Algunos insisten con llamarlo “under de los 80”, otros prefieren decir que era una cultura creada con poca plata pero mucho deseo. Se la podría llamar también la otredad empobrecida o los hijos ilegítimos del regreso de la democracia, militantes de la marginalidad artística como estilo de época. Ese under porteño era un movimiento organizado y desorganizado por artistas, unos raritos que pincharon profundo en el núcleo duro de una Argentina devastada por la última dictadura militar. Con muy poco construyeron un legado de arte, sueños y fantasías que continúa en eterna vibración.

Luego los años 90 devolvieron el pinchazo y la crisis del VIH-sida se llevó a varios militantes del arte, a sus imaginarios y esperanzas. Cultura colibrí. Arte e identidad en el under de los años 80 y 90, la actual muestra que se despliega en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, intenta dar cuenta de estos movimientos donde la cultura, el peligro y la disidencia habitaban un mismo cuerpo.

Cuerpos débiles y cuerpos fuertes

Para las disidencias la intensidad y la debilidad son dos fuerzas que nacen juntas, a veces curan y otras veces envenenan. Son la infección y el antibiótico que reorganiza la flora creativa de los artistas que integran la muestra curada por Jimena Ferreiro. En varias de las obras aparece la idea de un cuerpo grotesco y peligroso, una entidad más cercana a los animales. No muerde pero besa, no rasguña pero sí reclama afecto. Omar Schiliro, Pablo Suárez, Juan Tessi, Carlos Uría, Luis Frangella, Fernanda Laguna, Alejandro Kuropatwa y la Chola Poblete son algunos de los artistas que construyen escenarios para celebrar a criaturas que se lamen sus heridas mientras sugieren fantasías de amor, sexo y melancolía.

Como los vampiros en la literatura, estas imágenes encarnan los miedos, las represiones y el dolor de las personas que vivían al margen de la norma y de sus promesas de sueños limpios. Las obras susurran los imaginarios de las travestis, los trolos, las lesbianas y todos los desviados que durante los años 80 y 90 entendieron que el arte más efectivo era el de existir. Aun así, el miedo convive con la celebración y el goce, una ecuación peligrosa que las piezas retratan con impacto y elegancia.


Fernanda-Laguna,-Lesbiana,-2001-(Cortesia-Galeria-Nora-Fisch)


La jaula del pájaro

Fernando Noy es el artista anfitrión que construye una pequeña jaula para su cultura colibrí. Es el oráculo y el mapa geográfico de la contracultura porteña en ese periodo vintage e impreciso llamado “los 80” o “los 90”. Como una rockstar de la poesía, Noy relata las aventuras de su época, las anécdotas y sus integrantes y pinta un mundo que vive en los pasillos de su memoria. “Performances de todas las musas, rebautizadas ‘numeritos’ por el legendario primer Clown-Travesti-Literario Batato Barea, convocaban a un público (en realidad "acólitos") dispuesto a coprotagonizar el disfrute de esa nueva era denominada por los medios como ‘Undeground’”, afirma el artista.

Noy es el maestro de ceremonias de una sala que evoca un camarín donde se montan las drag queens, las actrices, los actores y los clowns. El camarín puede ser la iglesia de los marginados, un altar donde se pueden desnudar frente a dios y permitirse ser otros, sin categoría que los defina. Las cortinas de color rosado de cotillón remiten a ese fulgor camp que vive y muere en las obras de teatro, las peluquerías de barrio y las casas humildes.

Alejandro-Kuropatwa,-Sin-título,-de-la-serie-Mujer,-2001,-fotografía.-Cortesía-Archivo-Alejandro-Kuropatwa-y-Galería-Vasari


La noche efímera

Los años 80 fue un periodo donde se manifestaron diversas prácticas artísticas que habilitaron otro tipo de juego para los artistas: recitales, performances, espectáculos de clown, números unipersonales en salas de teatro, bares y discotecas. Casi todo sucedía en largas noches eléctricas donde la improvisación era ley y los tejes iban de las manos de los roces entre los excéntricos e ilustrados de la época.

En estas cuevas culturales la libertad y el desenfreno eran combustibles para un ciudadano entumecido por la dictadura militar. La misión de la contracultura tuvo caminos múltiples: por un lado, encontrar formas de sanación para un escenario social totalmente vaciado y por el otro, habilitar un refugio para la otredad.

Mucha plumas

Cultura colibrí. Arte e identidad en el under de los años 80 y 90 es una muestra necesaria en los tiempos difíciles que atraviesan las disidencias en la actualidad. Es un recordatorio de un tiempo convulsionado por la transición democrática y el fervor de una comunidad artística. Las piezas podrían ser también las señales de un universo queer previo a las modas y los temas de agenda. Es un mundo honesto y salvaje, no busca afianzarse en categorías institucionales y entiende a la identidad como una masa crítica que sospecha de todo enunciado.

Además de ser una criatura tierna y de vuelo veloz, el colibrí es una de las pocas aves que puede volar hacia atrás, un acto poético que se puede asociar con los recuerdos y la memoria. Un vuelo hacia el pasado, una acción que a la cultura contemporánea le gusta olvidar.

Cultura colibrí. Arte e identidad en el under de los años 80 y 90 se puede visitar en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires hasta fines de diciembre.