Lo singular de los resultados de las PASO no es tanto que Javier Milei haya quedado en primer lugar sino el hecho de que el propio proceso electoral es en sí mismo “instituyente” de la fuerza de Milei, afirma el investigador Pablo Semán. Sociólogo y antropólogo especializado en culturas populares y religión, este investigador describe el espacio mileísta como un bloque no monolítico y, por qué no, un “proceso en progreso”. Se trata de una fuerza que ha absorbido votos tanto de los proyectos de derecha como del peronismo y de sectores populares, aunque con motivaciones diversas. Se sabe dónde inicia y es posible inferir los factores de su caudal de votos, pero la clarificación de su meta aún está pendiente, así como su consolidación, estabilidad y permanencia.
--Plantea que los procesos electorales no son tan solo ni necesariamente una acumulación de factores del pasado sino que son instituyentes en sí mismos. ¿Cree que las PASO lo hayan sido?
--Los procesos electorales no son expresivos de realidades previas sino instituyentes; siempre hay un poco de una cosa y un poco de otra, pero realmente el porcentaje que es instituyente es muy amplio. En este proceso electoral se construye la fuerza de Javier Milei, que no existía antes para nadie, ni siquiera para él mismo. Si uno ve lo que pasó a nivel nacional, esto es más palpable todavía, porque Milei no había competido directamente y no tenía estructura. Justamente, el proceso electoral creó la estructura. Cuando la electorabilidad se vuelve palpable, empezás a construir estructura. En el proceso se profundizaron las líneas de construcción de la política de Milei, un esfuerzo sincrético y habilitador de conexiones entre distintas vertientes del electorado, muchas de ellas de derecha y otras con un reclamo democrático contra los fracasos de la política y del Estado. Lo instituyente es la creación del mileísmo, aunque también es una “elección destituyente” del peronismo.
--¿A qué llama “reclamo democrático”?
--A una crítica generalizada a la dirigencia política, en particular a su encapsulamiento, a su posición de excepción, a lo que muchos ven, sin importar si lo son o no. En la crítica a la dirigencia política en tanto privilegiada hay un reclamo democrático; después si sigue la dirigencia política privilegiada o no es otra discusión. El encapsulamiento y el privilegio de los políticos conforman parte del reclamo democrático. Y creo que está justificado, aunque no comparta ninguna de las soluciones que propone Milei para esos problemas.
--Sostiene que los votantes de La Libertad Avanza (LLA) no constituyen un bloque monolítico. ¿Cómo es la posición político-social de su electorado?
--Creo que es un proceso todavía en progreso, que no se sabe ni dónde ni cómo termina. La propia solidificación de ese electorado está pendiente y entonces hay interacciones entre sus partes que están en curso; todavía es una efervescencia donde interactúan y se influyen distintas partes. Primero hay una cronología con capas anteriores. Es probable que la derecha y la derecha alternativa hayan empezado como una crítica a la derecha tradicional o una reacción frente al progresismo en muchas de sus manifestaciones, como una reacción también a la inermidad del progresismo, que da por sentadas cosas sobre las que alguien puede interrogar y que el propio progresismo no sabe cómo fundamentarlas. Eso me parece que en una primera etapa fue lo originario.
--¿Qué cambios nota en la etapa posterior?
--Creo que hubo un desplazamiento hacia zonas más amplias de la política y del electorado. Eso dialogó con la “bolsonarización de (Mauricio) Macri”; no hay que olvidarse de que Macri en 2018 hizo un giro a la derecha de la derecha. Todo esto, además, está enancado con el hecho de que, en el peor momento del neoliberalismo, (Carlos) Menem y (Ricardo) López Murphy sacaron casi el 40 por ciento de los votos. Esto no surge de la nada. Surge, incluso, de algunos elementos resilientes del neoliberalismo, que permanecieron en el PRO y se reagruparon con Macri. Fuera de esa primera etapa hay elementos relacionados con las redes sociales, con la circulación global de ideas, con elementos activos de la sociedad política. Una tercera etapa tiene mucho que ver con la masificación de los públicos de Milei.
--¿Cuándo se consolida esa masificación?
--Se activa muy poderosamente en la pandemia e interactúa con el giro a la derecha de Macri con Patricia Bullrich, con una dinámica de masificación enorme. Hay una etapa más actual, en la que absorbe votos de los proyectos de derecha, que iban a Bullrich o a (Horacio Rodríguez) Larreta, y con mucha popularidad también absorbe votos del peronismo y de sectores populares, aunque por motivos distintos a su definición de derecha. Así se convierte en un candidato transversal a los grupos sociales y con menos sesgo masculino que al inicio, aunque lo sigue teniendo.
--¿Cuál es el potencial del público que se arma en este proceso electoral instituyente?
--El potencial no lo sé. En todo caso, lo que Milei obtuvo en las PASO es el piso, creo que puede ir más lejos. Hay una encuestadora, Atlas, que no le pegó en los números, pero sí le pegó en el sentido de la curva evolutiva de cada uno de los candidatos. Atlas muestra que Milei va recortando su imagen negativa y mejorando su imagen positiva, un preanuncio de que su techo está más alto. Además, la situación económica que determina el hastío y la inclinación a Milei no mejoró sino que empeoró. Por otra parte, todo lo que muchas veces le señalan como contradicciones, como exageraciones, como problemas de su candidatura, tal vez le sirve para seguir creciendo. Y por último, en la medida en que haya miembros activos de la sociedad política que ven que su candidatura promete, mejorará su capacidad de fiscalizar y tener una buena elección nacional.
--Aunque el suyo ya no sea un voto eminentemente masculino, el voto a Milei muestra la mayor brecha de género. ¿Cree que este sesgo va a repetirse en la elección del 22 de octubre?
--Es un sesgo masculino innegable, aunque en los grandes números ese sesgo se va recortando. En las marchas libertarias, la proporción hace un año era 80-20 entre hombres y mujeres o, incluso, más desequilibrada. Hacia mitad de este año, la proporción en esas marchas ya era 70-30 en un período de hiperactivismo, porque eran muy pocas personas. Puede ser que se mantenga ese sesgo masculino porque es un candidato centralmente violento, pero no me parece que lo que arrastre voto masculino sea su antifeminismo, aunque lo tiene.
--¿Cuánto contribuyeron el antagonismo y la polarización a la construcción de la figura de Milei?
--Hay una dirigencia política y una serie de organizaciones que tienen contacto con los dirigentes políticos; y por otro lado, está la “sociedad política ampliada”, que es la gente que consume información sobre política, que cree que depende de la política, que cosas importantes de su vida dependen de la política y que son no tanto un árbol que tapa el bosque sino un bosque chico que tapa el bosque grande. En el diálogo entre dirigencia política y la sociedad política ampliada hubo una intoxicación que más que polarizar con Milei lo minimizó. Todos lo veían como un loquito, no lo entendían, no sabían lo que pasaba o no se quisieron enterar de lo que pasaba. Eso es interesante porque el kirchnerismo en su momento tuvo esa conducta respecto de los cuestionamientos a su mandato que empezaron muy fuertemente en 2012. De hecho, uno podía escuchar a los militantes decir: “Cristina lo construye a Macri porque es un rival débil”. Mirá qué débil, le gana en 2015. Subestimaban a Macri y luego pasó lo mismo con Milei desde el kirchnerismo. A Larreta le pasó exactamente lo mismo y a Bullrich, algo parecido: ellos también lo subestimaron. Entonces no sé si antagonizaron con Milei durante la mayor parte del tiempo sino que directamente lo ignoraron y lo subestimaron, creyendo que les llevaba agua para su molino.
--¿De qué manera la clase política subestimó el potencial electoral de Milei?
--Algunos creían que discutirle a Milei era pícaro, conveniente, porque lo subestimaban, una locura... La subestimación y la irresponsabilidad política, o directamente técnica. Más recientemente sí se ve un apuro por responderle en serio, se despertaron y dijeron: “ah, bueno, hay que decir algo”. En esa voluntad de confrontación hay una frase que escucho todo el tiempo en militantes bullrichistas y kirchneristas: “no tenemos cómo interpelar a los votantes de Milei”. No están entendiendo que probablemente no los pueden interpelar porque no es una cuestión de contenidos, sino de posición estructural en el espacio político. El cristinismo, el massismo, Alberto Fernández, Bullrich, Larreta, son enunciadores ilegítimos, porque mucha gente ya no los quiere oír.
--¿Por qué ese hartazgo hacia el sistema bicoalicional no resultó, por ejemplo, en un crecimiento de los partidos de izquierda?
--Que esto no haya salido para cualquier lado es una teoría de la clase política, de los analistas y del periodismo, que muchos hemos discutido. Es la teoría de la intensidad ambivalente, suponer que la gente quiere liderazgo, fuerza, taconeo. Eso sirvió para hacer un culto fálico a Cristina, pero me parece que está errado. Milei no gana porque grita sino que se monta en una sensibilidad crítica hacia el Estado, a la política y la economía. Esa sensibilidad crítica de la economía y del Estado es profundamente liberal (actualizada en la síntesis mileista de mercado y orden). La intensidad ambivalente no salta para cualquier lado, es decir, no se trata de que venga Gabriel Solano (del Partido Obrero), grite y saque votos. Había una hegemonía real a favor de ideas más bien liberales, que se viene construyendo como mínimo desde 2008: una crítica del Estado, de las regulaciones, de las intervenciones, de la calidad de esas intervenciones. Es un proceso ascendente que tiene algunos momentos de reflujo o de amesetamiento pero es un proceso que no paró de crecer. Y lo que le pasó en todo caso a la sociedad política, que incluye a analistas, a periodistas y a políticos, es creer que el punto de vista oficial es hegemónico, y cada vez lo es menos.
--¿En qué sentido?
--Yo tengo un lapsus: cuando hablo del gobierno de Alberto Fernández me sale automáticamente el término “oposición”, porque en realidad el gobierno de Alberto Fernández y el Frente de Todos (FdT) se oponen a lo que realmente es hegemónico. Hay una interpretación de que la liebre podría saltar para cualquier lado. El descontento media el desconocimiento de que oficializar un punto de vista no es ser hegemónico, sino simplemente tener poder para hacer sonar tu voz. Pero eso no quiere decir que te hagan caso ni que te tomen en serio todos los que vos pensás que lo harán.
--¿Podría haberse imaginado que ese voto más antiperonista se iría hacia Bullrich más que hacia Milei, o se imponía la necesidad de salirse del sistema más tradicional de partidos?
--Cuando Milei empezó a invocar la idea de “casta”, supo activar o canalizar a su favor lo que podía ir hacia Bullrich. Creo, además, que Bullrich no logró superar la imagen en el electorado de que pertenece al equipo que venía a cambiar las cosas y no las cambió. Hay algunas encuestas de imagen que sostienen --yo no lo vi tan así, pero algunos lo dicen y habría que tener en cuenta el argumento-- que Bullrich aparecía cruel y Milei, innovador. Entonces, también aparece ese rechazo específicamente personal a Bullrich.
--¿Qué cree que genera el proyecto de Milei en ciertos sectores?
--Hay, por lo menos, cuatro elementos. Un primer elemento reactivo de todo lo que ya fracasó, que se apoya en una memoria relativamente disponible, porque es de corto plazo. Otro elemento tiene que ver con lo baja que está la vara para la política, lo poco que se espera que pueda dar la política; mucha gente no espera nada bueno, simplemente se complace con que se vayan las personas que siente se le rieron en la cara, que la estuvieron jodiendo durante años. Por otro lado, hay una esperanza relacionada con “peor no se puede estar”, y que este “piedrazo en la puerta” rearme todo. Eso también es un motivo de esperanza, porque mucha gente siente que está todo trabado y hay que patear el tablero. En ese contexto, el cuarto elemento es la cuestión de la libertad. Mucha gente llega a ideas liberales a partir de la vivencia del mercado. Hay mucha gente que es hablada por el liberalismo antes de que aparezca Milei, que es hablada por el mileísmo antes de Milei. Me encontré con votantes peronistas, o exvotantes peronistas o hijos de votantes peronistas que no saben cómo hacer para no votar a Milei pero que toda su descripción del mundo coincide con la de Milei.
--¿En qué consiste esa descripción del mundo?
--En que hay derechos laberínticos que no le sirven a nadie, por lo menos a ellos, que no le sirvan a ellos no es que no le sirvan a nadie, que hay subsidios que no se deberían dar y sin embargo se dan, y se ponen como ejemplo a ellos mismos, de cómo funciona de mal el Estado, y de cómo ellos sienten que debería dárseles el “privilegio”, el reconocimiento de ser proactivos, emprendedores, de que falta un reconocimiento de eso. Hay una tensión entre ese discurso de “nadie se salva solo”, que es un discurso estatalista y comunitarista abstracto, y la experiencia de que uno se salva más o menos solo y con su familia.
--En alguna oportunidad sostuvo que Milei era o podía ser pensado como un populista. ¿Qué rasgos lo caracterizarían como tal?
--Hay una hiperinflación e hipercirculación de la palabra “populismo”. La primera vez que lo dije fue en el sentido de que podíamos tener un populismo de la libertad, en el sentido casi de una demagogia de la libertad. Se puso de moda una versión del populismo como un liderazgo fuerte, una narrativa, una aventura, unos enemigos, unos beneficiarios; una forma narrativa que puede ser de derecha o de izquierda. Hay una versión más sofisticada de eso, que se deriva de la obra de Ernesto Laclau, según la cual el populismo es la forma en que se hace política en contrapunto con el liberalismo en la democracia, no necesariamente por fuera, y que eso no tiene un contenido necesariamente de izquierda. Creo que hay que ir a una descripción histórica más específica, que en buena parte tiene que ver con la emergencia de sensibilidades pro-mercado y también con la producción de un rechazo al peronismo y del agotamiento de las capacidades de gobierno del peronismo y el empeoramiento de la imagen del peronismo. Esto está metido en una crisis más de fondo que no siempre se tematiza, pero debemos tematizarla: una crisis del Estado. La crisis del peronismo y la crisis de la política son antes que nada la crisis del Estado, ante tres fenómenos para mí muy claros: la rapidez con la que se mueven los capitales, la rapidez con que se mueve la información y la insubordinación de las subjetividades.
--¿A qué se refiere con “insubordinación de las subjetividades”?
--Nadie quiere ser encuadrado dentro de nada y tiene que ver con ciertas formas de individualismo contemporáneo que pueden ser progresistas o no pero que al Estado le resulta muy difícil entrar en contacto con eso. Entonces, el Estado no hace pie. Un ejemplo de eso es que los Estados occidentales tuvieron problemas enormes --no Argentina específicamente-- para hacer la campaña de vacunación; algo que a nadie se le habría ocurrido que pasaría.