Se murió. Fidel. Él. El hombre, el Comandante.

Ya no está su cuerpo para abrazarlo, no están sus ojos para interpelarnos.

La muerte... ese lugar.

La esperábamos, y sin embargo.

Entonces acá estamos, parados, atentos, sobrios para la memoria en la despedida inevitable.

Como en nuestra propia muerte, así dicen que es, en un minuto, o menos, la película íntima de nuestra propia vida confirma por vez infinita que respira atravesada por tu Ser.

Felicidad del Tiempo que me parió cuando nos naciste al mundo.

Nuestros brazos tendidos como una gran bandera latinoamericana te sostienen y te elevan, Comandante, en tu último acto poético: El Legado.

HASTA LA VICTORIA SIEMPRE, amado Comandante.

( y aunque no quiera, lloro)

*Actriz