La noticia de la muerte recorrió al movimiento psicoanalítico como un rayo en plena noche, eso fue para muchos y muchas de nosotros Jean Allouch. Su potencia tan luminosa como estrepitosa tanto alumbraba como hacía vibrar todas las estructuras con miedo y gozo de lo que proponía. Su lectura crítica de Freud y Lacan dejaba entrever que el movimiento era justamente eso, no detenerse en nada ni nadie, en ninguna teoría por más que fuera imposible dejarse de leer en la inmensidad del tiempo.
Allouch es y seguirá siendo leído más allá de dogmas escolásticos de diferentes escuelas de psicoanálisis y grupos; sus teorizaciones y posiciones creaban una nueva posibilidad de reflexionar acerca de la práctica que estábamos llevando a cabo.
El libro Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca (1995) generó un tembladeral pues decía muchas cosas por su nombre, que Duelo y melancolía, el libro canónico de Freud no hablaba sobre el duelo sino sobre la melancolía, y nos llevaba a repensar un tema crucial de todos los días: esas fórmulas que repetíamos sin cuestionarnos hacia donde nos llevaban como trabajo de duelo, desasimiento del objeto “desaparecido”, ese dar vuelta la página como final del duelo. Cuando analizaba a Foucault lo llevaba más allá de sus escritos y seminarios y planteaba una posición política, lo que llamaba la tercera puerta, la que llevaba no sólo más allá de los rígidos planteamientos entre lado hombre y lado mujer, el complejo de Edipo y de Electra sino a cuestionarnos que hacíamos nosotros y nosotras en el mingitorio cuando abríamos la puerta de algún baño público, y replantearnos los análisis y pensarlos como la inexorabilidad de una erotología. Ya habíamos dejado de pensar a la perversión como el extravío de la norma y nos tenía fascinada la “pere-versión” ligada al mito de padre primordial, Allouch agregaba que esa perversión era manera de ser (en falta) diaria en nuestra sociedad colonizadora de las formas de gozar.
Recuerdo que todas mis conversaciones durante muchísimo tiempo giraron alrededor de su obra, con mis colegas seguíamos los caminos que abría su escritura y cada vez que venía a la Argentina hacíamos todo lo posible para estar cerca tanto de sus palabras como de su persona. Hablar con él y cultivar su amistad era algo también de nuestras conversaciones, muchos y muchas analistas argentinos estaban cercanos a él pues fue parte de varias escuelas, sobre todo de la École lacanienne de psychanalyse, que contribuyó a fundar en 1985, y de la famosa e imprescindible revista Littoral.
Tanto fue su influjo que junto a Eduardo Bernasconi pasamos años realizando seminarios en la facultad de psicología y escribiendo un libro en el 2000 cuya influencia es evidente, hoy 2023 nos encontramos reescribiendo ese libro y su enseñanza ha cobrado no sólo el vigor del tiempo sino la evidencia de que estas dos décadas han cambiado el planeta en que vivimos a la luz de las múltiples pantallas que no sólo nos miran sino que nos hacen seguirlas como perros falderos a sus amos. Y a pesar de alejarnos de su influencia, también a cada paso nos reencontramos con él, podría así discurrir estos encuentros (y desencuentros) pero lo que no puedo dudar es que su pluma nos entraba y nos propulsaba a seguir investigando.
A pesar de su fallecimiento, seguiremos pensando en resbalones, aún hoy sigo enseñando acerca de esos resbalones, una forma de accidentología epistemológica que sigue teniendo ese poder expansivo que no sólo abre cabezas sino que lleva al compromiso y a la reflexión. Esto es su obra, abrir cabezas y mostrando la materia gris y blanca, lo que vale la pena seguir luchando, que el movimiento continúe con nuevos aportes sin detenernos en ninguna figura encumbrada, se trata del deseo que sostuvo en muchos de nosotros.
Hoy muchas manos, muchas personas que escucho y leo, queremos despedirnos y decirte que te vamos a extrañar y que daremos vuelta cada hoja de tus libros y sabremos que estarás ahí como el rayo de luz en la noche que siempre fuiste.
Martín Smud es psicoanalista y escritor.