Así como en décadas pasadas, el diagnóstico de “bipolaridad” se usaba para dar cuenta de cualquier cambio de humor y, no solo los psiquiatras, sino los mismos sujetos elegían tal nominación para definirse, hoy ocurre lo mismo con el autismo. En Internet algunas personas se autodenominan de esa manera, usando para ello test nada científicos y sin la evaluación de un profesional, también personalidades más “famosas” comparten esa moda. Frente a esa peligrosa extensión en la que se borra la especificidad del cuadro, importa precisarlo.
Desde hace ya casi un siglo existe un interés por el autismo desde la perspectiva del psicoanálisis. La soledad y la inmutabilidad, la fijeza, son dos características que usualmente describen al autismo: niños sin contacto con el mundo, encerrados en actividades solitarias que repiten en forma reiterada. El repliegue autista considerado como aislamiento reenvía una y otra vez a la perspectiva de una ruptura de lazo y al uso de distintas metáforas para nombrarlo. De allí surgen los nombres de "muralla", "caparazón o cáscara dura" e incluso un muro en el que los niños se repliegan para protegerse del mundo. Pero el aporte esencial de Kanner es la inmutabilidad, sameness, que expresa la necesidad de mantener un orden rígido, sin que nada cambie, como una modalidad de defensa contra la angustia. Por otra parte, la soledad no es tan radical como se la puede suponer puesto que muchos niños buscan aproximarse al otro, a sus padres, a su manera.
Eric Laurent introduce la noción de "encapsulamiento autista", no ya rígido como fuera planteado anteriormente, sino elástico, que puede desplazarse. El niño con autismo, que no tiene cuerpo ni imagen, se encierra en un encapsulamiento que funciona como una burbuja de protección, como una cápsula a la manera de los astronautas que se desplazan en el espacio, protegiéndose de las manifestaciones que vienen del mundo exterior. El encapsulamiento es ya una respuesta por parte del sujeto, su invención personal. No se trata entonces de eliminarlo sino de crear un espacio entre el sujeto y el otro en el que se produzcan intercambios menos amenazantes que posibiliten su desplazamiento. No existe un niño-tipo, tampoco en el autismo. Antes bien, todos son diferentes. Las repeticiones no son obsesiones ni manifestaciones deficitarias, más bien intereses específicos, "pasiones", a partir de los cuales podemos entrar en contacto con el niño. Aunque el autismo es un funcionamiento singular que se mantiene estable a lo largo de toda la vida, eso no impide que haya transformaciones en las que se apoya el tratamiento analítico. El niño con autismo se inserta con pocas palabras en el mundo pero que puede complejizarlas en circuitos cada vez más amplios que se enganchan a una imagen. La autista arma palabras, sorteando la enunciación, dice Maleval, utilizando una lengua opaca para los otros, a veces intelectual, sin afectos, con un único sentido para cada palabra, reduciendo las palabras y la lengua a un código constituido por signos que quedan en estrecha relación con el referente, con una adhesividad a la palabra tal como se arma en la situación primera. Pero a su manera pueden llegar a hablar, aunque en la primera infancia presenten dificultades para hacerlo.
Durante el tratamiento los niños hacen funcionar objetos, distintos tipos de materiales, con los cuales van interactuando en su mundo inmutable. Existe en los autistas un "lazo sutil" que posibilita un trabajo analítico, de modo tal de desplazar el muro invisible del encapsulamiento autista, y eso hace que no queden totalmente a solas con sus invenciones. Se trata de extraer al niño de su homeostasis inicial e incluirlo a través del trabajo en transferencia, sin forzamientos, en un desplazamiento que tome en cuenta sus intereses específicos, que logre producir algo nuevo en la repetición a partir de la cesión del objeto. Aun a través de repeticiones monocordes los autistas incluyen las temáticas que los afectan. El discurso del autista no es pura estereotipia, si los escuchamos podemos encontrar, como dice Lacan, que tienen algo para decirnos. Muchas veces la repetición de lo mismo opaca el encuentro con la contingencia de aquello que aparece en forma espontánea en el tratamiento que debe ser escuchado.
Resulta fundamental el respeto por las diferentes soluciones de cada sujeto, a sabiendas de que la cesión de goce que incluye nuevos objetos se produce por iniciativa del sujeto en la medida en que se logra producir un desplazamiento. La intervención del analista posibilita la aparición de circuitos, secuencias, la inclusión de personas y de objetos de acuerdo a la lógica del funcionamiento singular que perdura a lo largo del tiempo, pero que no por ello los deja por fuera de los otros. La televisión, los grabadores, los juguetes del consultorio o el teléfono, son objetos utilizados comúnmente por los niños en sus análisis por fuera del diagnóstico. Lo que varía es el uso que puede darle el autista en la medida que se vuelven la apoyatura para desplazar su encapsulamiento autista. El celular puede volverse el "auxiliar" de una narración entrecortada y el sostén de alternancias iterativas. Así lleva en sus manos sus recuerdos y afectos y puede verlos y mostrarlos. Los tratamientos analíticos utilizan los objetos tecnológicos que eventualmente trae el niño como repeticiones apoyadas en imágenes, ya sea con dibujos que muestra o repite, alojando una voz fuera del cuerpo en la medida en que se aloja en un grabador o en un micrófono, dando lugar al despliegue de afinidades. Estos objetos se vuelven así el soporte de desplazamientos del encapsulamiento autista, "objetos mediadores" como lo llama Maleval, "objetos transitorios", según la expresión de Laurent, e incluso "auxiliares del relato" sobre los que se apoya para su trabajo bajo transferencia dentro del dispositivo analítico. El funcionamiento autista puede variar a lo largo del tiempo, incluso casi pasar desapercibido.
Esta perspectiva es la base de la acción analítica en el trabajo con sujetos con autismo: es posible, no siempre, producir un desplazamiento. En la dirección de la cura se trata de extraerlo de su estabilización iterativa, repetitiva y ponerlo en movimiento a partir de sus intereses específicos. Ahora bien, ¿qué sucede cuando el tiempo pasa y los niños vueltos adolescentes y luego adultos siguen teniendo la necesidad de mantenerse en su mundo de seguridad sin abandonar sus iteraciones? ¿Qué pasa cuando no hablan, rechazan toda cesión del objeto y parecen imperturbables a toda propuesta de trabajo analítica o educativa? La premura por sacar al niño pequeño de su funcionamiento autista, la idea de que "cuanto antes mejor" que sostiene la aplicación de protocolos generalizados, hace que al hablar de autismo se piense solo en niños. El "tipo Asperger" popularizado por películas y series contribuyen a la idea del autismo como una dificultad en el lazo junto a habilidades especiales en dominios específicos. Cada momento de la vida presenta para todo sujeto sus complejidades. El pasaje por la pubertad confronta al autista a preguntas en torno a la sexualidad y a la muerte, cuyas respuestas quedan por fuera del saber establecido e interpela a los padres. La adultez conlleva la búsqueda de la inserción laboral. Pero en todos los casos se trata de sostener una política de integración y una lucha contra la segregación. Es posible que frente al mantenimiento de una homeostasis casi imperturbable de algunos sujetos con autismo pueda proponerse una clínica del "hallazgo", del "tal vez", de la búsqueda de soluciones hechas a medida que pueden encontrarse en cualquier momento de la vida. La diferencia suele inquietar, y no solo en el autismo, genera miedo a lo desconocido e incluso puede conducir a la segregación. Respetar la invención de cada autista, de sus intereses específicos, hacer uso de ellos, permite aproximarse y aproximar al autista para que encuentre su salida singular. La mirada psicoanalítica sobre el autismo va en contra de su aprehensión puramente deficitaria. No se trata de pensar al autista cortado del lazo y sumergido en sus obsesiones y sus conductas estereotipadas sino de captar su manera singular de estar en el mundo.
Silvia Tendlarz es psicoanalista y escritora.
El 7 de octubre tendrán lugar las Jornadas de la Cátedra Clínica del autismo y de la psicosis en la infancia de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, en las que se celebran los 10 años de la Cátedra. La actividad es abierta y gratuita, y su inscripción es a través de la página de la universidad.