Hay que pensar que por aquellos años punteaba el romanticismo, se empezaba a valorizar lo impulsivo e irracional, la niña Mary Shelley se estaba formando como para escribir el Frankenstein que publicaría en 1818. Es que si no, resulta difícil imaginar la escena del enemigo herido, de uniforme rojo, que es traído a casa y deslumbra a la jovencita criolla. Patrick Island casi pierde el brazo en una calle porteña de 1806, pero ese día se ganó un país y una vida nueva. Suerte de irlandeses.
Patrick, o Paddy, acababa de cumplir los 18 y no sabemos si era lindo, pero sí que estaba bien conectado por parte de su madre Nugent. Una tía estaba casada con William Carr Beresford, por entonces coronel, hijo extramatrimonial del marqués de Waterford. Ese marquesado era de los más ricos de Irlanda, lo que explicaba que nadie le pidiera los papeles a Beresford, que tenía su propio título y una de las escasas, disputadas y carísimas plazas de oficial en un regimiento cajetilla. Es que sí, para ser oficial del ejército de fines del siglo 18 había que pagar y bien.
El sobrino se engancha como soldado raso en 1804, con los 16 de edad mínima, en el regimiento 71 de Highlanders, un regimiento que era escocés pero aceptaba "foráneos". Y ahí parte, embarcado en la flota al mando del tío que zarpa en 1805 a tomar la Ciudad del Cabo, todavía de bandera holandesa. Esto se entiende en el contexto de las guerras napoleónicas porque los franceses habían tomado Holanda y Londres quería cortarles el tráfico colonial de Oriente, que hacía escala necesaria en el Cabo de Buena Esperanza.
Pero resulta que la colonia no era exactamente holandesa sino de la compañía de las Indias holandesa, la Vereinigde Oostindische Compagnie, una empresa con accionistas y famosa por lo amarreta que era. En el centro de la Ciudad del Cabo todavía está el Fuerte de la Compañía, un imponente castillo... trucho. Cualquier turista puede comprobar de un vistazo que sus imponentes murallas son apenas taludes de tierra revestidos de piedra, para disimular. Los defensores, que no eran soldados sino empleados de uniforme, tiraron tres cañonazos y se rindieron.
Con lo que los británicos se encuentran en el Atlántico Sur con una flota y un ejército intactos, y con una base excelente y bien provista. Alguien mira un mapa y ve justo enfrente a Buenos Aires, posesión española tentadora. Los países no están en guerra, pero los comandantes razonan que España igual coqueteaba con Francia y que al final las colonias ajenas están para ser tomadas. Beresford toma parte de la flota, embarca parte de las tropas y cruza el charco. Ahí va el joven Paddy.
Como se sabe, la primera invasión inglesa fue un sorpresa y un éxito por un tiempo. El marqués de Sobremonte, por razones ignotas, cree que los ingleses van a atacar Montevido y no está preparado. El enemigo desembarca al sur de la ciudad y avanza sin problemas. La resistencia es mínima y hay que pensar que el pibe Patrick tiene mala suerte cuando el multao Braulio lo hiere en el brazo. Braulio es el cuidador de la casa de José Santos Gómez Gómez y no parece ser una persona prudente, que eso de atacar soldados no es prudente. Como sea, las puertas de la casa se abrien, Don Gómez Gómez sale y para la cosa, y el joven irlandés es atendido por manso solícitas. Entre ellas, la de la joven Bartola Gómez Gómez.
El doctor Cosme Argerich se termina acostumbrando a visitar la casa para atender a Patrick y a otros dos irlandeses heridos, Peter Campbell y John Kamelis. Todo va bien, o al menos tranquilo, hasta que en agosto de 1806 Santiago de Liniers retoma la ciudad y se gana el pliego de Conde de Buenos Aires. Los ingleses son repartidos por todo el país y Patrick termina junto a otros 29 prisioneros en San Antonio de Areco. Yanina Bevilacqua, consejera cultural de la embajada de Irlanda, cuenta en un estudio que los jóvenes aprisionados tuvieron el problema de que en esa época no había un ser humano que hablara inglés en Areco...
La cosa es que los ingleses vuelven al año siguiente y esta vez son destrozados. Whitelocke pide como condición de su rendición que se le permita a los prisioneros volver a su país, algo muy común en esa época menos cruel donde dabas tu palabra de no tomar las armas de nuevo y listo. Eventualmente, todos son liberados y enviados a Gran Bretaña, excepto 250 que deciden quedarse. Son casi todos irlandeses y católicos, vistos por los criollos como "ingleses buenos", asimilables. Con un año por acá ya están deslumbrados por la inmensidad y la feracidad del país, y por la falta total de duques, condes y marqueses que te mantuvieran en tu lugar. Acá es otra cosa.
Patrick tiene otro interés para quedarse y se ve que no se equivocaba, porque ese mismo año se casa con Bartola en un campo de la familia en Arrecifes. También corta amarras con su vieja vida porque se transforma en Patricio Isla y decide dedicarse a la ganadería. La pareja se muda a Areco, a la casa de Candelaria, una de las hermanas de Bartola, frente a la plaza principal del pueblo. Patricio alquila un campo, compra 500 vacas y 200 yeguas, se pone a laburar. Es un tipo tranquilo en comparación a, por ejemplo, su compañero de convalescencia Peter Campbell, que en lugar de conocer a una Bartola conoció a un tal José Artigas y terminó fundando la Armada de Uruguay. Hecho un feroz federal, Campbell combate por la Liga de los Pueblos Libres y, con su derrota, muere en prisión en Paraguay. En su agitada y breve vida, Campbell alcanza a tener un hijo que Island le apadrinó.
Mientras, el irlandés aquerenciado prospera, es nombrado capitán de milicias y elegido intendente de Areco entre 1824 y 1825. Todo bien hasta 1840, cuando aparece por la zona La Espada sin Cabeza que era Juan Lavalle. Lo que hace Patrick en ese momento es difícil de entender porque significa tirar su buena vida por la ventana. Es como si al irlandés ya cincuentón se le activara un gen rebelde y decidiera mostrar su secreto, porque Patricio Isla era un unitario furioso.
Lavalle se aparece en agosto de 1840 y desembarca en San Pedro, donde inmediatamente es interceptado por el general Pacheco. Los federales no eran muchos, pero eran vivos, y Pacheco le dispersa la caballada a Lavalle, con lo que lo deja casi a pie. Entonces se ve en el horizonte una gran polvareda: es Isla con una gran caballada que pone a disposición del rebelde unitario. Le lleva un lindo tordillo llamado Ulster Chief para su uso personal.
El resto es tragedia. Rodeados, los unitarios rompen el cerco y huyen al norte tratando de de encontrarse con Lamadrid. Oribe los persigue, los acosa, los alcanza en Quebracho Herrado en noviembre y los destruye. Unos fieles siguen al norte con los restos de Lavalle, el resto se escapan como pueden. Patricio Isla, al que hay que fusilar por una orden firmada por el propio Rosas, zafa por una de esas coincidencias de ficción: entre los oficiales federales está su ahijado Pedrito Campbell, que lo reconoce en medio de la batalla y logra que se escape.
En la batahola, Isla pierde a su hija Juanita, la menor de nueve años, que venía con la madre en el largo tren de civiles que acompañaba el ejército. Alguien la encuentra llorando y se la lleva a Oribe. El federal la adopta, se la lleva a Córdoba y la cría como propia hasta que años después se aparece Bartola y la recupera. Patrick llega a Catamarca y se refugia en el Convento de San Francisco. Dura unos meses, hasta que una partida federal lo identifica, lo saca del refugio y le pega cuatro tiros en la esquina del convento. Cuenta Daniel Balmaceda que poco después llega Pedrito con la misma misión y que, cuando se entera del fusilamiento, mata a los cuatro miembros de la partida federal, por meterse con su padrino.
Quedan los diez hijos. Uno de sus nietos, Julio, es gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1890 y 1893.