"Sé que vendrás, Misiones, a hacer violento al verde,/ A hacer del rojo una verdad inapelable", escribe la poeta andaluza Rocío Muñoz Vergara en su segundo libro de poesía. Recientemente publicado por el sello independiente Ediciones Danke en Rosario, donde su autora se vino a estudiar y se quedó a vivir, La lengua de la serpiente contiene algunos de esos poemas extensos que constituyen literatura y mucho más. "Misiones" es un manifiesto, el texto de una liturgia para decir en voz alta y escuchar con el cuerpo. En él se cifra una vida.

Cuenta Rocío que cuando su padre le leía los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga, ella se imaginaba a América "como un territorio mítico donde está toda la literatura del mundo". Se reencontró años más tarde con los cuentos misioneros de Quiroga al cursar la carrera de Filología Hispánica en la Universidad de Sevilla. "Y bueno, había que leer Quiroga en la carrera y me volvió a seducir todo lo que cuenta Quiroga de la selva, de la lluvia... Entonces decidí que yo a mi tesina la tenía que hacer de eso y que yo me largaba a la selva".

"No serás de los hombres, Misiones infinita,/ No les concederás ni paz ni amparo,/ No encontrarán en vos el equilibrio", escribe en su poema‑grito. El huracán Rocío transformó la escena local. Casada con un misionero, Beto Steinmann, ella organiza el ciclo literario A Cuatro Voces con él y con Maia Morosano, su socia en el sello Espiral Calipso. Nacida en 1982 en Sevilla, radicada en Argentina desde los 27 años, Muñoz Vergara hace un balance de sus patrias, un recuento de sus legados culturales y políticos. Otro gran poema del libro, el inicial "Mi arma" dialoga con la poesía en el exilio del español Cernuda, con los poemas a la España republicana del peruano César Vallejo y con una obra teatral de Ramón del Valle‑Inclán, Luces de bohemia (1920).

Max Estrella, el protagonista de Luces de bohemia, plantea la teoría del esperpento: si el realismo era un espejo, el esperpento es el espejo deformante. "¿Y dónde está el espejo?", le pregunta Don Latino. "En el fondo del vaso", responde Max. "Dame para mirar tu espejo deformante/ y no apartes de mí este cáliz/ que yo siempre seré tu Max Estrella/ desde el fondo del vaso", concluye "Mi arma". Max Estrella continúa la tradición quijotesca cervantina del antihéroe que arroja una mirada crítica sobre un mundo degradado. Es un poeta viejo, arruinado y ciego que vive la última noche de su vida. Es una figura trágica. "No entiendo la vida sin su costado trágico", escribe Rocío.

Otro formidable poema del libro, cuyo título evoca la novela más leída del serodinense Juan José Saer, es "Cicatrices": "Un cuerpo es un estar siempre exhibido,/ Siempre a merced de todas las miradas", escribe Rocío y estas líneas cobran más fuerza aún cuando se piensa que la primera de esas cicatrices fue "media lunita en mi ojo". Dijo entonces (pero en referencia a su éxodo) que "todo viaje iniciático, o sea toda aventura, comienza por la mutilación o carencia del héroe".

Otro diálogo productivo que entabla su poesía, además de con la tradición literaria de ruptura de las vanguardias hispanoamericanas, es con el arte contemporáneo. En "Arte táctil", Rocío propone con instrucciones bien precisas un proyecto de exposición que podría perfectamente construirse a partir del poema, que constituye ya de por sí un texto curatorial. Artistas conceptualistas, tomen nota de esto.