A la soprano italiana (las crónicas dicen que nació en Ferrara) la llamaban La Bastarda. Sin genealogía ni fechas certeras la “hija ilegítima de un gentilhombre” que aprendió a cantar en la acústica de las abadías subió por primera vez a un escenario en Florencia en 1764.
Cuatro años después cantaba arias venecianas de alta dificultad y despuntaba el alba de su gloria con una extensión vocal mítica. El encuentro con Mozart estaba por llegar. La joven con pasado ausente: “solitaria, sin tiempo, sin infancia, / cometa sin orígenes, extranjera al paisaje/paseándote entre extraños”, como dicen con alguna salvedad los versos de un poema de Elena Garro, que tenía un do sobreagudo inigualable y un sol al que ninguna voz humana había podido alcanzar en el siglo XVIII cantó en teatros de Parma, Verona, Padua, Mantua, Turín, Génova, Milán, Nápoles, París y Londres.
Las crónicas de la época y algunos de los libros que los años posteriores y la pasión por el bel canto le han dedicado a Lucrezia Aguiari (a veces Agujari) cuentan que “La Bastardella” tenía un rango vocal que abarcaba un poco más de tres octavas y media y citan –para corroborar y enaltecer al fantasma de agudos insondables– una carta que Mozart (¿o fue su padre?) escribió después de escucharla: "No podía creer que ella fuera capaz pero mis oídos me convencieron".
¿Quién era esa diva de la ópera italiana sin cuna de puntillas a la que abandonaron recién nacida en un albañal? ¿Era la hija del hombre que fingió adoptarla? ¿Era la hija de su esposa con un marqués? La fábula melodramática acepta todas las versiones y calla la que tal vez conoce, pero lo que definitivamente este cuento bautismal no omite es la herida y la sangre que rodean a la beba que fue encontrada con un pie mordido (tal vez mordido por un perro, tal vez por un chancho) ni que ese tarascón de alimaña era la apostilla y la causa de su cojera.
La historia de la mujer de los rangos vocales extremos tampoco tiene certezas a la hora de contar su muerte. ¿La cantante de ópera estrella en las bodas de reinas y reyes murió después de estar varios meses muy enferma? ¿Tenía tuberculosis? ¿Murió porque alguien no pudo contener su envidia y la envenenó? Un posible funeral público y un entierro en la iglesia de la Beata Vergine del Carmine en Parma bendicen la despedida mientras su vida amorosa se sube al carromato de la incertidumbre: ¿fue amante del compositor Josef Mysliveček antes de casarse con otro compositor (Giuseppe Colla)? ¿Fue la madre Francesco en 1768 y de Angela en 1779?
Nada es innegable sobre su muerte, nada lo es sobre su vida. La deidad de inconcebible registro agudo y “brillo salvaje en los ojos” que ganaba mucho dinero en cada una de sus presentaciones, la que inauguraba la temporada de Carnaval en el Teatro Ducal de Milán y fue Cleofide, Aurora, Cleopatra, Ipermestra, Berenice, Andrómeda y Dido, la reina de Cartago, entre muchas otras mujeres arriba del escenario, posa en un retrato (óleo sobre tela) de Pietro Melchiorre Ferrari (también atribuido a Jean Marc Nattier) en el Museo Glauco Lombardi de Parma, ¿es ella?