Se levanta una polvareda que llama al desierto aunque el lugar se revela como un estudio cinematográfico para el ojo atento. Hay algo artificial en este western, una manera de actuar muy marcada que va hacia los contrastes. Jake (Ethan Hawke) pone distancia y no quiere admitir el deseo que siente. Silva (Pedro Pascal) es más directo. El planteo se sustenta en estereotipos y se resguarda en las coordenadas de un western.
Pedro Almodovar cae en Extraña forma de vida, en un error similar al que tenía lugar en Madres paralelas. Plantea diálogos muy rígidos, explicativos, donde la información es abundante. Pero en este caso la imagen y la flagrancia de lo que sucede le gana a este desacierto. El amor entre dos hombres en el drama de un western no deja de ser atractivo, especialmente si los personajes tienen más de cincuenta años y la urgencia del relato los convierte en enemigos. Jake es el sheriff que persigue al hijo de Silva, el asesino de su cuñada, una mujer con la que Jake también tuvo un romance después de la muerte de su hermano. Silva lo sabe y ese deseo que vuelve después de veinticinco años, cuando eran dos jóvenes que no podían evitar besarse aunque estuvieran rodeados de mujeres, podría parecer, en un primer momento, una estrategia para distraer a Jake de su objetivo.
Invadir el western de un amor homosexual, al mismo tiempo que conserva ciertas claves del género como su impronta trágica, el establecimiento de la ley por encima de las pasiones y esa lógica donde cada uno de los protagonistas tiene su parte de razón, no es la mayor astucia de Almodóvar. Lo interesante está en su capacidad de adueñarse de la imagen y de establecer una alianza para jugar con esa majestuosidad de un vestuario creado por Saint Laurent, de un estudio cinematográfico y de un espacio usado como un gran escenario.
La historia parece no importar demasiado, al menos la que se dirime en los códigos del western ligada a apresar al delincuente. Porque en realidad Almodovar nos engaña. Nos dice que nos está contando un western gay pero quien triunfa en esta historia es el género del melodrama. Silva quiere retener a Jake y su propósito sitúa a Extraña forma de vida en otra variante del amour fou. Este cortometraje que puede verse en los cines y próximamente se subirá a la plataforma de streaming Mubi, es susceptible de pensarse como una reescritura de Átame, ese film que Almodóvar realizó en el año 1989 y que protagonizaban los muy jóvenes Antonio Banderas y Victoria Abril.
Pero la película no termina con el cortometraje. Después de la proyección podemos ver una entrevista que es tan artificiosa como el film. No es aventurado imaginar que fue el mismo Almodóvar el que le dio las preguntas a la joven sentada frente a él en su estudio y que la chica está actuando de entrevistadora. Allí el carisma del director español nos lleva a permanecer frente a la pantalla aunque suponemos que la entrevista cumple la función de justificar el pago de la entrada y de convertir los treinta minutos del cortometraje en algo parecido a la duración de un largo, también se ofrece como una instancia donde Almodovar explica el drama representado y nos comparte secuencias de una historia que nunca se desarrolla pero que él fantasea como parte del futuro de estos personajes.
Cuando veía la película y escuchaba a Almodovar en la entrevista pensaba en Samuel Beckett. Si bien no existe ninguna similitud estética entre el dramaturgo irlandés y el cineasta manchego hay una decisión que los une. Cuando Beckett logró un reconocimiento con su trabajo se dedicó a escribir piezas muy cortas, en algunos casos se trataba de instalaciones donde no había actores o de actos sin palabras, como llamó a una de sus obras breves. Beckett aprovechó su éxito para hacer menos, para permitirse disminuir su búsqueda estética, no para dar un salto e ir hacia propuestas más ambiciosas sino para experimentar con aquellos recursos que les serían impedidos y negados a cualquier autor que no disfrutara de cierta fama. Es decir, Beckett usó su nombre para ir en un sentido contrario, casi con una voluntad disuasiva, arriesgándose al rechazo y la decepción.
Almodóvar se vale de su lugar en el mundo cinematográfico, de la oportunidad de trabajar con alguien como Ethan Hawke para filmar un cortometraje (ya había hecho lo mismo con Tilda Swinton en La voz humana) es decir, para recuperar un formato que ya ha quedado casi expulsado de los espacios de exhibición y que en sus manos y en su autoría abre las condiciones de posibilidad para su circulación. De hecho, en un momento dado, lo dice claramente: mientras los directores exitosos quieren hacer una serie para una plataforma de streaming, él lo que quiere es seguir filmando cortometrajes. Un género difícil en su concepción narrativa, ya que contar una historia en menos de treinta minutos en cine requiere de habilidades ligadas a lo poético, a una capacidad de sugerir, de sustraer desde un campo que es más experimental que efectivo. Extraña forma de vida debe leerse más desde esta decisión, que se propone como un pequeño manifiesto sobre el cine, que desde la literalidad de su historia.