Aquí tenemos otra aventura de Erasmo Aragón, que arranca esta vez en la terraza de un café de Estocolmo, comienzos de primavera de 2011. Un perro de apariencia calma aunque paranoico, se siente; está momentáneamente a salvo allí, emparejado y acogido por una enfermera sueca que lo rescató de su debacle en Estados Unidos, asistido además por los efectos de la Piruxetina, que lo mantiene en una suerte de estado de gracia. “Quién iba a decirle que terminaría empastillado contra la depresión, la ansiedad y el pánico. A lo largo de su vida había despreciado a psicólogos y psiquiatras”. A sus cincuenta y un años, este ex periodista y profesor universitario salvadoreño afronta otros cambios, trata de hacer conducta: lleva ocho meses con el trago a raya (una cervecita diaria), procura ganarse el mango con algunas traducciones, intenta retribuir la generosidad de su novia, mucho más joven que él, teniéndole la comida lista a su regreso del hospital. Podría ser lindo. Y sin embargo dentro suyo chirrían, se retuercen, quieren abrirse paso las inquietudes, las pulsiones.
Erasmo Aragón es, claro, El hombre amansado. El personaje es parte de “La saga de la familia Aragón”, sobre la que Castellanos Moya lleva escritos varios libros. Erasmo ya anda de chico y de adulto por las páginas de Desmoronamiento (2006) y es también protagonista de El sueño del retorno (2013) y Moronga (2018). En esta última se cuenta de su episodio catastrófico en Estados Unidos, consignado aquí: una niña guatemalteca adoptada por una familia que lo aloja en Washington amenaza con denunciarlo por abuso sexual y lo extorsiona con no hacerlo a cambio de 25.000 dólares. El abuso no existió y tiene cómo probarlo, pero la pequeña es hermana de un marero que lo aprieta malamente y Erasmo teme que lo echen de la universidad de Merlow City, donde da clases, que le revoquen la visa, que quede a medio camino la investigación que viene haciendo sobre el poeta Roque Dalton, ejecutado en 1975 por sus compañeros revolucionarios, acusado de traición. Aunque la acusación no prospere la sospecha lo crucifica y la crisis nerviosa deriva en una internación de la que lo rescatan Piruxetina y Josefin, la enfermera sueca, que le ofrece compartir su departamento en el barrio de Högdalen, Estocolmo.
Ya en El sueño del retorno Erasmo estaba en México y fantaseaba con volver a su Centroamérica, pero la violencia campante desde hace tanto lo hizo derivar primero hacia Estados Unidos y luego, ahora, a Suecia. Acaso para acentuar el nuevo escalón del destierro, Castellanos Moya pasó de narrarlo en primera persona en Moronga a una tercera en El hombre amansado, lo que deviene en unos grados menos de humor, de brillo, el aplanamiento de su nueva vida y de las pastillas. Pero siempre hay algo de caricatura en Erasmo, en el modo en que sus expectativas enseguida se tiñen con el temor, en el runrún que habita su cabeza. “Antes de la crisis, en el departamento de Merlow City, cada vez que comía a solas, la voz en su mente se enfrascaba en un pleito con alguien que lo hubiese agraviado, quien fuese –su madre, su jefa, alguno de sus colegas o de sus examantes–, no podía controlar los reclamos a un interlocutor que se encontraba ausente y ante quien, llegado el caso, no diría palabra alguna de lo que lo enervaba. Ahora, pese a las pastillas, la voz en su mente continúa la monserga, pero no reclama, sino que pide perdón, contrita, a aquellos a quienes ha hecho daño, los mismos frente a los que antes se sentía agraviado, y lo hace con un sentimiento de culpa, a veces con los ojos llorosos, como en este momento que se ha quedado con la mirada perdida tras los cristales, sin tocar el último pedazo de salmón, en un estado de autoconmiseración del que sólo saldrá cuando su mente sea ocupada por la preocupación por lo que le preparará para cenar a Josefin”.
La violencia, un rasgo tan presente en la narrativa de Castellanos Moya, aparece aquí a cierta distancia, agazapada en la memoria dopada de Erasmo, en el relato de Josefin en torno a unos atentados talibanes que vivió mientras daba unos cursos en Kabul, en las alarmas preventivas por hipotéticos ataques terroristas mientras están en Estocolmo. La novela retrata, más bien, el desarraigo, el arrinconamiento, la falta de incentivo en la perspectiva: apenas si le llega algún trabajo, se siente un mantenido y nada lo apasiona. En las novelas anteriores aparecía expansivo, charlatán, hasta bocón, pero también aquí eso ha cambiado y se cuida de contar cosas de su vida porque teme meter la pata, verse involucrado en algo que desestabilice su situación. Cada tanto va a un bar de emigrados, donde de refilón oye de sus vidas; en particular conversa con otro salvadoreño, Koki, que sigue en detalle lo que pasa en su país. Pero él ha perdido hasta las ganas de leer, apenas si relojea los titulares de los diarios, pasa de largo por las secciones culturales y no va más allá de las solapas de los libros que acumula. No entra ni a los sitios porno, que antes frecuentaba, paranoico con que le tiendan una trampa. Tampoco ha vuelto a su trabajo sobre Roque Dalton: ahí sigue la carpeta, invicta, en un estante.
A propósito, un paréntesis para mechar aquí unas poquitas líneas en torno a Roque Dalton: correspondencia clandestina y otros ensayos, un libro no publicado en la Argentina en el que Castellanos Moya desgrana y calibra una carpeta a la que consiguió acceder, con cartas entre el poeta y su ex mujer y confidente asentada en Cuba, de la que decodifica detalles fenomenales de los últimos meses de vida de Dalton, sus peripecias para cambiar de identidad, trasladarse a El Salvador y sumarse al Ejército Revolucionario del Pueblo, los roces con otros comandantes, pero también sus amoríos y las gestiones para que su obra se publique, circule, rinda algún mango. Hay, además, piezas muy lindas entre los ensayos, como “Violencia y ficción en América latina: ¿círculo vicioso o la marca de Caín?”, uno sobre Pedro Páramo, otro sobre el boom, otro con “Variaciones sobre la novela corta”. Se consigue en digital.
Pero volvamos a Erasmo, El hombre amansado. El libro se lee de un tirón: aunque encapsuladas, las incorrecciones de raíz del personaje pugnan por abrirse paso. “Soy bastante pesimista en torno de la naturaleza humana –me dijo diez años atrás Castellanos Moya–. En mis novelas, siempre que hay personajes que encuentran una ruta que tiene que ver con la redención, se caen. Porque la idea de fondo es: ‘No hay redención posible, no puede haberla’. Ni en lo chico, ni en lo grande, ni en el perdedor, ni para adentro. Estamos desconectados”.