necesidad de encontrar una voz propia. La viuda le dice que nunca entendió por qué se dice “filosofía occidental”, pero en cambio se habla “pensamiento latinoamericano”, como si fueran categorías de grado diferente. Marcelo le responde que es un viejo debate, que tiene que ver con la falta de tradición filosófica en América latina. Pero queda reverberando en él algo de esa necesidad de autoestima, de reconocerse en sus propios valores, que tendrá su expresión en el magnífico, emotivo final del film.
A diferencia de los films previos de Alché (Familia sumergida) y Naishtat (Historia del miedo, El movimiento, Rojo), Puan es una película mucho más llana y accesible, clásica y lineal en su narrativa. Claramente, apunta a un público amplio, pero no lo subestima: por el contario, confía en él, lo interpela y lo suma al debate, siempre desde una perspectiva amable, generosa. No hay villanos en Puan, ni siquiera Sujarchuk lo es, a pesar de su soberbia importada de Europa. Como decía un personaje de Las reglas del juego, de Jean Renoir: todo el mundo tiene sus razones. Y Puan las escucha todas, con atención y buen humor, sin por ello dejar de ser una película que toma posición. Y que, en ese compromiso, se vuelve también –en un momento de nuestro país en el que está en juego la continuidad de la educación pública de calidad- en un film de una actualidad candente.