Pocos días antes de finalizar su mandato la Administración Trump volvió a incluir a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo internacional junto a Irán, Corea del Norte y Siria. La decisión fue comunicada por el Secretario de Estado Mike Pompeo el 12 de diciembre del 2021 aduciendo mentirosamente que “Cuba brindó repetidamente apoyo a actos de terrorismo internacional" al ofrecer cobijo y protección a fugitivos estadounidenses y a líderes rebeldes colombianos.”
No obstante la gravedad de esta acusación Pompeo no enumeró ni un solo acto que las leyes internacionales podrían calificarlo como terrorista. La razón de semejante calumnia salta a la vista con solo recordar la respuesta que ofreciera el principal asesor de George W. Bush (h), Karl Rove, a periodistas que cuestionaban las engañosas declaraciones de la Casa Blanca: “nosotros somos un imperio y cuando actuamos creamos la realidad” y ustedes (refiriéndose a los periodistas) pueden escribir o decir lo que quieran, pero quienes hacemos la historia y la hacemos a nuestro antojo somos nosotros. (The Atlantic, 23 de abril de 2009). O sea, el imperio “crea” una realidad: Cuba como un santuario del terrorismo, mintiendo y difamando a sabiendas, para justificar su política exterior y apuntalar sus intereses en un mundo tan convulsionado como el actual.
En este caso, por la infame acusación de calificar como protector del terrorismo a un país cuyo gobierno, con el apoyo de su homólogo noruego, ha sido anfitrión y decisivo protagonista en la construcción del proceso de paz en Colombia y seguir en la actualidad empeñado en ese noble propósito para poner fin al enfrentamiento en curso entre el ELN y las fuerzas armadas colombianas. Contrariamente a lo que dice la derecha norteamericana y especialmente el bandidaje que tiene su guarida en Miami, Cuba jamás proporcionó armas u ofreció entrenamiento militar a los movimientos guerrilleros colombianos convocados a la mesa de negociación. Su misión fue auspiciar un diálogo y, en algunos casos, ofrecer atención médica a las partes involucradas en esas conversaciones.
Fue a causa de lo anterior que en fechas recientes, más precisamente el 19 de septiembre y en el marco de la Asamblea General de la ONU el presidente Gustavo Petro solicitara a la Casa Blanca “remover a Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo.” No habían pasado sino unas pocas horas de esa sensata petición cuando la vocera del Departamento de Estado, Kristina Rosales, saltó al ruedo periodístico para declarar que Estados Unidos “no se va a sacar a Cuba de esa lista, y si hubiera un cambio será Estados Unidos quien haga el anuncio.” Actitud arrogante y prepotente de esta funcionaria, propia de un imperio que sueña con seguir siendo el sheriff del planeta y la personificación misma de todo lo que es justo y bueno en este mundo. Añejas pretensiones, absurdas y carentes de todo fundamento, ancladas en la doctrina del “Destino Manifiesto” que pugnan por cubrir con un manto de olvido que este pretendido fiscal de la lucha antiterrorista es el mayor terrorista que jamás ha existido en la historia universal.
Hagamos memoria: Estados Unidos es el único país que arrojó bombas atómicas sobre dos ciudades indefensas de Japón en agosto de 1945, aniquilando a centenares de miles de personas en pocas horas. El país que como lo recordara recientemente Jeffrey Sachs con su política de “ayuda” destruyó Vietnam, Laos, Cambodia, Afganistán, Irak, Libia, Siria y despedazó a la ex Yugoslavia; el que ordenó asesinar a Patrice Lumumba y Ernesto “Che” Guevara y decenas de líderes populares; el organizó el linchamiento de Khadafi, la farsa judicial que concluyó con la ejecución de Saddam Hussein y el que diseñó el siniestro Plan Cóndor mediante el cual ejecutaron y desaparecieron a miles de latinoamericanos. Pese a este horror su clase dirigente se siente con la autoridad para determinar quién es y quién no es terrorista, según su peculiarísima interpretación de ese término.
El gobierno norteamericano redobla su agresión contra la heroica isla de Cuba y mantiene la infamia de Trump y Pompeo. Si aún quedara un gramo de honestidad política y decencia en Washington el presidente Joe Biden debería hoy mismo remover a Cuba de esa lista y poner fin al criminal bloqueo a que la ha sometido durante más de sesenta años, que no es otra cosa que uno de los más brutales actos terroristas de nuestro tiempo.