Escribí sobre la foto, me dijeron. Contá esa historia. No supe cómo explicar que, detrás de esa imagen, no había anécdotas que relatar porque esa foto no tiene historia, es puro presente.

 

Pedalear, a toda velocidad,

entre lo que pasó y lo que va a ocurrir

en una carrera que no admite paréntesis.

Pará, nena, pará un segundo

que se te pasa la vida yendo de A a B.

 

Dejarse conmover, bajar y descubrir

ese balcón desprolijo, entre el Centro y el Norte,

con vista privilegiada al presente.

 

Preguntarse cuántos dólares costará el metro cuadrado de un instante,

mientras un obrero traslada piedras con una pala,

limpiando el lugar por donde otros correrán mañana.

 

Un barco anclado en el preciso lugar

donde todo se mueve (aunque no parezca),

un mantel de cortezas y barro, tan nuestro,

que se volvió metálico y frío

una humedad, tan propia,

que se hizo densa y acabó por aplastarnos.

 

¿Cuándo fue que todo se volvió monocromático?

Dónde está el sol en estos días

en que las escamas no brillan,

los peces no desgarran alegremente la superficie

y ese barro, que supo meterse en cada pliegue, comienza a endurecerse.

 

Qué sería de la ira de Rosario sin su río,

donde se exorcizarían esos reproches

por tanto y por tan poco.

 

Pero la grisura no nos deja ver,

qué hay más allá del puente,

qué hay en el mañana de esta ciudad

que supo ser y hoy ya no sabe

qué hay en el mañana de nosotros,

cuerpos‑almas en el barro,

esperando la sudestada.

 

Regalarse una foto, un instante

y preguntarse entonces qué, Paraná.

 

Entonces qué.