ARTURO A LOS 30 7 puntos

(Argentina, 2023)

Dirección: Martín Shanly.

Guion: Martín Shanly, Ana Godoy, Federico Lastra y Victoria Marotta.

Duración: 90 minutos.

Intérpretes: Martín Shanly, Julia Ezcurra, Camila Dougall, Ivo Colonna, Paula Grinzpan, Marta Alchourron.

Estreno exclusivamente en salas de cine.

“Marzo, 2020. Quizás el peor día de mi vida”, es lo primero que afirma el protagonista de Arturo a los 30. A lo largo de los noventa minutos de duración del segundo largometraje de Martín Shanly, estrenado a comienzos de año en la Berlinale y ganador del premio al Mejor Director en la Competencia Argentina del último Bafici, el recurso de la voz en off no será intrusivo ni mucho menos intentará tapar baches narrativos. Por el contrario, la narración oral de Arturo, interpretado por el propio realizador, es una de las herramientas que le permiten construir una comedia inteligente e imprevisible, a su vez cargada de desazón y un poco de amargura. Shanly ya había demostrado en Juana a los 12 (la similitud de los títulos no implica ligazón literal entre ambos films, aunque sí existen puntos de contacto) su capacidad para construir relatos agridulces alejados de los lugares más comunes del cine independiente argentino. En esta nueva creación, tal y como ocurría con Juana, Arturo parece ligeramente alienado del mundo que lo rodea, como si estuviera presente en ausencia.

Ya en las primeras escenas, que lo siguen mientras ingresa resignado a una ceremonia de casamiento a la cual no desea asistir, registran su incomodidad y extrañamiento. La historia de Arturo a los 30 gira alrededor alrededor de una única noche, la de la fiesta posterior al casorio, aunque está atravesada por una serie de flashbacks y una coda con puntos suspensivos, y en su protagonista encuentra a un heredero de las criaturas de Martín Rejtman, aunque con ciertas características que, por momentos, lo acercan al inspector Clouseu (o a aquel insospechado invitado de otra fiesta, también interpretado por Peter Sellers). El humor físico es relativo e incluye una torpe entrada por una ventana, una actividad sexual que no conviene detallar aquí y, de manera retorcida, un choque y vuelco en la ruta, pero el interés de Shanly no pasa por el slapstick sino por las angustias profundas (existenciales, incluso) de un joven melancólico y algo depresivo.

Los recuerdos que surgen a lo largo de esa larga e incómoda noche lo hacen recorrer ida y vuelta, varias veces, el camino que separa su hogar temporal de la fiesta en un barrio privado a la que transporta a su hermana adolescente, asistir al ensayo de una obra teatral que lo tiene como inopinado héroe sobre las tablas (hay allí un cameo de Pilar Gamboa) y acompañar a su compañera de cuarto a un viaje con final inesperado. También rememorar ese hecho trágico que lo marcó y lo sigue y seguirá marcando, grito visceral que no se escucha pero se intuye. En el presente de la fiesta, el reencuentro con un viejo amor no hace más que empecinarlo en la tristeza, ahogada en varios litros de alcohol ingeridos a velocidad crucero. El mundo entero parecería estar en contra de Arturo, pero de a poco el espectador (que no el personaje) termina por caer en la cuenta de que hay mucho de autoinfligido en los dolores personales y cósmicos del protagonista.

Shanly es dueño de un particular sentido de la comedia que habita dentro del drama (y viceversa), y el inteligente diseño de la puesta en escena y el montaje terminan erigiendo un objeto narrativo singular, estimulante. Si bien las marcas generacionales están presentes, la película nunca intenta imponerse como tratado milennial, apenas un modesto y justo aguafuerte. El fugaz gag de la chica que acaba de volver de Europa cuando está a punto de desatarse la pandemia de covid-19 (María Soldi) tiene su correlato indirecto en el plano final de la película, cuya simpleza destila a la perfección las primeras semanas de aislamiento social en aquel marzo de 2020. Irónicamente, para Arturo tal vez se trate del comienzo de los días más felices de su existencia de tres décadas.