Desde las yungas, hasta la puna; desde los valles hasta el Chaco o de las serranías a la meseta; sea donde fuera la región geográfica elegida, allí mismo, con sus diferencias idiosincráticas y de producción, se encuentran trabajadores rurales, muchos de ellos familias enteras que heredaron, de una u otra manera, el oficio ancestral de trabajar la tierra.
Si bien puede resultar caprichoso celebrar solo un día, ya que cada uno de los alimentos que se producen son necesarios cada jornada del año calendario, se toma el 8 de octubre como recordación y conmemoración de lo que fuera una de las primeras grandes conquistas a nivel legal en beneficio del campesinado: el Estatuto del Peón de Campo.
Aquella ley sancionada en 1944 bajo el gobierno de Edelmiro Farrel, teniendo como secretario de Trabajo a Juan Domingo Perón, vendría a cristalizar décadas de luchas, persecuciones y victorias obreras, que visibilizaron una y otra vez la importancia de este trabajo, al mismo tiempo que la explotación sufrida por sus patrones.
Les productores salteños
Alejandra Burgos vive en el paraje Las Capillas, ubicado en la Quebrado del Toro. Si bien tiene diversas producciones, por el clima de su región se dedica centralmente al cultivo de la papa andina, tarea que lleva adelante junto a su pareja, Paulino Sulca: “Prácticamente todas las familias de la zona estamos en lo que es el trabajo rural, criando hacienda, cosechando papa andina, arvejas, habas y también queso”. “Es un proceso largo el cultivo de la papa, tarda alrededor de siete meses desde que empezamos a preparar la tierra, sembrar y todo lo que ello implica. Acá no contamos con tractor, el trabajo se hace solo con la ayuda de mulas y arado”, comenta desde las inhóspitas latitudes que habita.
Otro trabajador del campo salteño profundo es José Fariña, productor de bananas en la localidad de Orán, un fruto icónico del norte provincial. Su historia resulta particular ya que adoptó el campo como lugar en el mundo en la vida adulta, “el primer contacto que tuve con el trabajo rural fue cuando conocí a mi esposa hace doce años. La familia de ella era productora de bananas y yo, casi sin quererlo, empecé a manejar una azada y un machete”.
Otra experiencia surge a 60 kilómetros de la ciudad de Salta, en la localidad de General Güemes, un territorio con gran producción de alimentos. Allí, María López trabaja y cuida la tierra. “Nací en Salta capital pero desde chica veía como mis padres trabajaban en el campo, con animales, en fincas de tabaco, de poroto y ají, así que mi vida desde pequeña estuvo relacionada con el campo y la tierra”.
La productora güemense agrega: “Llegué hace seis años, ya que mi compañero de ese momento es de acá, y pensamos en convertirnos netamente en productores; buscamos tierra y lo primero que hicimos fue comprar gallinas, chanchos, poner un poco de verdura e ir probando qué salía y qué no. Para nosotros era un cambio muy grande, además yo era la que más sabía por lo vivido de chica. Nos la jugamos y compramos mil ponedoras que yo misma crié, así empezamos”.
La vida en el campo
José Fariña, quien produce bananas netamente agroecológicas, comenta: “Hay momentos muy lindos en la finca, como cuando regamos las plantas y cosechamos los frutos. Es una hermosa sensación ver llegar las plantas a su punto máximo, aunque claro que tenemos también momentos complicados, y una de las dificultades más importantes en esta zona es la sequía. Cada vez cuesta más sacar el agua, sumado a los incendios forestales que fueron un factor determinante en estos últimos tiempos”.
Desde General Güemes, María aporta complejidades que se emparentan con las de otros productores en diferentes latitudes: “A nosotros nos cuesta mucho porque no tenemos agua, ni luz en el terreno, esos son principales reclamos que siempre decimos". Sin embargo, luego de esa reflexión, con un ímpetu admirable, aclara: "también hay cosas muy lindas, como ver todo lo que se puede producir desde una semilla… es una emoción muy grande ver cómo empiezan a nacer y crecer las plantitas y saber que después forma parte de un plato de comida, al tiempo que es el sustento para nosotros. Eso es algo que no se puede explicar, es maravilloso lo que la madre tierra nos puede dar”.
María también es referente en la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT). “Por medio de una vecina hicimos contacto con un grupo de pequeños productores y nos sumamos a la UTT. En lo personal le debo muchísimo a la organización porque me ayudó a trabajar en grupo, y no solamente a ver mi necesidad, sino a luchar en conjunto, a buscar el bien común”.
Desde la exuberante Quebrada del Toro, Alejandra relata sus inclemencias y gratitudes: “En nuestro lugar nos puede sorprender el tiempo con vientos fuertes, muchas lluvias o tormentas. Esto genera que los techos de nuestras casas, que son de barro y paja, se levanten y vuelen. Entonces tenemosque reparar y seguir, así todos los años. Es una constante, en el campo nos levantamos temprano y no tenemos días de descanso”.
A estas vicisitudes la productora de papa andina agrega: “Tenemos momentos muy gratos, como cuando se da una linda cosecha y se puede vender el producto y con eso tener recursos para abastecernos. Si la cosecha es buena, vendemos, y con eso compramos el resto de mercadería para pasar el año, hasta que sacamos nuevamente nuestro producto y vendemos”.
Enseñanzas de la tierra
La tierra deja marcas, huellas indelebles que los trabajadores del campo reconocen cabalmente. A la dureza del trabajo, es una constante agregarle una caricia, una enseñanza, una sonrisa que pueda sopesar todo el sol en las espaldas.
“Los momentos más gratos son los que se comparten con los compañeros de trabajo, y sin duda cuando está buena la cosecha. Nosotros valoramos mucho la tierra, sin ella no tendríamos los alimentos necesarios en nuestras mesas, además de cuidarla como uno más, porque tiene mucha vida”, comenta con emoción María desde General Güemes.
En su tarea también como referente de género en la UTT, María resalta: “estuve doce años en pareja con una persona con la que sufría violencia. Yo sentía que nadie me apoyaba, él me hacía sentir que no valía nada, y gracias a la organización pude ver que nosotras podemos, y por experiencia les digo y trasmito a mis compañeras que no tengan miedo, que se puede salir adelante”.
Desde la calurosa y tropical Orán, José Fariña remarca: “Mi vida está llena de preocupaciones por diferentes situaciones, pero cuando uno va a la finca y está ahí en los bananales, se siente bien, siente que uno puede visualizar las situaciones o problemas desde otro lugar. La tierra impacta mucho lo psicológico también… nosotros tratamos siempre de dar lo mejor y cuidar la tierra. No poner químicos, sino minerales agroecológicos tratando de cuidar la tierra, porque ella no es mía, tiene que ser para mis hijos, tenemos que cuidarla para el futuro”.
“Yo creo que nos deja mucha enseñanza el trabajo en el campo”, comenta Alejandra Burgos, “en primer lugar, la enseñanza de valorar la naturaleza, porque por ahora nosotros tenemos un lugar muy bonito, muy lindo, donde tenemos agua propia, y eso hoy por hoy, lo hace un lugar maravilloso. Yo ahí soy feliz a pesar de todos los sacrificios que eso implica”.
Sea cual fuere la producción, un sinfín de situaciones suceden de forma impensada e inesperada en medio de los campos que contienen a las y los trabajadores rurales. Ellos, que curten sus manos y espaldas de sol a sol, continúan en su gran mayoría sin poder ser dueños de la parcela de tierra que cuidan y labran agregándole valor a cada paso.
Como dice claramente María desde Güemes: “Nosotros, los pequeños productores, somos los que abastecemos al pueblo, porque los grandes terratenientes exportan y nosotras vendemos acá, a nuestro pueblo, a nuestros vecinos".