La carga del hombre blanco

“¿Qué sabe de Inglaterra quien solo conoce Inglaterra?”, escribió Rudyard Kipling. El eco de su frase resuena en la obra de Lala Deen Dayal, el fotógrafo más importante de la India del siglo XIX. En 1887, él había tomado una imagen de Frederick Temple-Blackwood, primer marqués de Dufferin y Ava. Ocurrió en Shimla, cerca del Himalaya, porque el gobierno colonial británico en la India se trasladaba allí todos los veranos para escapar del calor agobiante de Calcuta. Dufferin era el virrey británico y Dayal, que había trabajado como topógrafo para el gobierno colonial antes de sumergirse en la fotografía como oficio, era su retratista oficial. La imagen se convirtió en una suerte de souvenir junto a otras que Dayal vendía en su tienda de fotos y en 2016, el lote fue adquirido por el Museo de Arte de Cleveland. Este raro álbum antiguo retrata tanto a los maharajás de la India principesca como a la élite colonial británica. Y estas imágenes son parte de la muestra Raja Deen Dayal: King of Indian Photographers. Se trata de 37 fotografías que, junto a pinturas y objetos de la época, brindan una mirada multifacética en torno al modo en que Inglaterra exportó a India, de modo detallado e implacable, sus costumbres con afán de dominación. Dayal también fue fotógrafo oficial del comandante en jefe militar británico, así como del Nizam de Hyderabad, quien a fines del siglo XIX le dio el título de Raja. Hizo retratos formales pero también deslizó opiniones más personales de la nobleza india: en un retrato de un maharajá de 10 años, por ejemplo, Dayal revela al niño abrumado debajo de la corona. Su talento le permitió acceder a los niveles más altos de la sociedad británica. Fotografió reuniones, fiestas de disfraces e incluso, cacerías. Visualmente impactantes, estas fotografías testimonian los inicios de Dayal y la transculturación de India en la vida cotidiana de la época.

Stevie Nicks es Barbie

Inspirada en la estética de la época del disco Rumours, lanzado en 1977, la empresa Mattel presentó una colección especial de muñecas inspiradas en La Reina Gitana a 55 dólares, que ya se agotaron. “Creo que a todas las mujeres del mundo les encantaría tener una Barbie hecha con ellas así que cuando me enteré, me sentí catapultada al momento en que salieron las primeras Barbies en 1959 y mi mamá me compró una. Ella coleccionó muñecas desde siempre y yo llegué a Fleetwood Mac como coleccionista de muñecas”, contó Stevie. También dijo que se decidió a dar su imagen cuando vio a Margot Robbie en la película de la franquicia, en traje de baño y tacos altos. “Me sentí un poco yo misma”, aseguró. Barbie Nicks lleva un vaporoso vestido negro y capa, botas negras de tacón con plataforma y una pandereta adornada con cintas. De hecho, Stevie envió su vestuario original de la época, diseñado por Margi Kent, para que pudiera ser copiado. “Esa ropa significa mucho porque con Fleetwood Mac empezamos siendo muy pobres. Y después de la gira de Rumours, supe que ya no iba a pasar penurias y por eso pude contratar una diseñadora de vestuario. Eso sí, con la mayoría de prendas de color negro porque es sofisticado y sexy”, contó. También explicó que dio instrucciones precisas para que las facciones de la muñeca fueran personalizadas, similares a la suya. La Barbie Nicks viene acompañada de una versión singular de Ken, parecida a Elvis Presley, vestido de blanco.

Arte efímero

Harry Maddox se aburre mientras su mujer va de compras al supermercado en la ciudad inglesa de Bodmin. Por eso se entretiene mientras la espera, construyendo intrincadas esculturas de piedra en las playas de Cornualles. De modo invariable, una vez que se va, las desarma sin dejar rastros, aunque antes les saca fotografías que sube a la página de Facebook Rocks Up. Las esculturas se transformaron en un boom y en estos días, Maddox fue entrevistado por la BBC. Poco impresionado por su propio trabajo, el hombre aseguró que no es artista sino que hace esculturas para matar el tiempo: “Mi opinión personal es que es un trabajo aleatorio y desordenado”. Después explicó: “Mi esposa no conduce, así que los miércoles la llevo a hacer sus compras a St. Austell. Esto me da una hora para ir a la playa a crear”. La elección de la playa, dijo, depende de la marea y del clima. “La primera parte de la estructura en general se arma con facilidad así que sigo agregando piedras hasta que llega el momento de irme. La verdad es que en pocos minutos apilo la mayor cantidad de piedras y si continúo, es para no aburrirme subido a la camioneta”, continuó. Desarma las obras porque las piedra “son inestables y causarían bastante daño si se cayeran sobre alguien”. Le interesan más las fotos que las esculturas. Por eso, asegura, hace imágenes y cuando va a la playa con su perro, él también es fotografiado. Luego se va a buscar a su esposa y a seguir con sus asuntos.

El cielo de los animales

Entre los químicos usados para taxidermia, el arsénico era de los fundamentales hasta hace unas décadas: se aplicaba en el interior de la piel del animal para prevenir plagas dañinas. “El arsénico puede existir de manera orgánica en animales y plantas, pero es el tipo inorgánico, que se encuentra en el suelo y el agua subterránea, el que puede ser dañino. Y es que el que solía usarse aquí”, explicó el director de Delbridge Museum of Natural History, en Sioux Falls, Dakota del Sur, en conferencia de prensa. Esa es la razón por la que este lugar, que es parte del zoológico Great Plains, debió cerrar sus puertas al público después de casi cuarenta años. Y es que a medida que los bichos embalsamados envejecen, el riesgo de dispersar arsénico entre la gente que trabaja en el museo y los visitantes, aumenta. Y con él, los riesgos de contraer complicaciones para la salud. El asunto es que esta colección de 150 animales de los seis continentes, cuidadosamente dispuestos en dioramas que recreaban sus ámbitos naturales, es para muchos habitantes de la zona, una especie de blasón identitario cuyo destino ahora es incierto. Fran Ritchie, presidente de la Sociedad para la Preservación de las Colecciones de Historia Natural, expresó su consternación por el futuro de las piezas y en consecuencia, la continuidad de la institución. “Esto ya es algo que burbujea en la superficie como desafío para los museos de historia natural”, dijo. Ritchie advirtió además que una colección como esta nunca podría replicarse ya que en la actualidad, la mayoría de estas especies está protegida por ley. “Estos no son animales de peluche, son auténticas esculturas y deben ser tratados como tales”, se escandalizó John Janelli, ex presidente de la Asociación Nacional de Taxidermia, temeroso de que las piezas se descarten sin más. “Tengo el alma destrozada”, agregó por su parte Beverly Bosch, la hija menor de Henry Brockhouse en declaraciones a The New York Times: “Esta era la vida de mi papá”. Y algo de razón tiene. Henry, un cazador de Sioux Falls, armó la colección entre los años 40 y 70. En 1981 falleció y su abogado compró la colección en una subasta para donarla a la comunidad Sioux Falls. El Museo Delbridge, entonces, es una de las pocas colecciones de historia natural de la zona que aún sigue en pie con objetivos educativos. Los animales observan el debate en torno a su futuro impávidos. Total, así están desde que papá Brock los convirtió en piezas de museo.