“Marcelo (Marcelo Subiotto) ha dedicado su vida a la enseñanza de filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Ante la muerte inesperada de su mentor, se asume que heredará la posición de titular de Cátedra. Lo que no imagina es que Rafael (Leonardo Sbaraglia), un carismático y seductor colega, regresará de su pedestal en Europa para competir por el puesto vacante. Los torpes esfuerzos de Marcelo por demostrar que es el mejor candidato desencadenarán un divertido duelo, mientras su vida y su mundo entran en un espiral de caos”. Estas líneas resumen la trama de Puan, la película de María Alché y Benjamín Naishtat que cuenta con la salteña Bárbara Sarassola Day en el equipo de producción.
Desde ayer, la cinta premiada en el Festival de San Sebastián puede verse en dos relevantes salas locales. En ese marco, la artista norteña dialogó con Salta/12 y expresó que el cine “es una herramienta de diálogo, una invitación a reflexionar y a compartir”.
-Sos parte de la producción de Puan, desde tu experiencia como graduada de la facultad de sociales de la UBA ¿sugeriste algo en este guión tan particular?
-No sugerí, no puntualmente por eso. Pero sí conversamos un montón y en todo caso y lo que plantea el guión es que tanto Puan como sociales -en mi caso- son facultades con con una identidad muy fuerte. Entonces, el hecho de que el guión esté atravesado por la educación pública, me resonó un montón. También sucede con los directores: María Alché fue estudiante de filosofía, Benjamín Naishtat creció rodeado de profesores y de gente muy leal a la educación pública, en la UBA. Entonces había un interés especial, en un universo que era muy cercano. Por todo eso, el guión me resonó desde sus primeras versiones. Había un punto de contacto y lo reconocí claramente. Quienes hemos pasado por la educación pública en Argentina vamos a identificar un montón de cuestiones. También del universo académico de cualquier parte del mundo, donde hay cosas que funcionan medio parecidas.
-No es la primera vez que trabajás con Benjamín…
-Exacto. Por suerte, junto a Federico Eibuszyc, Pucará cine produjo dos películas anteriores de Benjamín: El movimiento y Rojo. La dinámica de trabajo que sostemos desde siempre incluye mucha conversación. Eso es fascinante, el hecho de trabajar con personas tan abiertas al diálogo, con ideas muy claras pero con esa capacidad de conversar. Con María sucedió lo mismo. Como los directores escribieron el guión juntos, cada uno convocó a sus productores de películas anteriores. Entonces, María convocó a Bárbara Francisco Mendivil, Benjamín a Federico y a mí y los cinco juntos comenzamos a trabajar. Ha sido una de las experiencias más lindas que he tenido en cine, como grupo de trabajo y en todo el proceso. Hemos formado un gran equipo que se fue ampliando, con coproductores y gente que se fue uniendo: Axel Kuschevatzky y personas de Italia, Alemania, Francia, Brasil.
-Es un film con una trastienda plural…
-Sí. Además nos dimos grandes lujos, como, como la dirección de fotografía de la excelentísima Hélène Louvart, la edición de la brasileña Livia Serpa, en dirección de arte, Julieta Dolinsky; en sonido Fernando Ribero que es maravilloso. Mariana Seropian en vestuario, Marisa Amenta, que ha trabajado siempre en las películas de Lucrecia Martel. Hemos conformado un equipo increíble, de personas muy talentosas, siempre en un ambiente de muchísima conversación. Ha sido una experiencia colectiva muy importante, también a nivel de elenco, con nombres muy admirados y bajo la idea de los directores han hecho un trabajo maravilloso.
-Puan es una propuesta muy distinta respecto de las realizaciones anteriores de Naishtat…
-Sí, Puan, El Movimiento y Rojo son muy distintas. Lo que me gusta de trabajar con Benjamín es que se anima a incursionar en cosas diferentes. La desición de hacer una comedia supuso un desafío que nos entusiasmó un montón. Es una propuesta difernte, sin embargo, hay un sello actoral, junto con el sello actoral de María. Me parece que el resultado de este trabajo conjunto de estos dos guionistas y directores ha dado una película muy especial, como es Puan. Es una forma de hacer comedia un poco diferente: que te da risa, pero a la vez tiene momentos muy emotivos, existenciales. Es un recorrido emocional muy completo, y eso ya se veía desde el guión.
-El guión al que te referís se escribió hace 4 años, pero tiene muchas similitudes con el presente ¿cómo creés que impactará en los espectadores en un contexto donde algunos candidatos presidenciales cuestionan la actualidad de la educación pública?
-Creo que, de tanto en tanto, sobre todo cuando hemos tenido gobiernos más liberales, siempre ha estado latente la amenaza de la privatización o el arancelamiento de la universidad. No es la primera vez que aparece en agenda. Hace cuatro años, cuando empezamos a desarrollar Puan, de a ratos nos parecía una exageración, pero también había cierto asidero para poder pensar eso. Ahora, la película plantea eso y, en el momento en el que estamos vuelve a adquirir total sentido. Lo que parecía una exageración ya no lo es tanto. Todos, productores y directores, pasamos por la educación pública y como dijo Benjamín en San Sebastián, queríamos homenajear a esas personas que nos fueron ayudando a leer y sobre todo, a pensar. En mi paso por el sistema educativo también transité por colegios privados, y para mí cursar y estudiar en una universidad pública, donde me encontré con otras realidades, con gente que pensaba diferente, con docentes de excelencia, con cientos de personas y formándonos a todos, fue una de las cosas más enriquecedoras que me han sucedido. Creemos en la educación pública, que históricamente en Argentina ha sido una de las condiciones de posibilidad de la movilidad social ascendente. La película invita a la reflexión y a la revalorización de eso tan maravilloso que tenemos en nuestro país. Una prima mía enseña filosofía en la UNSa (Universidad Nacional de Salta) y había algo para mí muy cercano en eso. La universidad pública también en Salta es muy clave para esa movilidad social y para generar un pensamiento fuera de statu quo.
-Naciste en 1976, Rojo trascurre en los momentos previos a la dictadura, en Puan se ven imágenes de los 30,000. En tiempos donde resurgen tendencias negacionistas, o corrientes neonaziis en Alemania ¿se hace cine para modificar el mundo en el que vivimos o cuál es el impulso a la hora de crear y producir?
-Sí, yo nací en el 76. Rojo transcurre en el 75, que es es momento previo donde empieza a haber una violencia creciente y una sociedad atemorizada que calla, que es un poco la condición de posibilidad para que una dictadura como la que sucedió en Argentina pudiera sostenerse por todos los años en los que se sostuvo y que pase todo lo que pasó. En Puan, en el aula aparecen las imágenes de los desaparecidos. Nos parecía importante que aparezcan porque creemos que no hay discusión respecto a eso, sobre todo en épocas donde empieza a darse un discurso de negacionismo y me parece que no podemos dar ni un paso atrás. Se hace cine para cambiar el mundo en el que vivimos, creo que es una herramienta de diálogo, una invitación a reflexionar y a compartir. Eso es lo que buscamos con el cine que hacemos: un espacio para liberar una pregunta o reflexión para un público, para que el público tome eso y decida qué pensar sobre lo que estamos planteando. En ese sentido, todos los que hicimos la película coincidimos en las cosas en las que creemos: en la educación pública, en una sociedad que se hace cargo de su memoria, en una sociedad un poco más justa. El cine es parte de eso en lo que creemos.
-Para motorizar la reflexión, como señalabas antes, trazaron una comedia…
-Puan apostó a la comedia, al hacer reir para que uno se pueda quedar con una reflexión o algo ahí dando vueltas. Es una película para emocionarse, reír, para pensar, para acercar el pensamiento. El protagonista es profesor de filosofía y nadie necesita tener conocimiento previo para entender esas cosas de las que se hablan, la filosofía como lo que es: preguntarse acerca del mundo y lo que nos rodea. Ese ejercicio está muy presente en Puan con humor y con mucha emoción. Cualquier persona que entre al cine a verla no va a quedar afuera, es un viaje emocional, con comendia, con algo también dramático, y sin necesidad de un conocimiento previo para entenderla y disfrutarla.
-Hay un dicho del protagonista que distingue el existir del vivir, como el gesto de hacerse cargo de la vida, también de la lucha colectiva, de la unión con aquel que puede ser visto como enemigo en primera instancia y luego como aliado ¿esperan que quienes la vean se hagan eco de esa y otras cuestiones?
-Ojalá se hagan eco. Es una invitación a eso. Que quien la vea, no solo disfrute la película sino que le queden dando vuelta esas cosas. En un punto, y esto es personal, creo que la única salida es colectiva. Eso de fragmentarnos, esa individualidad, que también proponen algunos proyectos, del sálvese quien pueda, mucho no me cierra. Creo en lo colectivo, en lo público, en aquello que nos pertenece a todos y nos hace soberanos. Eso es lo que a mí me interesó de Puan, que no es un panfleto, es una narración que invita a ciertas reflexiones. Inclusive hasta fuera de lo político partidario, cómo vemos la vida. Hay una escena donde se dice que no es lo mismo funcionar que existir. La película plantea cuestiones que van más allá de cualquier diferencia y creo que toda persona, de alguna manera, puede hacerse esa pregunta. Nosotros tenemos un gran respeto por el público y Puan es una invitación a pensar pero a nadie le decimos lo que tiene que pensar. Cuando hicimos la película, la hicimos para un público muy amplio, que puede pensar distinto de nosotros, y ese respeto está.
-En relación a aquello que se ve en la película, de algún modo se corre del centralismo porteño, con el personaje de una docente boliviana, imágenes del altiplano, una escena de canto con caja ¿cómo aparecieron y por qué esas decisiones, siendo que se podría haber filmado "íntegramente" en Buenos Aires?
-Ese tema nos interpelaba a todos. Tenemos la inquietud de ese pensamiento más eurocéntrico que prevalece en la Argentina, en lo académico y en todos los ámbitos de la vida. Quisimos preguntarnos, incursionar dentro de nuestro propio continente, de nuestro propio pensamiento. Entonces, la película trascurre en Buenos Aires pero también echa luz sobre el pensamiento local, la tradición de pensamiento latinoamericano. Por eso también la invitación a Julieta Lasso a que cante con caja. Ella es una cantora de tango increíble y vive gran parte del año en Salta.
-Hace 10 años escribiste y dirigiste Deshora, tu primer largometraje, en 2018 sucedió lo mismo con Sangre Blanca ¿retomarás esos roles en el corto plazo?
-Cuando pienso en mi carrera, me pienso como cineasta. Amo escribir y amo dirigir. También me pasa que cuando me llegan proyectos de directores o directoras que me interesan, trato de hacer todo lo posible para que esa películas existan. Puedo pasar de un rol a otro sin problemas. A mí me gusta hacer cine. Ahora estoy trabajando en el guión de mi nueva película: se llama Little War. Es en inglés, porque transcurre en Argentina, en una familia de origen inglés. Estuve con ese proyecto en el foro de coproducción de San Sebastián y se ganó un premio para la comproducción. Estoy muy contenta con eso. La idea es terminar la versión del guión para empezar a moverlo y con muchas ganas de retomar la dirección.
-Te formaste en Salta, Buenos Aires, Londres y Barcelona ¿qué te aportó esa multiplicidad de saberes y maestros en distintos lugares del mundo?, ¿te considerás “embajadora salteña” en tu labor o no coincidís con ese rótulo?
-Me ha tocado y he elegido vivir en bastantes lugares, pero mi lugar en el mundo es Salta. No sé si soy embajadora, porque eso es algo que deciden otros y no uno, pero yo llevo a Salta a todas partes donde voy, de alguna manera. Es el lugar al que pertenezco, al que elijo pertenecer, donde está toda mi historia, lo más importante y significativo para mí. No importa dónde esté ni qué tan lejos esté. Yo siempre digo que soy nómade, pero si hay algo que sé y tengo seguro en la vida es que siempre vuelvo a Salta.