Hace una década, cuando Ken Loach rodaba su drama de época Jimmy's Hall en el noroeste de Irlanda, corrió el rumor de que sería la última película que haría. El cineasta responsable de Kes, Lloviendo piedras y Riff-Raff, películas que definían la experiencia de la clase trabajadora británica con humor y corazón, rondaba los setenta años. La jubilación no sería algo inesperado, y Loach hizo poco por apagar esa idea. "Por aquel entonces me hundía en una ciénaga irlandesa", reflexiona hoy este hombre de 87 años, de aspecto estudioso, con gafas y chaqueta azul marino. "¿Por qué yo, un hombre de edad madura, pierdo los zapatos en un pantano irlandés?".
Después de Jimmy's Hall, sin embargo, Loach volvió a encontrar su calzado, por así decirlo. Siguió en 2016 con Yo, Daniel Blake, una mirada mordaz al cruel y bizantino sistema de prestaciones médicas del Reino Unido y al auge de los bancos de alimentos. Le valió una segunda Palma de Oro en el Festival de Cannes (tras El viento que agita la cebada, de 2006), lo que lo colocó en un grupo muy selecto de directores. Luego vino Sorry We Missed You, de 2019, un golpe desgarrador a la economía del trabajo en Gran Bretaña. Ahora, con The Old Oak ("El viejo roble"), completó una especie de trilogía no oficial. Y esta puede ser, en realidad, su última película.
Al igual que sus dos predecesoras, El viejo roble es otro duro estudio de las clases marginadas británicas que se desarrolla en el noreste, en una parte del condado de Durham que quedó diezmada por el cierre de minas y la huelga de mineros de los años ochenta. O "monumentos a la destrucción de comunidades", como dice Loach. Al igual que Liverpool, Manchester y Glasgow, ciudades obreras en las que ha rodado muchas películas, se sintió atraído por la región. "Siempre quise trabajar allí", dice.
De nuevo con guion de su siempre presente colaborador Paul Laverty, la película se desarrolla en gran parte en torno a su homónimo pub en decadencia, regentado por TJ Ballantyne (Dave Turner). La zona, asolada por el desempleo y la pobreza, también ha sido testigo de la afluencia de refugiados sirios realojados allí por el gobierno. "Paul había leído la primera historia de los sirios que llegaban al noreste", dice Loach, sentado en una sala de conferencias de una oficina de King's Cross. "Así que empezó con Paul y luego hablamos de ello y de qué ideas exploraríamos a través de la colisión de las dos comunidades". Poco a poco, a través de TJ y la fotógrafa siria Yara (Ebla Mari), se produce un acercamiento.
Comparada con Ladybird, Ladybird (1994), sobre los servicios sociales, o con Felices dieciséis (2002), su drama sobre la mayoría de edad ambientado en Glasgow que dio a Martin Compston, de Line of Duty, su primer papel importante, El viejo roble es una de las películas más esperanzadoras del director. Cuando se lo digo asiente con la cabeza. "La esperanza te da confianza, la desesperación te destruye. Así que existe esa esperanza y se remonta a la fuerza de la huelga de los mineros. Comer juntos, permanecer juntos".
El viejo roble no es la única película reciente que aborda la crisis de los refugiados. Frontera verde, de Agnieszka Holland, y Yo capitán, de Matteo Garrone, que giran en torno a refugiados sirios y senegaleses, respectivamente, que buscan refugio en Europa, se proyectaron con excelentes críticas en el reciente Festival de Venecia. ¿Hay algo en el aire? "No estaba al tanto de las películas, pero creo que hay una amplia oposición al ambiente hostil", dice. "Suella Braverman habla de 'invasión'... el país está siendo 'invadido' por pateras". También cita a Robert Jenrick, Ministro de Inmigración, que ordenó pintar dibujos animados de Disney en un centro de acogida para hijos de solicitantes de asilo. "Un hombre repugnante. ¿Quién haría eso en su sano juicio?".
¿Cómo se siente cuando oye hablar de esas cosas? "Pues te defendés", dice sin rodeos. Es algo que ha hecho durante toda su carrera. Tras estudiar Derecho en Oxford, empezó a trabajar para la BBC en los años sesenta; su drama sobre los sin techo Cathy Come Home, de 1966, "llegó a los titulares", como él dice modestamente, hasta el punto de que provocó un cambio en la ley, por el que los padres sin techo podían quedarse con sus esposas e hijos en albergues. Tres años más tarde, realizó el clásico Kes, sobre un niño y su cernícalo, pero durante la década siguiente se limitó en gran medida a la televisión.
En la época de Margaret Thatcher no cayó bien a la clase dirigente, realizando documentales como A Question of Leadership, sobre la huelga del acero de 1980, que fue atacado por la Autoridad Independiente de Radiodifusión por ser "desequilibrado". No fue hasta la década de 1990 cuando regresó al cine, ganando el Premio del Jurado en Cannes por Lloviendo piedras (1993) y conociendo poco después a Laverty, que desde entonces ha estado casi siempre a su lado. Pero cuanto más visible se hacía Loach, más abierto se mostraba a las críticas.
Entre esos críticos se encuentra el Partido Laborista. Loach ha tenido una relación turbulenta con el partido, al que renunció en los años noventa en protesta por Tony Blair, y al que se volvió a afiliar cuando Jeremy Corbyn pasó a dirigirlo. Pero bajo su liderazgo, el Partido Laborista se vio envuelto en un conflicto por antisemitismo, y un informe de 2020 de la Comisión de Igualdad del Reino Unido concluyó que, bajo el liderazgo de Corbyn, el partido "no hizo lo suficiente para prevenir el antisemitismo y, en el peor de los casos, podría parecer que lo aceptaba". En 2021, como parte de las medidas enérgicas del nuevo líder Keir Starmer contra el antisemitismo, el partido expulsó a Loach por su apoyo a organizaciones purgadas por el partido. Entre los grupos que apoyaban a Corbyn figuraba Labour Against the Witchhunt ("Laboristas contra la caza de brujas"), que afirmaba que las acusaciones de antisemitismo tenían una motivación política.
"Lo que ha cambiado en los últimos años fue el clima político", dice Loach. "Porque cuando Jeremy Corbyn se convirtió en líder del Partido Laborista y mucha gente lo apoyó... Yo era conocido por apoyarlo... pero entonces llegaron los ataques, y la derecha lo atacó. Y también atacaron a la gente que estaba asociada con él. Y algunos corrieron a refugiarse, y otros se quedaron con él". En su opinión, el hecho de que Loach también hablara de los derechos de los palestinos no ayudó. "Juntá las dos cosas y te van a atacar".
En julio, Rachel Reeves, canciller laborista en la sombra, fue cuestionada por Simon Hattenstone, del periódico The Guardian, sobre si las opiniones de Loach le convertían automáticamente en antisemita. "¿No cree que Ken Loach sea antisemita?", respondió. "OK. Bueno, creo que tendríamos que estar de acuerdo en diferir". Preguntada por qué creía que Loach era antisemita, Reeves dijo: "Mire, yo no estoy en los órganos que toman estas decisiones, pero creo que es correcto que tengamos un enfoque de tolerancia cero con el antisemitismo". Preguntado además sobre si es correcto hacer una acusación sin presentar pruebas, Reeves repitió: "Bueno, mire, yo no estoy en el órgano que toma estas decisiones".
Loach afirma que la dirección laborista lo atacó como señal para "el establishment" y los votantes de la derecha. "Creo que piensan que ganan puntos atacándome así", afirma. "No buscan el apoyo de gente como yo, ni de la izquierda, ni de los votantes laboristas tradicionales. Buscan a la clase dirigente. Así que es bueno para ellos ser vistos atacándome porque el establishment los apoyará. "Es muy angustioso", continúa. "Pero creo que confían en ello. Quieren causar todo el daño político y profesional que puedan, así como angustia personal. Quieren eliminarte, básicamente" (los laboristas declinaron hacer comentarios sobre las declaraciones de Loach).
¿Tiene alguna esperanza de que Keir Starmer lleve a los laboristas a una victoria electoral? "No tengo ninguna esperanza en Starmer", dice. "Creo que es un verdadero vacío político. Hay un vacío político en la izquierda, porque se ha quedado a un papel de cigarrillo de los tories. Es decir, todo el programa de 2017 de Corbyn fue borrado del discurso público. Creo que prometió devolver la energía a la propiedad pública. Justicia social, justicia económica". Starmer, dice, "ha destrozado todo lo que dijo. Como era de esperar. Así que no tengo esperanzas".
Le pregunto qué votará en las próximas elecciones. "Personalmente, no puedo votar a los laboristas y a Starmer", dice. "Buscaría al candidato menos perjudicial. Y creo que habrá uno o dos que serán menos perjudiciales. Seguro". ¿Un candidato independiente? "Será mejor que no nombre a nadie o tendré problemas y me colgarán del cuello. Creo que la gente sabe leer entre líneas. Si Jeremy se presentara, sin duda lo votaría a él o a alguien con esos antecedentes, absolutamente".
Desde hace años, Loach, nacido en Nuneaton, vive en Bath con su esposa Lesley, madre de sus cuatro hijos adultos, entre ellos el cineasta Jim Loach. "Tengo suerte", dice. "Llevo una vida de clase media, supongo, dado el negocio al que me dedico". ¿Cómo mantiene el contacto con las generaciones más jóvenes? "Tenemos nietos que ahora son adolescentes o veinteañeros. Ellos y sus amigos son muy inteligentes y están al tanto -mucho más que un viejo octogenario- de las cosas que pasan, y me fijo en ellos para saber qué pasa en esa generación".
Incluso acercándose a los 90, Loach sigue comprometido -es conocedor, por ejemplo, del fenómeno "Barbenheimer" de este año. "Fui a ver Oppenheimer porque conozco a Cillian (Murphy, su protagonista). Trabajamos juntos en El viento que agita la cebada. Es un hombre encantador y le tengo un gran respeto. Un actor brillante. Muy modesto y normal... es muy fácil trabajar con él. Y uno más de la pandilla". Y Barbie, ¿la vio? "No. ¡No me he regalado una Barbie!", ríe entre dientes.
A juzgar por los temas de sus películas, Loach, de voz suave, parece llevar el peso del mundo sobre sus hombros. Me pregunto cómo se relaja. ¿Ve reality shows? Frunce el ceño. "No puedo ver realities". Le gusta Have I Got News for You y el programa de búsqueda de antigüedades Antiques Roadshow. "Lo veo de vez en cuando, aunque me decepciona... hay demasiadas baratijas y recuerdos de guerra", dice. "De vez en cuando busco una silla vieja decente si sale en el programa". Incluso hizo una aparición en el programa hace unos años: llevó un cenicero de peltre para que lo evaluaran. "Me gusta ver el entusiasmo por las cosas viejas".
Tengo curiosidad por saber si El viejo roble será realmente su última película, o si podría dar marcha atrás, como en Jimmy's Hall. "En este momento no me lo planteo", dice. "La energía física y emocional y el compromiso necesarios, y simplemente mantener a todo el mundo animado, es mucho". Y de todos modos, hay muchas cosas que le mantienen activo, dice. "Las películas son puro disfrute. Pero una vez que te relacionás con la política, es difícil evitar participar. La izquierda tiene tanto potencial, tanta gente buena. Unirla... si pudieras contribuir a ello, sería algo que realmente valdría la pena".
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.