La calma 7 puntos

Argentina, 2023

Dirección y guion: Mariano Cócolo

Fotografía y Cámara: Tebbe Schöningh

Duración: 78 minutos

Intérpretes: Tania Casciani, Miguel Ángel Borra, Pablo Ortíz, Leonardo Martínez, Elsa Cortopassi, Marcela Montero, Sofía Villafañe Quiroga.

Estreno: Disponible en Sala Leopoldo Lugones, Av. Corrientes 1530.

Es cierto que La calma, de Mariano Cócolo, se desarrolla dentro de un realismo seco para nada mágico. Pero en paralelo propone un tratamiento estético que, de forma deliberada, se aparta de la pretensión de representar su propia realidad de un modo distante. Una historia que busca retratar un determinado paisaje, que no es solo geográfico sino sobre todo social. En él habita Nancy, una joven de origen campesino que se trasladó a la ciudad para estudiar derecho, hasta que un día recibe la noticia de que su padre sufrió un ACV y debe volver a su pueblo para ocuparse de él.

Como mucha gente de campo, Nancy es parca e introvertida, aunque mantiene una relación cordial con sus compañeras de estudio y pensión. Aun así, la película la retrata como una chica que no solo es solitaria sino que está sola incluso en compañía. Las escenas que la muestran en su trabajo, controlando una máquina envasadora de botellas, no solo registran esa soledad; también dan cuenta de un estado de alienación propio de la existencia urbana. Un registro que pronto será puesto en paralelo con el regreso a la vida rural que, a fin de cuentas, no parece ser tan distinta, al menos no en términos de interacción social.

Dentro de la aridez de ese panorama y de lo desolador del contexto, Nancy es de una expresividad minimalista pero muy elocuente. Una proeza que se le debe reconocer a la actriz Tania Casciani, encargada de interpretarla. Dueña de uno de esas caras que parecen haber sido hechas para ser filmadas, Casciani consigue que las distintas emociones de Nancy aparezcan en pantalla con absoluta claridad. Lejos de generar distancia, esa economía de recursos contribuye a construir un lazo de empatía muy fuerte entre personaje y espectador. Al verla en pantalla es imposible no pensar en Buster Keaton, no solo por las evidentes semejanzas entre sus rostros, sino por esa capacidad de transmitir mucho con poco puesta al servicio del cine.

El panorama que la joven encontrará al llegar al pueblo no es precisamente luminoso. Con su padre postrado, deberá hacerse cargo no solo de él y de todo el trabajo que por su nueva condición de salud ha quedado suspendido, que en una granja no es poco. Además se verá obligada a lidiar con el dueño de las tierras que su padre ocupa y trabaja desde hace 60 años, quien la presiona para que se lleve al viejo y desaloje la propiedad. Un atropello que la pobre Nancy, incluso siendo una chica fuerte y resiliente, es incapaz de soportar.

Entre los muchos paralelos que la acción traza en La calma, como el que se establece entre campo y ciudad, también aparece otro más sutil: el de las distintas formas que la ley asume en cada territorio. Si en la ciudad Nancy se ocupa de aprender aquellas que están escritas y forman parte del acuerdo social que implica la base de un Estado, en el campo las reglas siguen siendo más primitivas. Ahí, donde la figura de aquel Estado se desvanece, la ley sigue siendo la del más fuerte. Es esa ausencia de marco legal la que le permite a la película construir a Nancy como víctima, pero también la que vuelve tolerable la idea de que ella también acepte responder en el marco de la ley “salvaje”:

En ese sentido, el título de la película funciona como negación, en tanto la supuesta calma a la que se hace referencia, vinculada al carácter en apariencia imperturbable de la protagonista, finalmente no será tal. Filmada en un blanco y negro por momentos exquisito, La calma elige un registro expresionista para realizar su retrato. A partir de sus recursos visuales clásicos, Cócolo se permite sortear los límites del realismo para intervenir de manera directa en la forma en que el público percibirá el relato, acentuando las distintas emociones que atraviesan la película, hasta volverlas más grandes que la vida.