Podría tratarse de un díptico. De un lado, El ruido de una época (Marciana), de Ariana Harwicz, un breve ensayo donde confronta sin miramientos sobre la escritura de estos tiempos, en palabras de la autora a este suplemento, “un libro que no es de ofensa, de provocación ni de disparar contra ningún enemigo, sino de pensar sin miedo”. Del otro lado del díptico, se encontraría Escritor profesional (Godot), de Edgardo Scott, otro ensayo donde un escritor habla de escritores -que es también hablar sobre uno mismo-, ausculta críticamente el campo literario, dispara hipótesis, cuestiona status quo del quehacer creativo.

Pensar sin miedo, atreverse a correr el velo de la hipocresía y sacudir los lugares del progresismo bien pensante son los preceptos de Scott, montado sobre los que arremetió Gombrowicz en su célebre Contra los poetas: contra la impostura y las poses, contra las miserias e ignorancias de un ámbito “cultural” cristalizado y a la vez decadente.

¿Qué cambió en la escena literaria de los últimos veinte años? ¿Y dónde está la obra de arte ante tanta operación de marketing que sólo busca la visibilidad del autor? ¿Subsiste todavía una idea de profesionalización del escritor? “La que no es la misma es la época. La que no es la misma es la industria. El que no es el mismo es el discurso literario. El que no es el mismo soy yo”, escribe Edgardo Scott, que no es un iniciado ni tampoco un consagrado.

Nacido en Lanús y residente en Francia, traductor y crítico literario, autor de libros de cuentos como Los refugios y Cassette virgen, y novelas como Luto, no esquiva las preguntas retóricas sobre el artista, la obra y su contexto que también desvelaban a Ariana Harwicz -a la postre, su pareja en la vida-, esas que conllevan un peligro: la del escritor que mira a los demás con ironía y marca lo que debería o no debería ser, con cierta petulancia de carácter y aires de sentencia. Sin embargo, Scott, al estilo del Damián Tabarovsky de Literatura de izquierda o del Hernán Vanoli de El amor por la literatura en tiempos de algoritmos, no esquiva el bulto -y ese es su coraje: se expone, en primera persona, sin medias tintas-: coloca el radar, apunta, selecciona y dispara con vehemencia. Incomoda, irrita, descoloca, aunque nunca aburre ni resulta insensato al subirse al cuadrilátero.

Fuera de la nostalgia, recuperando la retórica de los manifiestos, Scott mira sobre todo el presente -y al futuro más próximo- en una especie de conversación informal. “Escritor Profesional fue el reverso de otro libro: un libro de crítica literaria más o menos contemporánea argentina (tomando los últimos 20 años de literatura y señalando las obras que más y menos me interesaran). Pero en realidad después entendí que ese libro hoy no tenía sentido si antes no exploraba las condiciones de enunciación de gran parte de esas obras y autores. Sobre todo aquellos que poseían mayor visibilidad, especialmente de mi generación. Es decir, lo que deberían ser problemas de la literatura son hoy problemas del campo literario, de la industria literaria”, se explaya Scott a Radar Libros.

El libro -profundiza el escritor- fue parido, entonces, por un malestar que se repetía cuando observaba ciertos gestos en sus colegas. “De ese humor inicial, pude extraer el nervio del libro. Y después intenté, a través del estilo, convertir ese malhumor en humor, en ironía, en comicidad también”. Scott distingue varias recurrencias en lo que denomina Escritor Profesional (EP). Dice: el EP es joven, tiene agente literario, es progresista y demagógico, escribe poco pero tuitea y postea mucho, es vago, se compromete en las redes sociales pero no discute con sus amos. Ah, y es exitoso.

El EP no acepta una crítica, compra imágenes e imaginarios a consumir y lo más terrible que puede sucederle es que lo dejen afuera de la fiesta: que no lo inviten a congresos ni a ferias. Desconoce, a su vez, tensiones sociales, discusiones y problemas históricos. Invoca su propia individualidad cool del “hago lo que me gusta” o “vivo del arte”, y quiere cobrar por todo, hasta el más mínimo gesto, apelando a su vocación artística. Sin demasiada obra en su frágil trayectoria, busca triunfar rápido, desconociendo hechos como que Los Soria, la novela más larga de la literatura argentina, fue escrita por Laiseca mientras trabajaba en ENTEL. O que Hebe Uhart se ganaba la vida como maestra primaria, dando clases de filosofía y talleres de escritura, y en el medio se las ingeniaba para escribir.

“Hoy prima la idea de buscar el agente y con la primera novela llevarla al cine, ganar dinero, visibilidad. Ahí es donde está cambiando la escena. El EP es piola para saber cómo moverse en ese circuito de poder -interpela Scott-. En eso es vivo, tiene los mejores reflejos para acomodarse en la selfie. Por eso siempre insisto con autores como Gustavo Ferreyra. Si es uno de los más grandes autores que tenemos y no lo conoce nadie, o lo conocemos muy pocos, está lejísimo de la masividad. Y al revés: a veces literaturas muy menores venden miles y miles de ejemplares, entonces evidentemente hay algo que ahí está pasando”.

El EP, desde luego, también podría ser Edgardo Scott, porque nadie está exento de aquello que critica en su campo artístico. Con un talento más político que artístico, El EP ambiciona ser ícono digital, influencer de las letras, celebritie de nichos autocelebratorios. Celoso de su imagen y creyente en la superioridad de su espíritu, se mueve en un tiempo donde vale más que el escritor opine sobre las causas justas del mundo que escriba su obra, donde vale más una aparición en el festival mainstream de ocasión que se construya como lector -y, mucho menos, con la poesía-. Escribe Scott: “El EP no asume riesgos. Siempre va a lo seguro. Si con tal género, con tal tema, personaje, si con tal tipo de escritura ´le fue bien´, sigue por ahí. Si alguna vez se desvía -y es sancionado-, vuelve al trote al redil. Administra su escritura como un locatario conservador. Su ficción -su imaginación- es un departamentito de dos ambientes en la costa”.

Testigo y partícipe, cómplice y crítico, el filo de Edgardo Scott nunca repara en la condescendencia para su especie. El EP, producto tan argentino como la yerba, suele ser tan burgués como esnob, tan tramposo como calculador: no le importa nadie salvo él mismo. Se perdió, dice Scott, el encanto del estilo: hay más escritores que lectores -sugiere Scott-, escritores iletrados que buscan likes y proyectan buenas intenciones, pero que cuando son leídos se advierte la estafa -en una época donde, además, se habla de los escritores y no de sus libros-. Lo que aún resulta peor es que entre los (falsos) autores del presente falte épica, que nadie discuta literatura, que se haya perdido la aventura y el desafío de la creación. Scott, entonces, llama a recuperar lo que, entre otros, decía Rodolfo Walsh: “Pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez”.