Un espacio aséptico es (in)habitado por un cuerpo enfundado en uniforme fabril, anónimo y neutral, movilizado por una interioridad extrañada que aflora y estalla contra un exterior siniestro, en una búsqueda desesperada por descansar sobre algún perímetro que aporte una mínima solidez. Un cuerpo recorre en círculos una frontera y miles más, los entrecruces de la incomodidad, la desorientación y la alienación en un estado de guerra interior/exterior permanente, reflejado una y otra vez en un terreno tan real que se torna irreal.
La escena es un paisaje bajo vigilancia, en donde la territorialidad difusa traza un mapa y hace un cuerpo sobre un campo minado que se vuelve mundo, su propio mundo: un no-lugar, una no-identidad, un no-ente, un estar-entre, constantemente. Patricio Suárez y Rhea Volij lo hicieron otra vez: se unieron para crear una danza visionaria, una obra que devora el presente para masticarlo y escupirlo al mundo, iluminando sus vértices ocultos y develando los mecanismos espeluznantes que operan sigilosamente sobre toda identidad, geografía y cotidianidad. Frontera se crea sobre sí misma mediante una coreografía frenética que trasciende los límites humanos, animales y maquinales, trazando criaturas y objetos en constante transformación, y tomando como necesidad el hacerse cargo y el habitar los pantanos que se forman en el lodo inestable del día a día, invisibilizado eficientemente por un sinfín de dispositivos conformistas, capitalistas, consumistas.
Utilizando como disparador una obra crucial de una autora fundamental del pensamiento disidente contemporáneo, Borderlands / La Frontera de Gloria Anzaldúa, el dúo Suárez-Volij no podría haberlo hecho mejor al apropiarse de las palabras de la filósofa y activista chicana para producir una obra que avanza sin pedir permiso, dejando huellas imposibles de borrar: "Soy una mujer de frontera. No resulta un territorio cómodo en el que vivir, este lugar de contradicciones. Los rasgos más sobresalientes de este paisaje son el odio, la ira y la explotación. Sin embargo, vivir en los bordes y en las fronteras, mantener intacta la propia integridad e identidad cambiante y múltiple, es como tratar de nadar en un nuevo elemento”.
Mestiza, lesbiana y queer, Anzaldúa se autodefine como “alma entre dos mundos, tres, cuatro”, y desde esos lugares escurridizos se construyó ahora este danzar de tramas políticas, corporales y sociales, tal como lo señalan sus creadorxs en diálogo con SOY, que comenzaron el proceso con una investigación sobre el hechizo, las pulsiones y las formas de la vanidad a lo largo de la historia del arte de occidente, indagando también sobre cómo el capitalismo industrial opera físicamente en la alienación contemporánea, pero que al recordar la lectura de Borderlands dieron con el germen de lo que querían pensar y hacer en este momento: “Cómo habitar ese espacio de tensiones, diferencias, sin el automatismo del prejuicio, la estigmatización. Qué se hace con los signos y certezas aprendidas cuando el paisaje se vuelve otro y se desfondan las referencias, cuando incluso el concepto tan valorado de ‘identidad’ pierde sustento. Cómo se elabora una vida en el espacio común que queda disponible entre los alambres de púas, los muros, los límites visibles e invisibles que definen quiénes somos reconocidos como seres humanos con pleno derecho, y quiénes no; quiénes deben vivir en situación de encierro o sospecha, y quiénes no”, afirman Suárez y Volij.
La luz blanca, sorpresiva y quirúrgica, la sensación permanente de encierro interno y externo, la vigilancia implacable de los sistemas y los movimientos milimétricos del cuerpo en cada una de sus partes, dan cuenta de nuevas escrituras desesperadas por cruzar las fronteras del devenir sobre unx mismx. Recorriendo el espacio-entre, la obra se mueve en direcciones oblicuas, haciendo eco de una potente frase de Anzaldúa que acompaña desde afuera y desde adentro su realización: “Este es mi hogar, este fino borde de alambre de púas”.
Bajo ese contexto territorial, ideológico, político y social se develaron todos los bordes que llevaron a la puesta en escena final: “Las fronteras entre la locura y la cordura, la seguridad y el peligro, la vida, la sobrevida y la muerte. Esos viajes fueron moldeando distintas zonas de la coreografía y la dramaturgia interna de la obra. El dispositivo espacial está pensado al estilo de las cámaras Gesell, un espacio vigilado, donde un cuerpo está esperando poder pasar hacia otra zona deseada, pero en la cual pareciera no ser aceptado. En esa espera medio beckettiana, donde descubre que ya no es ni de un sitio ni de otro, termina construyendo su madriguera existencial”, señalan sus creadorxs mientras que, nuevamente en palabras de Anzaldúa, se reflejan en la danza los mundos posibles que emergen sobre esas luchas fronterizas: "Debajo de mi humillada mirada está una cara insolente lista para explotar".
Última función de la temporada: viernes 6 de octubre a las 20 en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Nuevas funciones: desde el viernes 27 de octubre.