Hace unos cuantos años en la redacción de El Gráfico, en una charla informal, Enrique Omar Sívori contó esta historia:
-Era uno de mis primeros partidos en la Juventus, contra la Roma. Me habían pegado un montón. Y casi sobre el final, llevé la pelota a un costado, la pisé, hice como que sacaba un peine del bolsillo del pantaloncito y me peinaba. Vino corriendo uno de ellos y se me tiró como para cortarme en dos, y yo toque despacito a un costado y salí jugando. Pecado de juventud.
Con el desparpajo de Sívori (o las herencias futboleras) el "Colo" Valentín Barco se paró un segundo sobre la pelota en el partido contra Palmeiras, y recibió más críticas que elogios.
Leonardo Balerdi, con pasado en Boca, escribió en Instagram: "Parate arriba de la pelota, no te importa nada. Me encanta". Merentiel dijo: "Casi le pego una patada yo, ja. Increíble". Y enseguida agregó: "Es un jugador increíble para nosotros, hace cosas de loco. Es admirable, a veces hasta a nosotros nos hace calentar. Lo disfrutamos al máximo, sabemos que es un jugador importante para el equipo". En el partido mismo se lo vio a Cavani hablándole al oído. Casi seguramente para amonestarlo.
Los códigos del fútbol tan flexibles con los que pegan patadas criminales, hacen tiempo, o la van de guapos, se vuelven rígidos contra todo lo que supone una cargada o una transgresión. Hasta un caño a veces es mal mirado. ¿No habrá un poco de envidia, intolerancia y mediocridad detrás de todo esto?.
Oscar Ruggeri llegó a cuestionarle a Barco que pateó un córner con tres dedos (y casi la mete), porque no contempló que los centrales habían subido a cabecear. Un absurdo.
Barco tiene 19 años, disfruta de estar adentro de la cancha como disfrutamos los que lo vemos; se enoja cuando el técnico lo saca, como se enojan los hinchas. Algunas de las cosas que hace provocaron que tanto el Manchester City como el Real Madrid se interesen por su pase, y él lo sabe muy bien.
Otra cosas que hace (pararse arriba de la pelota, dar un pase mirando para otro lado cuando no se trata de confundir) hieren orgullos exageradamente sensibles. El peligro es que un sacado cultor de códigos lo parta en dos, como quisieron hacerlo con Sívori, y no le de tiempo para tocar a un costado. Si eso pasa, se perjudicará su equipo y los de afuera nos privaremos de su talento, y esto último es lo que de ninguna manera se puede quebrar. Ese es el límite, eso es lo que de verdad debería importar.
De todos modos, algo está claro: el fútbol necesita menos santos que pegan patadas y más cracks hijos del potrero como el "Colo" Barco, aunque cometan pecados de juventud.