En las adyacencias del Parque Independencia, de Rosario, cuelga en los tendederos improvisados por los vendedores de souvenirs el deseo de media ciudad: la vuelta de Lionel Messi a casa. Aparte del rojinegro de Newell’s con el nombre del ídolo, el viento de la caída de la tarde bate contra la nada el 10 impreso en la camiseta rosa e incluso en una versión tipo escudo del Capitán América del Inter de Miami. También hay toallas con su rostro. La imagen convive en todo momento con gaseosas, agua y fernet con coca en botella de plástico cortada al medio (la que Lali Espósito enseñó a preparar en el prime time de la televisión española). Es sábado, uno bien agitado a orillas del río Paraná. En las afueras de la ex Sociedad Rural local, chicos y chicas, mientras terminan el trago, organizan lo que harán luego de la media noche. Se debaten entre el after de un festival de podcasts o el de la Marcha del Orgullo Gay. Pero ahora la prioridad es entrar al Festival Bandera.
En su cuarta edición, el evento confirmó su condición de amplificador de la pluralidad musical. Al menos entre los rosarinos. A propósito de eso, un rato antes de su actuación, la cantante y compositora mexicana Julieta Venegas les comentaba a varios periodistas: “La música es música. No me concibo en un solo lugar”. Justamente, fue lo que propuso Natalie Pérez en su performance. La actriz y cantante lanzó en agosto pasado su nuevo álbum, Intermitente, con el que fundamentó su show en el Escenario Norte. Se trata de un trabajo que expone nuevamente sus intenciones eclécticas para con el pop. De eso puede dar constancia su apropiación de la bachata, en un tema como “Consuelo”, o su guiño al reggaetón, mediante “Consuelo”. Algo parecido a lo que hizo La Valenti en el Escenario Bandera, donde la artista neuquina hilvanó un repertorio que osciló del raggamuffin a algo más trapero. Pasando por un R&B minimalista del calibre de “Romantik Lov”.
Cuatro estructuras se extendían en un predio que tiene similitudes con su análogo porteño. Las plateas que alguna vez sirvieron para vitorear al campo argentino, en esta ocasión se usaron para el descanso y para mirar en una pantalla los recitales del Escenario Norte y del Escenario Sur (las vitrinas principales), ubicada una al lado de la otra en una zona descampada. Mientras que el Escenario Bandera, dedicado a grupos y solistas con propuestas fuera de lo convencional, se encontraba a la vuelta. En perpendicular con el Escenario Laboratorio Bandera, abocado a la música urbana experimental y a la electrónica orientada a la pista de baile. Por ahí pasaron, después de que se dieran puertas a mitad de tarde, el rosarino Tobi Arribillaga, secundado por el santiagueño León Cordero: dueño de una estética sonora insular que mixtura el R&B y el pop con estilos de última generación como el glitch. En tanto que Soui Uno hizo valer su chapa de flamante revelación del rap patrio.
Un rato antes, la sensación del under argentino en 2023, Winona Riders, inauguró el Escenario Sur. Pura rebeldía piscodélica, que, a partir de canciones emancipadas y shows salvajes, supo erigir rápidamente una noble feligresía en todo el país. Y la ciudad santafesina no fue la excepción. Desde su llegada al hotel, donde varios de los empleados demostraron su fanatismo, hasta el momento se salir a escena, nunca pasaron inadvertidos. De hecho, pese a lo adverso del horario, los esperaba una muchedumbre importante. Lo mismo sucedió con Groovin’ Bohemian, pero en el Escenario Norte. La banda, una de las más convocantes de la metrópoli litoralense, es parte del secreto mejor guardado y más libidinoso de la escena musical nacional: el funk rosarino. Nucleada en Movimiento Unión Groove, colectivo que torneó (a la imagen y semejanza local) el género hasta convertir a Rosario en la capital nacional del groove.
Un rasgo distintivo del Bandera es su capacidad de leer y traducir la actualidad de la música popular contemporánea nacional, a través de un formato próximo a lo boutique. Aunque sin desestimar lo clásico. Es por eso que su curaduría se esmeró en esta ocasión en que un grupo de mil y una batallas como Las Pastillas del Abuelo pudiera coexistir orgánicamente con el El Zar. Sin embargo, el tándem no fue el único embajador de ese pop glamuroso (con un pie en el funk y otro en la pista de baile) acuñado en la zona norte del Conurbano bonaerense. También le acompañó Silvestre y la Naranja, cuarteto que, tras renovar su estética sonora, pegó un salto gigante que lo llevó este año a llenar su debut en el estadio Obras Sanitarias. Y si hablamos de artífices paridos en una misma escena, Rip Gang, crew y semillero indispensable de la música urbana argentina, dijo presente con dos caras de una misma moneda.
El rotundo crecimiento que experimentó Dillom en el último año se vio reflejado en el festival. Luego de haber sido parte de la programación de 2022, en calidad de apuesta, el MC regresó esta vez a la grilla como cabeza de cartel. Y no decepcionó. Al punto de que fue uno de los actos sobresalientes de la jornada. Su show, que lindó una vez más con la brillantez, estuvo conformado por tres segmentos que tuvieron de columna vertebral a su último álbum, Post mortem. Lo que le permitió desdoblarse del trap al rock, y del rap a la música dance, sin que el relato perdiera coherencia. Ataviado con un sombrero de cowboy, hizo alarde de su naturaleza visionaria al desenfundar su último single, “Ola de suicidios”, lanzado en abril. Si bien es una parodia al rock, también podría serlo a la política. “Los guachines escuchan Dillom, yo soy Pakapaka. No canten esto en TV Pública, sino me matan”, versa uno de los pasajes de la canción.
Si el artista de 22 años fue la cara de Rip Gang, Broke Carrey fue el sello con su reggaetón a lo porteño: melancólico y atribulado. La troupe urbana del encuentro musical, que convocó a 23 mil personas, incluyó la despedida de los escenarios del rapero español Rayden, y el gran momento de Taichu y del estilo que cultivó: el “hotcore”. Este capítulo del Bandera sirvió asimismo para que Julieta Venegas ahondara en su reinvención (más cerca de la canción iconoclasta que de los hits), al tiempo que contó con una delegación uruguaya que juega de local: El Cuarteto de Nos y No Te Va Gustar, quienes pusieron el foco en sus éxitos y en su idilio con el público local. Cuando la DJ y productora Anita B Queen le entregó las bandejas a Soundexile, una horda raver empezó a acercarse al Laboratorio Bandera. Minutos más tarde, abundaban los lentes de sol. Señal de que se venía un prócer de la electrónica nacional, Franco Cinelli, y de que la fiesta, al igual que la alegría, no tiene fin.