Cuando se trata del grupo de las psicosis, a pesar de las profundas diferencias en las concepciones teóricas, los clínicos suelen coincidir en la noción de déficit como resorte causal. Bajo una monotonía aplastante, unos y otros hacen sus esfuerzos especulativos para situar el susodicho déficit aquí o allá. Así sea a causa de un tóxico endógeno o exógeno que perturba la homeostasis del organismo, un desarreglo hormonal, la inevitable expresión de los genes, o incluso las variaciones de tal o cual neurotransmisor. Cuando Jacques Lacan se dirige a un grupo de psiquiatras en formación, afirma que sólo basta tener una “pequeña idea” para separarnos del “loco”. Dicho de otro modo, las elucubraciones teóricas legitiman la disimetría en la cual se funda la psicopatología. Aunque alude allí a la teoría del órgano-dinamismo de su colega Henri Ey, su propia concepción de la forclusión del significante del Nombre-del-Padre supone inicialmente un déficit a nivel del registro simbólico.

Tal como un naturalista curioso, el clínico examina a su paciente como si fuese un extraño coleóptero atrapado entre alfileres. Como sabe de antemano qué debe encontrar -según un célebre aforismo: “no me buscarías si no me hubieras encontrado ya”-, entonces, en un forzamiento clásico que invierte los términos de la ecuación, el caso parece confirmar a la teoría. Por supuesto, si la condición deficitaria es una clave de lectura que funciona como un denominador común, es porque existen argumentos. Sin embargo, lo que aquí se busca discutir es la amplificación del déficit, incluso su desproporción a la hora de pensar la estructura clínica.

En ocasiones, las cosas llegan a extremarse y las conclusiones absurdas se imponen con naturalidad. Por ejemplo, un autor escribe: “Todo el circuito asociativo-simbólico lingüístico del paciente y, por las características mismas del proceso psicótico, se encuentra repudiado o elidido”. No es lo mismo afirmar que lo simbólico está elidido sin más, que preguntarse por la especificidad de su funcionamiento en ausencia del Nombre-del-Padre. Otro autor asume que su paciente esquizofrénico tendrá por delante un “drama que va a durar tal vez toda una vida, una vida de mártir”, sin necesidad de distinguir entre períodos de crisis y estabilización, dando por sentado un destino que la clínica misma no confirma. Un tercero afirma con decisión: “Una psicosis es algo que se desencadena en un momento, ocurre en un tiempo determinado”. No obstante, si nos servimos de las categorías de la lógica, el desencadenamiento puede pensarse como contingente antes que necesario. ¿Acaso no es esta fascinación por la fenomenología de las descompensaciones psicóticas la que lleva a tomar la parte por el todo o la excepción por la regla?

En tanto la psicosis es un modo de funcionamiento subjetivo coherente y organizado, y no una disarmonía de carácter mórbido, invitamos a problematizar la noción de déficit que se le atribuye desde hace demasiado tiempo. Se trata esta vez de argumentar por qué la concepción clásica merece, si no ser descartada, al menos revisada. He aquí los ejes que se desarrollarán en el curso virtual “Las psicosis más allá del déficit” que dará inicio el 21 del mes en curso, organizado por Lacan Big Data. Más información: [email protected]

 

*Psicoanalista, docente y escritor.