Aquellos que soñaron a Woody Allen filmando en Buenos Aires tendrán en Nada (estreno el miércoles 11 por Star+) lo más cercano a esa quimera. Una postal en la que puente de Brooklyn se empalma con el transbordador de La Boca y Plaza San Martín se asemeja a un Central Park de tránsito obligado para sus criaturas. La miniserie lleva la firma de Mariano Cohn y Gastón Duprat, lo cual implica volver a las coordenadas habituales de la dupla y su equipo. Ese mundo en el que lo alto y lo bajo incluyen estiletazos sobre el arte, lo groncho, el esnobismo, el dinero y/o el prestigio, a cargo de algún descendiente lejano de la escuela de Diógenes. La historia de un reconocido crítico gastronómico porteño podía aventurarse como otro ejercicio de ese estilo misántropo en el que nadie queda bien parado. Sin embargo, la ficción (escrita por la dupla junto al guionista Emanuel Diez) sorprende, casi tanto como cuando su protagonista encuentra “un bocado de corazón” en un caldo paraguayo.
Manuel Tamayo Prats (exquisito Luis Brandoni) se define como aquello que lleva por título esta entrega. “He sido y soy tantas cosas que diría que no soy nada”, asegura el sujeto con “un pasado difuso” en el que probó de todo. Exhippie, rugbier, alcohólico, exiliado, mochilero, artista, escritor y especialista en Buenos Aires que se hizo un nombre por su saber culinario, vivir como un dandy y críticas impiadosas. Picante como el wasabi, puede comparar un plato con un delito de lesa humanidad (“la ofensa es más placentera para el lector y para quien la escribe”) como prueba de su talento para destripar a los restaurantes más elegantes de la ciudad. “Lo que a mí más me deslumbra es la desfachatez de la cocina argentina. Solamente así podrían explicarse híbridos monstruosos y geniales como el tuco/pesto, que en cualquier lugar de Italia a uno lo cagarían a trompadas”, dice en una entrevista radial.
Según Brandoni, las características de este personaje “francamente atractivo” no son fáciles de describir. Terco como para dilatar una intervención quirúrgica. Distante de su hija Clara (“le hice un favor enorme a esa chica, le regalé mi ausencia para que no tenga que cargar con el peso de su padre”). Picaflor con su ex (Silvia Kutika). Ante todo, es un viejo cascarrabias que se queja frente a su empleada doméstica -chofer, secretaria y tantas cosas más- por la falta aceite de kemiri para el desayuno. Sin vergüenza alguna, llega a pedirle dinero a la incansable Celsa (María Rosa Fugazot) que tiene la malísima idea de morirse al final del primer episodio. El tiempo ha pasado y las cuentas no cierran para el ostentoso portador de doble apellido. Para seguir con su estándar cotidiano, debe desprenderse de una colección de cuadros que le vende al marchante Ignacio Virasoro (Enrique Piñeyro). Y ese no es el único frente abierto para el sibarita Manuel. Si no entrega el libro por el que ya cobró dos adelantos, su editor puede llevarlo a juicio.
“Es casi imposible definir a un porteño. Pueden ser cálidos y amistosos, o unos verdaderos hijos de puta. Ser la persona más feliz del planeta, o sentirte el más solitario y abatido porque se acaba de morir la persona que te atendió toda tu vida, dejándote completamente desamparado. Me recuerda a Nueva York”, asegura Vincent Parisi (Robert De Niro). El estadounidense encarna a un escritor de renombre, ganador de dos Pulitzer, de los que se codea con mandatarios de todo el globo, y se hará una lugar en su cargadísima agenda para visitar a su amigo al sur del continente para comer un buen bife a la caballo.
Nada engorda el universo propio de sus hacedores con guiños a varias de sus obras y participaciones de su elenco estable (Guillermo Francella y Andrea Frigerio). Sus consabidos choques culturales están presentes aunque con menor regodeo en lo mordaz. Comedia afilada en su tratamiento sobre la tercera edad, sincera carta de amor a Buenos Aires, Nada tiene otro punto alto en su puesta en escena. Además del city tour obligado, merece una mención la música incidental de Alejandro Kauderer e Ignacio Gabriel con su eco al Charly García de “Yendo de la cama al living”.
Amén de la presencia de De Niro en el grand final de la miniserie (y el encanto de verlo comer un cañoncito de dulce de leche) su rol es decisivo al inicio cada uno de los capítulos (“Estar en el horno”, “Remar en dulce de leche”, “La verdad de la milanesa”, “comerse un garrón”, “Tirar manteca al techo”) y en los inserts durante toda la trama. Parisi es el encargado de dialogar con el espectador y volver más querible al gruñón de Tamayo Prats. Y está su vínculo con Antonia (Majo Cabrera), una inmigrante paraguaya, que llega a la capital en búsqueda de un hogar y trabajo, determinante en la revaluación de dogmas y existencia del protagonista. En definitiva, si al distinguido Manuel Tamayo Prats le gusta la carne bleu “casi azul”, a Cohn y Duprat les quedó, quizá por primera vez, un plato tierno.