En el planteo de Pequeña Pamela, la obra que Mariana Chaud dirige (y en la que también actúa por un azar que la puso en escena desde hace unos meses), lxs espectadores parecen haber entendido por donde va el relato de la diosa ciclópea (interpretada por Iride Mockert) que ofrece un monólogo potente y feroz. Pero el texto sube la apuesta y aquello que parecía una reflexión sobre el arte de narrar con cruces de chongos conurbanos y la vital noche porteña de los 90, se vuelve cuerpo y barro en la actuación de Camila Peralta.
Hay algo visceral, sentido, completamente afuera de lo que pueden narrar las palabras, que se transmite en su corporalidad castigada. Algo del orden de lo que no se puede nombrar se pone en juego en la constelación de personajes que surfean entre el mundo material y el onírico, o entre la vida o la muerte. Pequeña Pamela habla del amor romántico a través de las promesas incumplidas atrás de un emoji pero también de la lealtad que se juega entre los amigos, en las miradas perdidas y no correspondidas, en el mundo que soñamos versus el que tenemos. Y se anima a nombrar las violencias contra los cuerpos de las mujeres de un modo elevado, y a la vez profundo y perturbador.
Pequeña Pamela se estrenó el año pasado en el Teatro Sarmiento, con una puesta muy diferente a la de ahora, que se presenta en Timbre4. Chaud trabajó con el artista Nahuel Vecino primero pensando en que él hiciera la escenografía de la obra y después más bien inspirada en la galaxia de personajes del pintor argentino. "Pequeña Pamela es un diálogo entre nosotros sobre la obra de él. Escribí la obra en base a ese camino, uno nutrió al otro, no hay muchas formas de explicar estos tipos de colaboraciones. Nahuel no terminó haciendo la escenografía pero sí colaboró y vino a las reuniones. Entonces en una obra en diálogo con la suya. La ciclopesa es un personaje de él, Ayax también. Convoqué a Iride, y ella tocaba el keytar así que fue todo muy perfecto desde el comienzo".
¿Te gusta trabajar los textos con los cuerpos en escena?
--Me encanta pero esta es una obra que está bastante tal cual del original. Me gusta ir variando de metodología de trabajo: depende el proyecto me voy moviendo. Hay textos que no admiten tanto eso porque se desarman mucho. Pero no soy quisquillosa con que sea tal cual y acá hay un lenguaje muy particular. Y un diálogo con nuevas generaciones.
¿Cómo vivís el hecho de tener un personaje que vos misma escribiste?
--Originalmente no era yo, estaba Rosalba Menna. Lo hizo toda la temporada pasada y no podía seguir así que me puse a mí misma (risas). Al principio me quería morir. Fue una decisión práctica, y cuando la puesta era nueva por el cambio de teatro fue un montón. No tengo método de auto dirección así que fue difícil. Está bueno para mí poder adaptarme a todo, la obra en el Cervantes, la retrospectiva y también el teatro independiente. Tuve la tentación de empezar a cambiar todo y después me di cuenta que no, que tenía que actuar. Es difícil hacer las dos cosas, por eso después me reprimí un poco para no volver locos a los actores. El cambio de teatro fue una apuesta nueva. La escenografía inicial era gigante, fue un sueño pero era imposible de reproducir en el teatro independiente por sus dimensiones: caía agua, el escenario estaba elevado, había un paredón con tratamiento de musgo y óxido, fue difícil de hacer la nueva puesta pero aparecieron otras cosas.
¿De qué dirías que se trata Pequeña Pamela con todas las líneas narrativas que maneja al mismo tiempo?
--Me parece que trata del desencuentro y del desamor. La estructura es la de una tragedia pero es un desencuentro más contemporáneo. Para Ayax el amor está fuera de escena, y esa idea falsa de que el amor te va a salvar se maneja también a través de varios peronajes, y parece profundizar la soledad de quien sufre. Jamás quise hacer retrato social pero algo de eso aparece, son personajes muy al borde, que en este momento puede tocar mucho las sensibilidades. Trata de la imposibilidad de conexión y algo de que el verdadero drama siempre es social.
Hay una violencia muy fuerte en la obra y te hace pensar en que es perfectamente posible que te ocurra, que alguien puede violentarte de esa manera...
--Es una verdadera tragedia, ella no puede vivir con esa violencia en el cuerpo.
Y también es una reflexión sobre la estructura narrativa
--Sí, tiene esa trampa. Entra en el tema por un lugar, por ahí la estabas pasando bien y de repente pasa algo que te arruina de algún modo la obra. Es una manera también de pensar en ese traspaso, porque sino se convierte en una comedia burguesa sobre el desencuentro, pero va entrando en los círculos del infierno. Podríamos haberlo hecho más fácil, la segunda parte es muy del infierno, pero creo que fue inevitable que haga ese espiral la trama.
¿Es un emergente de la época que empiecen a aparecer los victimarios como personajes?
--Sí. Tratando de entender cómo llegan tan lejos, no por justificarlos sino por entenderlos como emergentes sociales. Yo siempre hice comedias, entonces también fue permitirme ir para ese lado y hay algo del contexto que te empuja hacia ahí. Sin caer en la solemnidad, es una manera de pensar cuál es la tragedia actual y es el femicidio.
Antes hablabas de la diferencia entre los teatros oficiales y las grandes puestas. Venís de hacer Familia No Tipo que fue un éxito en el Cervantes...
--Sí, y es tra estructura, otro presupuesto, haber trabajado para las infancias fue genial. Había una convocatoria abierta y habíamos hecho ¡Jettatore! con gran parte del elenco, y había algo del clásico argentino que nos llevó a pensar en hacer algo para toda la familia. Presenté un proyecto que inicialmente era una adaptación de los cuentos de Elsa Bornemann de Socorro. Hay mucho María Elena Walsh pero no tanto de Elsa, que es genial. Después vino la pandemia, perdimos los derechos, y el proyecto cambió pero fue genial tener esa experiencia del teatro oficial: la gente cobra un sueldo, hay cosas en las que no tenés que preocuparte.
También está en escena Las Moiras, obra que dirigís, ¿cómo nació ese proyecto?
--Es una obra de Tamara Tenenbaum que me propuso dirigirla en 2020. Ella y Caro Castro me convocaron en el contexto de Teatro Futuro. Y fue armándose este modelo de producción nuevo, que llevó tiempo pero está buenísimo, es alternativo porque es un punto medio entre la cooperativa y el modelo de producción más tradicional, donde todo el mundo participa de las decisiones. Volviendo a las diferencias entre teatro oficial y teatro independiente, lo bueno del último es que lo que hacés te queda. En el teatro oficial tenés que entregarlo. Pero bueno, también hay complicaciones: en el último tiempo bajaron muchos los subsidios, y hay algo de que te tiene que ir bien para sostener las obras en cartel. Me gusta mucho que me llamen para hacer algo donde no hago la dramaturgia, me permite relajarme más y entender que tengo un oficio y que puedo ejercerlo sin tanta exigencia.
¿Y cuál es el rol que mas disfrutás?
--Me gusta todo, soy muy teatrera. Y todo es un trabajo en equipo, y con el tiempo ese es el capital para hacer otras cosas. Me gusta mucho repetir actrices. Las Moiras dialoga con la tradición, cuánto apegarse y cuánto romper, y la relación con aquella tradición del judaísmo más progre, una tradición muy fuerte con el teatro que un poco dejó de tenerla. Es una manera de volver a tomarla.