Para ver a Los Pumas siempre hay que tener a mano unos cuantos saquitos de té de tilo o un buen ansiolítico. Calman la ansiedad, equilibran los picos de presión o los bajones a que acostumbra el equipo. Contra Japón no resultó diferente. Ahora, con la clasificación a cuartos de final del Mundial el balance es positivo, pero también estresante. El 39 a 27 marca exactamente lo que se vio en Nantes. Una diferencia cómoda, pero sólo tranquilizadora cuando apenas quedaban un par de minutos. Porque Argentina es así, en cualquier deporte, pero sobre todo en el rugby. Por méritos y desaciertos más propios que ajenos.

Ahora se vendrá Gales el sábado 14 al mediodía. Con renovada energía, algunos picos altos y aspectos del juego que urge mejorar. La lesión de Pablo Matera, un forward clave y acaso baja definitiva para el resto del torneo, preocupa también. Pero el dilema que planteaba, al menos contra esa legión extranjera que el rival puso en la cancha –tiene once foráneos o nacionalizados– se reemplazó con la habitual dosis de coraje, tackle y empuje de Kremer, la figura, y la contundencia de Mateo Carreras que marcó tres de los cinco tries. Fueron los más destacados.

Los Pumas y los Brave Blossoms –las flores corajudas– como se le llama al equipo de rugby nipón, jugaron un partidazo. Repleto de destrezas y errores que dinamizaron el juego y lo llevaron a un callejón de incertidumbre en el resultado. Porque fue palo a palo. A un try y ventaja de Argentina (al minuto ya ganaba con uno de Chocobares que se cortó por el medio), respondía Japón (excelente definición con sombrerito incluido del segunda línea Fakatava). Entre uno y otro try –hubo ocho en total– Los Pumas comenzaban a acumular errores no forzados: malas decisiones, varios knock-ons, pelotas al touch que quedaban adentro y otra vez, una dubitativa conducción de su pareja de medios, Santiago Carreras y Bertranou. Incluso, algunos tackles errados.

La salida anticipada de Matera a los 23 minutos, no le pesó a la Selección. Se fue acomodando a ese frenesí en que se transformó el partido. Posiblemente la sienta con Gales, aunque ésa es otra historia. Quedan seis días para reemplazarlo si no se recupera. El 15 a 14 de Los Pumas en el primer tiempo, pero más su juego errático, anticipaban un desenlace sufrido, té de valeriana mediante. El sol en contra también hacia de las suyas y Argentina lo había padecido en el primer tiempo. No era un sol naciente, como el del imperio, pero cada pelota a cargar resultaba un jeroglífico para el full back Mallía.

Cuando Mateo Carreras apoyó su segundo try del partido, parecía encaminarse el resultado. Pero no. Un penal y un drop acercaron a Japón y lo pusieron de nuevo a tiro. Ya no alcanzaba un saquito de cualquier variedad de té sedativo. El desarrollo del juego pedía algo más fuerte. Y sería así, nomás. A un try de Boffelli respondieron con otro de Naikabula arrojándose en palomita sobre la bandera. No había caso. La voz del Polaco Goyeneche parecía escucharse en Nantes: "Primero hay que saber sufrir…" cantaba en Naranjo en flor. Y los japoneses se venían, pero también daban ventajas en el contacto a excepción del granítico Fifita, nacido en Tonga.

Carreras, el wing, con doble tracción como una camioneta playera marcó su tercer try –quinto de Los Pumas–, y el más tranquilizador. No dio margen para que los japoneses se recuperaran. La conversión y un penal de Nicolás Sánchez estiraron la máxima diferencia en el partido que recién llegó a seis minutos del final. A esa altura, los clásicos cantitos de la hinchada bajaban desde las tribunas. Eran la dosis de oxígeno para lo que restaba. Ya había entrado Creevy por Montoya y la cara del capitán ensangrentada pasaba a ser la postal de lo que había costado el partido.

Los Pumas volvieron a una instancia mata-mata del Mundial después de no superar la fase de grupos en 2019. Deben resetearse, bajar el índice de errores no forzados, mejorar mucho el juego con el pie –Cinti se equivocó seguido y abre paso a un eventual cambio entre los backs–, y creérsela. Tienen con qué, aunque con el nivel mostrado hasta ahora no les va a alcanzar contra Gales. Un equipo con historia, de presente en crecimiento (se sacó de encima en su grupo a rivales como Australia y Fiji) y que lleva ventaja en la estadística. Catorce victorias contra seis de Argentina y un empate. Además, un mejor ranking en la World Rugby. Nada que intimide, pero sí mucho más exigente que el entusiasta y sistémico Japón que se permitió algunos lujos y jugadas sorpresivas en Nantes.

El entrenador Michael Cheika también debe ser más rápido de reflejos. El equipo pedía cambios, exigía decisiones más temprano. La conducción de Bazán Vélez y Nico Sánchez necesita más minutos en cancha. Hay más que modificar –da la impresión– en los backs que en el pack de forwards. Dijo el australiano: "Ahora que esta presión pasó, podemos ir por lo que viene". Claro, siempre hay presión y Los Pumas la tenían porque con Japón estaba en juego la clasificación a cuartos. Una derrota equivalía a volverse demasiado temprano como en el último Mundial. La presión siempre estará. El deporte de alta competencia no puede administrar sus niveles estresantes. Con un té de tilo acá, uno más allá, y el ansiolítico a mano para el sábado que viene, Argentina va por su paso a la semifinal.

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