Una significativa parte de la gran literatura inglesa ha sido escrita por irlandeses, Oscar Wilde, William Butler Yeast, Bram Stoker, George Bernard Shaw, James Joyce y Samuel Beckett son un acabado ejemplo. Ninguno de ellos jamás negó su deuda para con Laurence Sterne, un compatriota nacido en Clonmel, localidad del condado de Tipperary, un siglo antes. Esa deuda no se limita exclusivamente a los autores irlandeses: el francés Denis Diderot, para escribir “Jacques el fatalista”, se basó en la construcción paródica, en el rechazo a las convenciones narrativas y en la figura del anti-héroe propuestas por Sterne quien, dicho sea de paso, era contemporáneo de Diderot: ambos habían nacido en 1713. Dostoievski en El idiota narra de qué modo el príncipe Mishkin le cuenta a Yelizabeta y a sus tres hijas la historia de una pobre mujer humillada en una aldea suiza que está literalmente tomada de Viaje sentimental por Francia e Italia, de Sterne. Su influencia también se advierte en autores tan disimiles como E.T.A. Hoffmann, Víctor Hugo y Charles Dickens. “He leído a Sterne. Es admirable”, confesó León Tolstoi, y de inmediato lo tradujo al ruso; una admiración que tampoco disimuló Goethe. Nietzsche consideraba que “es el escritor más libre de todos los tiempos y el gran maestro del equívoco... éste es su propósito, tener y no tener razón a la vez, mezclar la profundidad y la bufonería... Hay que rendirse a su fantasía benévola, siempre benévola”. Schopenhauer sostenía que las mejores novelas de todos los tiempos eran: “Don Quijote de la Mancha”, “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister”, “Julia, o la nueva Eloísa” y “Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero”. La influencia de Laurence Sterne no se detuvo, superó lenguas y continentes. Esa escritura descomedida, cáustica e insubordinada la encontraremos en textos de Julio Cortázar, de José Lezama Lima y de Guillermo Cabrera Infante, incluso se puede rastrear en Borges, la estrategia de presentar como verdaderos a autores y a libros inexistentes es típica de Sterne.
La contratapa del “Tristam Shandy”, que editó Planeta en 1976, con prólogo de Víctor Sklovski y traducción de Ana María Aznar, tiene un grabado que, se supone, es la cara de Laurence Sterne. La ironía que se advierte en su mirada y el gesto mordaz que reflejan sus labios proporcionan una cabal medida del personaje. Al ver ese grabado y después de haber leído su novela, uno tiende a pensar que su biografía también podría ser parte de un engaño, de otra triquiñuela del propio Sterne. Sin embargo, los datos son ciertos: nació el 24 de noviembre de 1713 en una pequeña ciudad del condado de Tipperary, al sur de Irlanda. Estudió en Cambridge y en 1738, cuando cumplió 25 años, fue ordenado sacerdote de la Iglesia de Inglaterra, en 1741 se casó con Elizabeth Lumley, con quien, según palabras de Alfonso Reyes, “no supo mantener relaciones cordiales”. En 1760 obtuvo el vicariato de Coxwold, al norte de Inglaterra. Un año antes había comenzado a publicar “Vida y opiniones de Tristam Shandy, caballero”. Los nueve libros que hoy componen la obra fueron editados, los dos primeros en 1759 y los siete restantes a lo largo de los siguientes ocho años. Sterne moriría pocos meses después.
Comenzó a escribir tarde y murió temprano, su vida como escritor no duró más de nueve años, pero fue tiempo suficiente para forjar una novela que desde la parodia replantaría una nueva manera de ejecutar la narrativa. En 1760 publicó Sermones de Mister Yorick, un volumen en el que recopiló los excéntricos sermones que pronunciara como vicario en la iglesia de Coxwold. En 1767 bajo el título de “Cartas de Yorick a Eliza”, dio a conocer la correspondencia que había mantenido con su amante Eliza Draper. Tanto para los sermones como para las cartas de amor, eligió el nombre del párroco Yorick, uno de los personajes de “Tristam Shandy” y a su vez una suerte de alter ego del propio Sterne. No es casual que se llamara Yorick, como el bufón que Hamlet evoca en el quinto acto del drama de Shakespeare. Un mes antes de morir apareció Viaje sentimental por Francia e Italia, que algunos lo consideran como el epílogo de “Tristam Shandy”.
Confeso admirador de Cervantes, Rabelais, Swift, Pope y Locke, la influencia de cada uno de ellos fue esencial para que Sterne construyera una obra maestra que, en sus casi quinientas páginas, anticipa muchos de los recursos narrativos de las vanguardias literarias de fines del siglo XIX e inicios del XX, desde peculiaridades tipográficas: dos páginas marmolizadas en el capítulo 36 del libro tercero y los capítulos 18 y 19 del libro noveno totalmente en blanco, hasta capítulos que constan de una sola frase o el anticipo del monólogo interior que Joyce desarrollaría en Ulises un siglo y medio más tarde.
A poco de la aparición de los dos primeros libros, Vida y opiniones de Tristam Shandy, caballero se convirtió en un éxito, aunque no para todos: el prestigioso Samuel Johnson señaló que la novela ignoraba casi todas las reglas gramaticales. “Señor, usted no sabe inglés”, le dijo a Sterne y cuando Sterne, sarcástico, reconoció que efectivamente ignoraba esa lengua, Johnson, terminante, sentenció: “nada extravagante puede perdurar”. Samuel Johnson está considerado el mejor crítico literario en lengua inglesa de todos los tiempos, queda claro que hasta los grandes críticos a veces se equivocan.