Los monstruos de las mitologías locales argentinas no han sido explorados con asiduidad suficiente por la cinematografía. Cuando algunas películas se adentraron en creencias en demonios hijas de las religiosidades populares, frecuentemente legaron imágenes perdurables de diferente calidad artística: la trágica historia de amor entre Nazareno Cruz y Griselda en Nazareno Cruz y el lobo, las palomas y los gritos (1975), obra maestra de Leonardo Favio que exploraba el mito del Luisón; Ansisé- Isabel Sarli entregándose carnalmente y pidiéndole un hijo al Pombero en la bizarra Embrujada (Armando Bo, 1976); la pareja de biólogos amenazada por “El Ucumar”, esa especie de Yeti andino, en el más que interesante film homónimo de Octavio Revol Medina; entre otras.

Almamula, la película del director santiagueño Juan Sebastián Torales ovacionada en su presentación en la 73° edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, se inscribe en lo mejor de esta tradición. Por un lado, el mito de Almamula evoca a una criatura parecida a un caballo de dos pies o, en otra de sus versiones, -que es por la que opta Torales- a un ser mitad caballo, mitad mujer que despide fuego por los ojos. Todas las versiones de la fábula sacra, remiten a una mujer que se metamorfoseó y tomó esa forma monstruosa merced a un castigo de Dios por tener relaciones sexuales con su padre, su hermano, otras mujeres y el sacerdote del pueblo.

Por otro lado, la apelación a la leyenda de Almamula se inserta en la historia de Nino (excelente interpretación de Nicolás Díaz), un conflictuado adolescente de doce años víctima de bullying por parte de jóvenes de un barrio de la ciudad de Santiago del Estero. En uno de esos ataques, tras encontrar a Nino besándose con otro chico, los muchachones lo golpean y lo tiran como bolsa de basura a la caja de una camioneta mientras vituperan agravios. De esta manera, Torales da cuenta de un hecho que se sigue sucediendo y es "cosa del pasado" como a algunos les gusta afirmar. Tal como señaló, Didier Eribon en Reflexiones para la cuestión gay, en un principio para la vida de gays, lesbianas, trans y travestis, está la injuria social (insultos que dejan traumas en el cuerpo y el corazón) y la amenaza de la violencia física suele esperar a la vuelta de la esquina. Con este punto de partida, la semejanza de vidas parias, precarias y culpadas por la sociedad asimilan las existencias de Nino y la mujer devenida Almamula.

Con el fin de proteger a Nino, la familia -que se completa con padre proveedor y algo machirulo, madre algo sometida, pero que goza de los beneficios de una clase privilegiada (destacable actuación de María Soldi) y hermana bastante desbordada por las hormonas juveniles- decide trasladarse a los montes hasta que se apacigüen las aguas homofóbicas citadinas.

Si el otro fin de la mudanza, era preservar a Nino de unos deseos que se presentan pecaminosos, la mejor opción no parece ser vivir aledaño a y casi conviviendo con los frecuentemente semidesnudos trabajadores del campo propiedad paterna. (El error cobra dimensiones semejantes a la madre de Truman Capote cuando envió al niño al “masculino” Colegio Militar para curar su afeminamiento). 

Por el contrario, el largo y ardiente verano santiagueño y las desbordantes carnes obreras, parece ser el escenario propicio para despertar el erotismo no solo de Nino, sino también de la hermana y la reprimida madre. De esa manera, como en Pasolini, cuerpos proletarios, pansexuales, sudorosos y musculados por el trabajo son pasibles de propiciar una liberación a la vez sensual y de clase. En forma concomitante, compartiendo deseos comunes rebeldes, el adolescente logra una cierta solidaridad sorora, hija de nuestra época, que lo aliviana de sus culpas y lo insta a conformar comunidad. La subversión de Nino es aún mayor y amenaza también la hegemonía de la religiosidad católica -que pesa particularmente sobre la ultramontana Santiago del Estero- cuando el muchacho confiese al sacerdote que siente voluptuosidad pensando en el cuerpo desnudo de Cristo crucificado.


Torales es particularmente efectivo a la hora de retratar el paisaje selvático y su relación con el deseo y para captar en imágenes la belleza y la concupiscencia de la carne masculina. A su vez, con una permanente tensión sexual y de clase latentes logra cumbres semejantes a los mejores climas de La ciénaga o del mencionado Pasolini. Y, elevándose por encima de todas las presiones, existe la tensión mayor que se yergue constantemente sobre la ficción: las turbadoras apariciones del monstruo Almamula que, como en las películas de terror más paradigmáticas, materializan las culpas, los deseos “prohibidos” y la represión sexual. 

Almamula puede simbolizar lo que los humanos hacemos con nuestros miedos y ataduras y los monstruos que creamos por temor al placer. Sin embargo, a la vez, los fantásticos aparecimientos de Almamula pueden ser redentores. En efecto, mujer-ángel- demonio comprende más que nadie esas pasiones condenadas por la sociedad y puede volver, resucitada, cual Cristo femenino para salvar heréticamente a todas y todos. 

"Almamula" de Juan Sebastián Torales. Con Nicolás Díaz, María Soldi, Cali Coronel, Martina Grimaldi, Luisa Lucía Paz, Beto Frágola,Tania Darchuk, Adrián Ramallo. Se exhibe en cines de todo el país.