“Un hogar feliz compartido por más de 20 mujeres”, reza el titular de un reciente artículo publicado por el medio inglés The Guardian, que revela una encantadora, armoniosa y muy exitosa iniciativa, con varios años en curso, en Inglaterra. Más precisamente, en el arbolado Chipping Barnet, suburbio del norte de Londres que, según el citado medio, resulta “un lugar improbable para una utopía feminista”, pero aún así, es lo que observa la cronista Anita Chaudhuri al visitar New Ground.
A simple vista, un edificio moderno con 25 departamentos, aunque -en realidad- la definición le quede corta: se trata del primer cohousing de Gran Bretaña creado exclusivamente por y para mujeres de más de 50 años, que entendieron que esta forma de vivienda colaborativa es la alternativa que mejor les calza.
El cohousing, según la definición que ellas mismas detallan, es una forma de vida en grupo diseñada a medida. Ningún proyecto es un calco del siguiente, aunque sí compartan las metas mentadas por las mentes detrás de New Ground: “Promover la vecindad, combatir el aislamiento y ofrecer apoyo mutuo” entre damas. Dicho lo dicho, no están juntas y revueltas las residentes de este complejo pionero en UK; por el contrario, cada una tiene su departamento, que puede ser un monoambiente o un piso con hasta tres habitaciones; en todos los casos, con las mismas vistas a un jardín verde repleto de plantas y flores, también a un huerto del que ellas mismas se ocupan de cuidar.
El respeto por el espacio personal, individual de cada integrante está a la orden del día; resulta un aspecto vital, en el que hacen especial hincapié. Pero, claro, también existen áreas comunes en las que reunirse, recrearse, compartir actividades, cuando les apetece. Un cine, por caso, o una gran, gran cocina. Cabe destacar que son ellas las que regentean y gestionan íntegramente el edificio luminoso, aireado, impecable, organizándose para la faena. Las tareas se reparten en pequeños subgrupos, encargados de -por ejemplo- los gastos comunes, los asuntos legales, las labores de jardinería, ofrecer una gran comilona para agasajarse cada quince días, etcétera. Hay obligaciones compartidas, pero, dicho está, también espacio para actividades de esparcimiento en el calendario comunitario, que incluye desde clases de taichí y yoga hasta noches de película, además de la ocasional fiesta en el jardín con música, baile…
Algunas son dueñas, otras alquilan. Y sí, por supuesto que se aceptan visitas de señores y señoritos. “¡Siempre nos preguntan lo mismo!”, se carcajea Jude Tisdall, asesora de arte de 71, que reside en New Ground desde su apertura en 2016. “Tenemos hijos, hermanos, amantes, amigos, padres, nietos…”, dice, y aclara que “si estuviera en pareja, él podría venir pero ni instalarse ni pensar en alquilar. O sea, podemos pasar un buen rato sin toda esa basura doméstica; ¡un gran alivio, en realidad!”.
“No estamos cerradas al mundo, aisladas del afuera”, remachan por si las mosquitas las fundadoras de un lugar que, conforme destacan, materializa su lucha “por no ser discriminadas por nuestra edad, tratadas con paternalismo, incluso infantilizadas por los servicios de asistencia social”. Les costó lo suyo conseguir armar este petit microcosmos, habiéndose ocupado de todos los aspectos del proyecto: desde pergeñar la idea hasta dar con el terreno, desde conseguir los fondos hasta aprobar el diseño final. En total, laburaron durante casi dos décadas hasta lograr que, hace poco más de 5 años, inaugurase New Ground. Cuyas fundadoras, resalta Tisdall, son “mujeres fuertes que pensaron cómo querían vivir sus años dorados y lo hicieron realidad, parte de una generación a la que antaño le estaba vetado tomar decisiones sobre las financias del hogar”.
“Ninguna tenía experiencia en vivienda, construcción o planificación”, aporta Maria Brenton, de la troupe original, pero relata cómo se fueron volviendo expertas en una materia que, acorde al citado The Guardian, de momento es todavía muy incipiente en UK. De hecho, nuestras chicas tomaron el modelo de otras geografías; por caso, en palabras de Brenton, “del gobierno holandés, que desde los años 80 fomenta el cohousing como alternativa a las costosas residencias para la tercera edad y otras instituciones de atención, a sabiendas de que es una opción más económica y que, además, permite a las personas mayores apoyarse mutuamente, mantenerse más saludables, felices y activas”.
“Los beneficios de vivir de esta manera son fantásticos en muchos sentidos”, confirma Tisdall, de 71 años. Relata, por ejemplo, cómo hace un tiempo tuvo una flor de caída que la dejó con el hombro y el tobillo fracturados; situación que se hizo más llevadera gracias a sus vecinas, dispuestas a tenderle una mano “sin invadir mi espacio, sin imponer su presencia, tan solo preguntando si quería compañía, si necesitaba una plato de comida, un café o, por qué no, una copita de vino”. Asimismo, que todas tengan historias de vida tan distintas (“nuestros backgrounds culturales y económicos no podrían ser más diferentes”) le parece un plus sensacional, que lleva al mutuo aprendizaje continuo; al igual que las distintas edades: la más joven porta 58, la más grande, 94 pirulos.
Dicho lo dicho, Tisdall aclara que llamar a New Ground un oasis es exagerar la nota; por supuesto, tiene sus claroscuros: consensuar no siempre es fácil. Además, “tuvimos que aprender a crear comunidad preservando la intimidad de cada una, un delicado equilibrio que no fue fácil de conseguir. Pero, después de entender nuestros respectivos ritmos, logramos adaptamos”. Adherir al sano equilibrio entre privacidad y comunidad en efecto es de expresa importancia para este grupo de damas; a punto tal que figura entre los valores centrales, irrenunciables a los que suscriben; otros son cooperar y compartir responsabilidades; mantener una estructura horizontal, sin jerarquías; aceptar y respetar la plena diversidad, sin medias tintas; cuidarse y apoyarse mutuamente entre vecinas…