Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Leopoldo Fortunato Galiteri, Alfredo Ignacio Astiz, Ramón Juan Alberto Camps, Carlos Guillermo Suárez Mason, Roberto Eduardo Viola y un Menéndez, que podría ser Mario Benjamín, nombrado por Gobernador militar de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur tras el desembarco argentino en 1982; o Luciano Benjamín, el sanguinario Jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, que tuvo a su cargo la actividad militar en diez provincias entre 1975 y 1979. 

Todos ellos están nombrados en la canción “Indultados”, quizás la primera en su especie, grabado por Kapanga en su disco “Un asado en Abbey Road”, de 1999.

A mediados de la década marcada por el neoliberalismo, la banda surgida en Quilmes sintonizaba con el clima de época en que las manifestaciones populares solían elevar aquella frase que enarboló alguna vez Arturo Jauretche y que aseguraba que “nada grande se puede hacer con la tristeza”. 

Jóvenes de un conurbano devastado por el menemismo, El Mono, Maikel, Balde, Mafia, y El Principe, le dieron forma a un repertorio que no sólo lanzaba verdades desde una generación que veía hacer trizas sus oportunidades de futuro sino que lo mixtura con la introducción de ritmos bailables como la cumbia y el cuarteto, algo en lo que también fueron pioneros.

Un ejemplo de ese estilo es la canción “El Mono Relojero”, aparecido en el primer disco de la banda, “A 15 cm de la realidad”, de 1998. Aunque Kapanga ya tenía un circuito de conciertos y un par de covers de La Mona Jiménez que reconocían como de funcionamiento seguro, la discográfica a cargo de lanzar el disco debut quería un tema propio. Y así surgió un tema que le hablaba directamente al gobernador, en ese momento, Eduardo Duhalde, que por ese entonces empujaba una ley que para los bares y los boliches cierren a las 3 de la mañana.

Sin embargo, el tema “Indultados”, en el que se suma el por entonces cantante de A.N.I.M.A.L., Andrés Giménez, transmite una sensación de explosión por una bronca reprimida que empezaba estallar en todas las direcciones. El segundo disco en general iba a tener una impronta mucho más marcada por el tiempo político, pero el tema que nombra a represores, se pregunta por su situación, les dice “asesinos”, “genocidas”, “mafiosos”, “corruptos”, “torturadores” e “hijos de puta”, va más allá.

Hay veces en los que el alcance del negocionismo o la historia contada sólo por las voces oficiales deja cubiertos algunos pedazos importantes del rompecabezas que permite a las sociedades no olvidar su pasado. Entre El Mono y Giménez, el escrache que asoma cuando no hay justicia se convirtió en canción y empezó a ocupar su lugar en la música popular, con nombre y apellido. Más de un adolescente entre los que seguirán los conciertos de Kapanga escuchó un nombre por primera vez. Un nombre a partir del cual, se abrió una historia. La historia de un país.

Las relaciones entre los rockeros argentinos y la lucha por Memoria, Verdad y Justicia vivió su momento dorado en la década del 90. Si bien en el amanecer democrático el cuestionamiento respecto a lo sucedido durante la dictadura empezó a ganar terreno en la vida pública, sobre todo a partir del Juicio a las Juntas de Comandantes, en 1985, las canciones tardaron en aparecer. Obviamente hay antecedentes como la hiper radiada “Los Dinosaurios” de Charly García; la furiosa “Represión”, de Los Violadores; o las bailables “Pensé que se trataba de cieguitos” de Los Twist, “El banquete”, de Virus o “Ellos nos han separado”, también de los platenses que tenían un hermano que había sido secuestrado de su casa de La Plata y asesinado luego de haber recibido torturas en al menos dos centros clandestinos de detención, tortura y exterminio de la provincia de Buenos Aires.

No eran pocos los rockeros que, anclados en la filosofía antibélica y en cierto modo apolítica que habían caracterizado a los primeros “hippies” de nuestro país entendían que tomar postura por una u otra posición los comprometería de alguna forma. De última, cuestionaban la violencia, algo que le pasaba demasiado cerca a la teoría de los dos demonios, cuando no caía totalmente en ella. Es cierto que la información no es lo que tenemos ahora y que con el paso de los años y las historias que empezaron a conocerse, la actitud empezó a cambiar.

Como cambió la actitud, cambiaron los repertorios y en los noventa, luego de haber empezado a saltar tímidamente a una postura de resistencia durante los últimos años del gobierno de Raúl Alfonsín, el rock tuvo un primer coqueteo con Carlos Saúl Menem, que luego se clausuró por casi por completo. Claro está, también hay excepciones famosas. 

Uno de los primeros momentos en que la relación, que existía pero que no significaba en un apoyo masivo al riojano, empezó a resquebrajarse fue justamente cuando el mandatario argentino firmó los indultos para los jerarcas militares que había condenado la Justicia Argentina en diciembre de 1985. El indulto también alcanzaba a los jefes militares procesados que no habían sido alcanzados por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, sancionadas por el alfonsinismo luego de las rebeliones carapintadas. 

La reacción de rechazo fue inmediata y las marchas comenzaron a sucederse covirtiéndose en las masivas reuniones que conocemos en la actualidad. Por si faltase algo, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo se convirtieron en un símbolo de lucha y resistencia que era reconocido alrededore de todo el mundo. 

Durante toda la década del noventa, esa medida que Menem llevó adelante detrás del argumento de la "pacificación nacional" invocando la teoría que advierte que en la segunda parte de los setenta hubo una “guerra” en la Argentina, se convirtió en uno de los hechos paradigmáticos a través de los cuales se ponía de manifiesto la falta de Justicia y la relación del entonces gobierno con los sectores de poder que históricamente habían gobernado el país.

Cuando Kapanga lanzó aquel disco, en la Argentina también sucedían otras cosas como el crecimiento de la pobreza, la miseria, la corrupción y la discusión por la re-reelección con la que el riojano más conocido en Washington buscaba estirar la agonía de su proyecto de poder. Todo eso aparece a lo largo de las 17 canciones que forman parte de “Un asado en Abbey Road”, un disco que desde su nombre y su portada satirizaba la calle que le puso el nombre al disco que grabaron los Beatles en 1969 y que montones de artistas en el mundo quisieron homenajear viajando al Reino Unido.

En un país en crisis continua, los de Quilmes quisieron ir, pero no pudieron. Pero quedó la tapa. Y las canciones.