La modernidad está en los orígenes. Esa breve pero potente línea le corresponde al músico argentino Juan Carlos Cáceres. Y de algún modo Pol Nada, en su nuevo disco, hizo ese viaje. O parte de él. Al corazón, al hueso, al origen. Esto es: a su pueblo, a sus calles, a su casita. Porque para entender el gran disco que acaba de editar hay que ir hasta todo aquello. Su nombre de pila es Pablo Jacobo, es psiquiatra de profesión, nació en La Paz, Entre Ríos. Un pequeño pueblo cercano a Corrientes. La vorágine capitalina que parece un toro salvaje del otro lado de la ventana de este bar es lo contrario a su templada y divina locuacidad. “El folclore estuvo siempre dando vueltas”, cuenta. “Pero pasa que siempre trato de esquivar cualquier tipo de direccionamiento que venga muy impuesto. Y en mi pueblo, el folclore era algo que estaba muy, muy instalado”.
En su casa, mucha radio AM (LT40 Radio La Voz), lo que escuchaba su papá (“cosas muy populares: Sandro, Los Iracundos) y su mamá (“himnos, canciones de religión”). Luego vendría una estadía en Rosario, durante varios años y la mudanza a Buenos Aires, alrededor de 2015. A su llegada, Pol ya tenía cierto lugar y nombre en la escena. Una cancionística ciertamente pop. Una búsqueda que se refleja en dos discos de canciones propias: Querés estar solo (2008) y Te vamos a salvar (2013). Entre ambos apareció He estado en varios lugares a la vez (2011), un EP donde hace una relectura personalísima de algunas canciones del disco Lobo suelto, Cordero atado de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota. Y fue justamente a su llegada a Buenos Aires que empieza a asomar eso otro.
“En el 2015 me estaba viniendo a vivir acá y pude ubicar al folclore en un lugar donde sentía que yo estaba decidiendo, ahora sí, hacer algo con eso”. Dice que se dijo: “Voy a hacer un disco de folclore”. Y fue, entonces, a los orígenes. Al músico y compositor Linares Cardozo. Que nació en La Paz, que vivió a cinco cuadras de su casa, que hoy día está enterrado en el cementerio del pueblo y que, tal como lo pidió, tiene un timbó sobre su tumba. “Pasa que lo cantábamos en la primaria. Era como cantar ‘Aurora’ o el himno. Había un reniegue de eso. Era un prócer. Y viste cuando te encontrás con alguien de quien pensabas que era un boludo y de repente decís: ‘Che, pero qué copado este chabón’. Algo así, pero con el folclore. O con el propio Linares”. Y agrega: “Nació en La Paz. Por eso digo: voy a empezar por acá. Esa era la idea. No fue por azar”.
La San Llamarada (2017) sorprendió a propios y a extraños. Ocho canciones en las que Pol hace una relectura arriesgada y contemporánea de Cardozo. A aquel trabajo le siguió Pluma (2018), justamente un disco de reversiones de La San Llamarada, hechas por colegas. Y ahora acaba de editar Aparecido. “Todo empezó ahí. Narrativamente es: el folclore bien fuerte, con algo de lo digital, en La San Llamarada. Lo digital con algo de folclore en Pluma, y ahora esa potencia más la intención”. Y comparte una inquietud que trae desde hace rato: “¿Se puede entender el mundo a través de la obra de otro artista?”.
Si en La San Llamarada lo genérico está a la mano –en definitiva, se trató una relectura de un cancionero ajeno–, en Aparecido aquello se abre. En ese sentido, es más libre en sus formas. Pero ojo: está plantado en tierras litorales, en esas músicas e intenciones. A ese ritmo respira. Aparecido es onírico, alucinado. Electrónico en su justa medida. Nada sobra, nada falta. Es un viaje lento, levemente psicodélico. No tiene el motor fuera de borda; más por el contrario, rema a su tiempo. Y ancla en lugares nuevos y preciosos. Por todo: es un gran disco. La escucha exige bajar un cambio. Dos. Entregarse al tiempo que sugiere. Es nocturno. Y, como la noche, tiene misterio, silencios, sugerencias, ruidos, distorsiones. El que canta es un paisano en la nada.
“El trabajo más arduo es encontrar el lugar adecuado para cada una de las cosas que quiero que estén”, asegura. “Me gustaría que se escuche como un disco de folclore. Otra cosa muy distinta es ser folclorista. Sí creo que sin el folclore este disco no se puede pensar. Es un disco de folclore. Pero que excede la cuestión rítmica o genérica. Quería que sonara así, telúrico, de la tierra”. No se siente del todo cómodo con la categoría de folclore digital o electrónico. Suele responder, por caso, folclore oscuro. “Fue en un momento, como una decisión de poder responder sin responder. Como que está la pregunta de qué hago. Y me parece saludable no tener muy clara la respuesta. La idea de lo oscuro como algo desconocido pero piola. Lo que da lugar a algo que no escuchaste o no conoces”.
En su narrativa –se descubre un fino letrista– hay una metafísica de lo cotidiano y natural. Por ello hay ramas quebradas que caen y aves volando en silencio. Y resplandores heridos y algo que entra en tu corazón. Dioses jugando a nada, amores que se van como una hoja en el viento. Rayos de sol entrando a ríos negros y estrellas solitarias que esperan su muerte y preguntas por los silencios de los animales. O sea: boludeces no. De fondo, como si fuera el canto de un grillo, llega, entre otros, el nombre, el eco de un poeta: Juanele. Entre los invitados están el Coro Folke del Max Nordau, Pablo Dacal, María Ezquiaga, Kalén, Javier Casalla, Barbarita Palacios, Juana Aguirre, Barda. Un baluarte en todo el trabajo fue el músico San Ignacio. El disco, además, se destaca por otra cosa: su fuerte impronta coral. Dice que le pasó lo mismo que con el folclore: lo traía tan arraigado en su escucha que no sabía qué hacer con eso. Hasta que supo. Y ahí está: un rasgo distintivo del disco. De hecho, está estudiando dirección coral.
“Me parece que la voz es uno de los últimos bastiones que nos quedan. El error va a ser lo más difícil de imitar. Hay algo en la falla que no van a poder imitarlo tan fácil. Algo de lo humano, de la fragilidad y la potencia”. Cuenta que está escuchando mucho a Zitarrosa (“hay que volver a esas canciones y pasarlas por el cuerpo”), comenta su admiración por la obra de Liliana Herrero, adelanta que ya terminó de hacer la música de un documental sobre el río Paraná y que quiere hacer otro de canciones de amor. También que se siente cercano a un músico como Benito Malacalza y más. Y reconoce que, por ahora, este es su lugar musical. Con este trabajo, Pol le calza un collar psicodélico a cierta cintura cósmica del litoral. Quien podría negarse a estas canciones, si la invitación es a un lugar donde crear una noche alucinante.