De manera inevitable, el nuevo disco de Duratierra dialoga con el presente. Sea porque la coyuntura así lo quiere, pero más aún porque éste es uno de los rasgos distintivos del grupo. Su cuarto álbum ofrece un título por demás significativo: La fuerza; y mañana se estrena en Rosario, en Centro Cultural Güemes (Lagos y Güemes) a las 21.

“Es el disco que necesitábamos hacer, después de largos años de desear profundamente meternos al estudio. Pero muchas veces, la música va antes que los acontecimientos, algo que ya nos ha pasado en otras ocasiones. Creo que este disco habla de todas estas cosas del mundo que no queremos más, que ya las estamos diciendo a los gritos; y habla esperanzadoramente del mundo que sí queremos y de las trincheras que vamos a cuidar siempre. Como toda la música que hacemos, está atravesada por nuestra vivencia y las letras hablan de eso, no hay ninguna letra que no nos haya partido la vida al medio”, señala Micaela Vita a Rosario/12.

La voz de Vita –admirable, de matices que varían, capaz de bailar vocalmente, a veces de susurrar íntima– se integra al grupo que conforma junto a Juan Saraco (guitarras, voces, sintetizadores, programaciones), Nicolás Arroyo (batería, percusión y voces), Tomás Pagano (bajo y sintetizadores), Valen Bonetto (guitarras, voces), Silvia Aramayo (teclados, piano y voces) y Martín Beckerman (percusión y voces). “Creo que logramos una obra que invita a pensar, a generar la energía vital que da el encontrarse con otras personas, para darnos fuerza, aliento, y arengarnos para que no nos debiliten. Los acontecimientos actuales, que ya se vislumbraban, hacen que la música cobre otras capas de profundidad. Y a la música, por suerte, la tenemos de nuestro lado”, continúa la cantante y compositora.

-La variedad rítmica y diversa aquí se potencia –rock, folkore, jazz, murga, cumbia–, y creo obedece también a un criterio consecuente con una mirada social.

-La verdad que sí. Pero no como algo premeditado, sino que hacemos la música que somos, que nos nace, y esa diversidad de géneros musicales convive dentro de nosotros con toda naturalidad. Fue también una batalla ganada, porque en los primeros años debatíamos muchísimo qué música estábamos haciendo. Ya vamos por los 20 años de Duratierra, y hace 20 años existía la pregunta periodística de “qué música hacen”, “dónde te encasillo”, y discutíamos sobre intentar encasillarnos en algún lado y si estaba mal el hecho de que no pudiéramos. Después empezamos a entender que ese era nuestro camino, que ahí estaba la potencia de lo que proponíamos. En este disco se escucha cómo cada vez más vamos soltando todo tipo de amarras conceptuales. El primer tema, “Vivir en la frontera”, es un manifiesto de todo lo que sigue en el álbum: vamos a vivir en las fronteras, en esos bordes, y a reinventar desde ahí. En muchos aspectos, es lo que se está jugando hoy día.

-El grupo creció en cantidad de integrantes.

-Hubo una pulsión artística fuerte al hacer esa ampliación, que había nacido hace muchos años, porque teníamos ganas de poder tocar en los conciertos la música más parecida a cómo la producíamos en los discos. Para eso necesitábamos más personas, y sucedió que la música comenzó a pedirlo claramente. Durante la pandemia, se ofreció la posibilidad de poner en palabra estas ganas, de abrirle las puertas a más gente y ser más en esta familia. Fue muy claro qué instrumentos y qué personas queríamos para esta nueva etapa, y convocamos a Valen Bonetto, Martín Beckerman y la Negra Aramayo, gente con la que ya habíamos compartido conciertos, que estaba muy cerca de la banda y que comparte una mirada del mundo. Es muy importante que quienes se sumen estén alineados desde varios lugares, no solo lo musical, sino también en una mirada ideológica, en una forma de estar. Estas tres personas trajeron una bocanada de aire fresco, maravillosa, que se escucha en el disco. Se potenció mucho la creación colectiva, aparecieron las tímbricas de sus voces, y apareció la lírica también, porque hay un chacarera, “La del pueblo”, que es de Valen y de Juan (Saraco). Todo partió de un deseo grande y por suerte se concretó, porque fueron las únicas personas en las que pensamos y nos emocionó muchísimo que aceptaran.

-Al mismo tiempo, así como variedad de géneros, el repertorio no evita composiciones más íntimas.

-Hay un hilo conductor, hay una obra y una profundidad en la búsqueda. Podemos pasar de una chacarera a un son cubano y volver a una canción, y todo eso está conducido por algo que es nuestra mirada artística y nuestro trabajo. Y al mismo tiempo, son como trayectorias emocionales, porque nuestra música está totalmente ligada a las emociones, es así cuando vamos a la ternura como cuando vamos a la rebeldía. Todo nace de algo que estamos sintiendo profundamente. Hay canciones que están muy asociadas a un movimiento que hicimos, al venirnos a vivir a las Sierras Chicas de Córdoba –Juan, nuestro hijo y yo– durante la pandemia. Ese cambio de paisaje y de vivencias empapó muchísimo las letras, hay canciones que nacieron en Buenos Aires y otras que echaron raíz acá, y eso me encanta, porque siento que en un punto es autobiográfico y registra el movimiento. La música y el arte que hacemos es la vida, no están escindidos. Lo que está en la música es lo que vivimos. En este sentido, hay una empatía que se genera cuando la música está hecha desde un lugar sincero y honesto; es un compromiso grande el que asumimos, porque darle todo a la música es mostrarse en las canciones.