“Aquí estamos, en el Kilómetro Cero del peronismo, donde empezó todo”, dijo el gobernador Kicillof para dar inicio a la caravana que salió de allí, de Berisso, cuna histórica del 17 de Octubre de 1945, para llegar más tarde a La Matanza, la “Capital del Peronismo”. Esta vez, su discurso ya no hizo hincapié en una suerte de guía para la militancia para captar votos, como sí lo había hecho durante el acto en el estadio de Defensores de Cambaceres. Ahora le dio encarnadura a aquella otra intervención que bien podría ser considerada como un esqueleto de la esperanza.
En efecto, durante el acto en Ensenada, junto a Sergio Massa, Axel había enfatizado que para ganar los votos de los abstencionistas de las PASO, de los dubitativos y aun de los críticos, primero había que tener claridad sobre quiénes eran, y entonces les puso nombres y apellidos. Los trabajadores, los jubilados, las pibas y pibes (“…para que no voten contra los viajes de egresados, el programa Puentes, la escuela gratuita y la universidad pública”), los ambientalistas, los creyentes de cualquier credo, los radicales y los socialistas porque “no pueden votar a quienes no condenan el terrorismo de Estado”. Dijo que había que ir a buscarlos, hablar cara a cara con ellos y recorrer cada palmo del territorio porque “la provincia de Buenos Aires es la locomotora del triunfo de Sergio Massa”.
Si uno se pone a pensar en esos actores desde la perspectiva del voto, es indudable que la guía del gobernador para la militancia era irreprochable. Habría que agregar, aunque él lo hubiese hecho en reiteradas oportunidades anteriores a ésa, al movimiento de mujeres y disidencias, a los pequeños y medianos empresarios de la ciudad y el campo, a los comerciantes de barrio, a los trabajadores y trabajadoras informalizados o a los sin techo ni tierra.
La guía de Axel en Ensenada es, en verdad, el esqueleto de un frente, pero no de un frente de jetones, ni de profesionales del poroteo, ni de lapiztenientes, sino de un frente en condiciones de avanzar y constituirse como tal, ya sea a propósito de la victoria electoral -porque tendrá que ser defendida con uñas y dientes- ya sea por una eventual derrota, porque los vencedores se nos vendrán encima.
Y la novedad no es menor. Es cierto que en otras coyunturas históricas la noción de un frente formó parte del arsenal político del peronismo para convocar aliados en torno a un programa básico de coincidencias. Sin embargo, la propia dinámica del PJ hizo que las particularidades que animaron las diferentes experiencias frentistas quedaran tan subordinadas al hegemonismo de aquél que sus propias identidades terminaron opacadas o, incluso, invisibilizadas. (Aquí, la idea de hegemonismo no remite a la de hegemonía -que es la capacidad de conducir al resto sin que se note- sino todo lo contrario). El sustrato, la base material de ese tipo de frentismo, era la inviolabilidad del horizonte de época acuñado con la irrupción del peronismo, no apenas como un fenómeno de masas, sino como una certificación de la existencia de un futuro tan posible como promisorio. Por esto no pesaba demasiado que el PJ fuera “hegemonista”. Sin embargo, estas premisas hoy están sometidas a interpelación por parte de la gran derecha y a caballo de un descrédito de la política en vastos sectores populares, en particular en aquellos que históricamente se reconocieron en la tradición peronista y que, a instancias de los errores, carencias y actos fallidos del actual gobierno, se ven sumidos en la desesperanza.
Por eso en Berisso, en el discurso de largada de la caravana, Axel le pone palabras a la conciencia dramática de lo que podría implicar un triunfo de la gran derecha en “una elección histórica y decisiva (…) porque el pueblo entero está comenzando a comprender todo lo que se juega en quince días, que no es sólo un período de cuatro años de gobierno. La derecha, que está del otro lado, está hablando, está preparando y está planificando destruir conquistas históricas del pueblo trabajador, de los sectores medios. Está planteando cambiar la matriz productiva para terminar con lo que hoy es, todavía, orgullo de nuestro país y de toda la región. Quieren terminar con la industria nacional, quieren terminar con la universidad, la ciencia, la tecnología. Quieren ir en contra de nuestra soberanía; se pasan por no sé dónde la lucha de Malvinas y los derechos humanos (…) Por primera vez en mucho tiempo el negacionismo, los que niegan el terrorismo de Estado, los que discuten si fueron 30.000, de nuevo, después de cuarenta años de democracia, ponen en juego y en riesgo lo que es la construcción histórica más importante de este período. Por eso esta Marcha, que empieza en el Kilómetro Cero del peronismo, empieza diciendo que fueron 30.000”. Más adelante dirá que “la educación pública no se vende, se defiende”, retomando la histórica consigna de los docentes durante la Carpa Blanca, y que “la salud pública no se toca”.
Allí, en esa conciencia dramática del momento histórico que nos toca vivir, Axel sienta las bases de un programa nacional, democrático, antineoliberal y anticolonialista. Son trazos gruesos y apurados por las circunstancias de un acto callejero, pero aun así resultan inconfundibles para cimentar la unidad popular.
¿Falta algo? Sí y por eso el gobernador le dedica una atención especial. No hay demagogia ni puesta en escena. Axel enfatiza, subraya, acentúa el papel de las y los trabajadores en la constitución de la imprescindible unidad popular para vencer a la gran derecha. Sobre el sencillo tablado que preside el acto están Verónica Magario, Mario Secco, Julio Alak, Andrés Larroque y Fabián Cagliardi, pero también hay dirigentes sindicales. No es casualidad. Hugo Yasky, secretario general de la Central de Trabajadores y Trabajadoras de la Argentina; Roberto Baradel, el secretario general del SUTEBA vilipendiado por Patricia Bullrich; Oscar de Isasi, de la CTA Autónoma; la senadora provincial y docente María Reigada y el histórico dirigente sindical de los trabajadores del Cuero y ministro de Trabajo de Axel, Walter Correa, integrante también de la Corriente Federal de Trabajadores en la CGT.
El gobernador les agradece la presencia y anuncia que todas las expresiones del movimiento obrero organizado estarán a lo largo de la marcha de la caravana “acompañando al peronismo de la provincia de Buenos Aires”. Sin embargo no se queda en lo protocolar: “Un proyecto de la derecha es perseguir, como hizo Macri y como hizo Vidal, al movimiento sindical, porque es así como quieren amedrentar para apropiarse de los derechos y de los ingresos que son del pueblo trabajador”. Y luego, a renglón seguido, tras haber entramado a lo largo de su arenga los hilos de un programa de unidad popular, no duda y de modo vibrante da la puntada estratégica de ese frente de la esperanza: “Pero no cuentan con algo que nunca vamos a olvidar ni dejar pasar, con lo que vamos a ejercitar siempre y todos los días, que es la unidad de los trabajadores; que el pueblo unido jamás será vencido (y el público corea la consigna) y la unidad de los trabajadores no les gusta y se joden (el público canta ahora esta otra consigna histórica)”.
Sin temor a arriesgar una definición, es posible afirmar que, con el inicio de la caravana desde Berisso a La Matanza, Axel Kicillof también sentó las bases para un frente de la esperanza. Un frente nacional, popular, democrático, antineoliberal y anticolonialista en condiciones de reorientar y conducir un agrupamiento de las fuerzas políticas y sociales que, abrevando en las más altas experiencias del pueblo simbolizadas en Perón, Evita, Néstor y Cristina, pueda trazar un nuevo horizonte para la esperanza de los millones que viven de su trabajo y no del trabajo ajeno.