Luego de que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, visitara el 26 de septiembre un piquete (foto) de trabajadores en huelga de la Unión de Trabajadores del Automóvil (UAW) , las tres empresas más importantes del sector —la General Motors, Ford y Stellantis— decidieron castigar a los huelguistas, despidiendo a más de dos mil de sus trabajadores. El conflicto se inició el 15 de septiembre, cuando la UAW denunció a las automotrices por no otorgar aumentos salariales y beneficios jubilatorios, no responder a las demandas de reducción de la jornada laboral a 32 horas semanales ni ofrecer programas de reconversión productiva para la transición hacia la producción de autos eléctricos.
La huelga se lleva a cabo mientras se entrecruzan tres conflictos sustanciales. Por un lado, el que se vincula con la crisis del neoliberalismo financiarista. En segundo término, el relativo a la guerra híbrida planteada contra la República Popular China. En tercer término, la crisis institucional y política ligada a las elecciones de 2024.
"Los sindicatos son fundamentales"
En el breve discurso pronunciado por Joe Biden ante los trabajadores, advirtió que “…Wall Street no construyó este país, la clase media construyó este país, y los sindicatos construyeron la clase media... se merecen lo que se han ganado. Y se han ganado muchísimo más de lo que les pagan ahora…”. A continuación, agregó que “los sindicatos fuertes son fundamentales para hacer crecer la economía, y hacerlo desde abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo”. Esta última afirmación, repetida en los dos últimos años, cuestiona la teoría ofertista del derrame que el neoliberalismo ha impuesto como mitología básica para viabilizar una profunda concentración de riqueza, la ralentización del crecimiento económico y la consecuente generación de crisis sistémicas basadas en especulaciones financieras.
El segundo elemento que expone la huelga es la complejidad de la transición energética y productiva hacia los vehículos eléctricos, que en la actualidad lidera Beijing. Según los datos de la OICA (Organización Internacional de Fabricantes de Automóviles), China lidera la producción del sector: en 2022 produjo 27 millones de vehículos. Estados Unidos manufacturó menos de la mitad: alrededor de 10 millones, mientras que Japón alcanzó los 8. La India, 6 millones y Corea del Sur, 4.
Además, el gigante asiático lleva la delantera en el segmento de los vehículos eléctricos y las baterías imprescindibles para su elaboración. Cuenta con el acceso a los insumos básicos necesarios para su producción –las denominados tierras raras, el cobalto y el litio–, lo cual le permite el ensamble del 50 por ciento del total de los autos del segmento, en sus diferentes versiones: los vehículos de batería (BEV); los híbridos (HEV) y los que utilizan celdas de hidrógeno (FCEV).
En su guerra total contra Beijing, Biden ha dado continuidad a las políticas de Donald Trump, sumándole capítulos de proteccionismo, reñidos con el modelo ofertista neoliberal. El arancel que impone Washington a los autos chinos supera el 27 por ciento y, en los dos últimos años, ha otorgado cuantiosos subsidios a la relocalización productiva, sobre todo en las áreas de la elaboración de microprocesadores, insumo cada vez más necesario para la producción creciente de bienes, desde juguetes hasta lavarropas o automóviles.
Estos conflictos se expresan en los saldos comerciales: en 2022, la balanza entre ambos países fue superavitaria para Beijing en un 32,4 por ciento, exhibiendo Washington una sostenida pérdida de competitividad de su industria. Para frenar la caída, Biden intentó detener esa debilidad relativa prohibiendo la exportación de tecnologías críticas a China, sobre todo las ligadas a los microprocesadores. Además, el paquete de medidas gubernamentales de 2022, conocido como Chips and Science Act, dispone de 280 mil millones de dólares para la instalación de plantas de semiconductores en territorio estadounidense. La deslocalización que caracterizó al proyecto globalista hoy se reconvierte en relocalización.
Mutación estructural
La mutación estructural ubica a Washington a la defensiva respecto de China. Sus consecuencias se observan incluso en el plano político doméstico: la destitución del presidente republicano de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, –hecho inédito en la historia de ese país– fue el resultado de la concesión realizada por este último para elevar el denominado techo de la duda, es decir, el gasto público. La reciente condena a Trump por abuso sexual, junto a las cuatro causas judiciales que se le tramitan, suman incertidumbre a un sistema político que se vanagloriaba de su previsibilidad y solidez. Otro mundo está naciendo. Pero no parece tener su centro hegemónico en el norte de América.